AMLO y sus detractores

Más de 30 millones de mexicanos votaron por él en la elección del 2018. Más de 30 millones de mexicanos. Una cifra que le dio un triunfo contundente y que fue legitimado en su momento por el Instituto Nacional Electoral (INE). Pero a poco más de dos años de aquella elección, el movimiento parece desmoronarse con el abandono de algunos protagonistas.

Ya perdimos la cuenta de las renuncias que se han ido acumulando en el gabinete federal. Desde secretarios de primer nivel hasta subsecretarios, directores y jefes de unidad. “Motivos personales” es el argumento más recurrente, aunque coinciden las salidas con temas de coyuntura.

Algunos de esos perfiles, desde su “independencia”, han emitido algunos comentarios cuestionando ciertas decisiones que en cierta forma nos ayudan a entender el contexto de dichas coyunturas (y la “renuncia por motivos personales” de diferentes perfiles).

Conforme avanza la administración se aprecia cada vez mayor dificultad para defender las decisiones que se toman en el Gobierno de México, incluyendo declaraciones polémicas del presidente Andrés Manuel López Obrador que, sacadas de contexto, han generado sendos debates a nivel internacional.

Recientemente la polémica se ha centrado en temas como la intención de “desaparecer” organismos autónomos para que sean absorbidos por dependencias federales, sin olvidar las diferencias cada vez más ríspidas con el Instituto Nacional Electoral y su consejero presidente, Lorenzo Córdova, a quienes se busca desprestigiar con ataques mediáticos, muchos orquestados desde el sistema de medios público.

La pugna más reciente ha sido la controversia sobre la continuidad en la transmisión íntegra de las conferencias matutinas del presidente o su suspensión con motivo de la veda electoral. Atentado a la libertad de expresión o no (todo indica que la decisión quedará en manos de los tribunales), habría que hacer un análisis sobre la relevancia de este ejercicio informativo y su evolución conforme ha avanzado la administración.

Andrés Manuel López Obrador, es cierto, tuvo que enfrentar una presión mediática en su contra, en muchos casos financiada por el gobierno, que retrasaron de alguna manera su llegada a la Presidencia de la República. En este contexto es entendible que se buscara una alternativa para mantener informada a la población: aún había desconfianza en lo que reportaban los medios de comunicación.

Inicialmente llamó la atención que los llamados “medios aliados” cambiaron su línea editorial y aunque en el pasado les había caracterizado su postura crítica ante los gobiernos en turno, guardaban silencio ante la administración actual.

Hoy Carmen Aristegui, innegable aliada de Andrés Manuel López Obrador y de la Cuarta Transformación, cuestiona la decisión de “desaparecer” los organismos autónomos para integrarlos a la administración pública centralizada y al mismo tiempo la escritora Elena Poniatowska, Premio Nacional de Periodismo y aliada de la 4T, pide al presidente que cese la transmisión de sus conferencias matutinas al asegurar que “han provocado un hartazgo” y calificarlas como “un auténtico abuso de poder”.

También llama la atención que en plena pandemia y con el arranque de la campaña de vacunación contra el COVID-19, Miriam Esther Veras Godoy, responsable de la estrategia de Vacunación Universal en México, haya presentado su renuncia “por motivos personales” horas antes de que se anunciara que Pfizer reducirá su envío de vacunas a México por el cierre de una de sus plantas, pero que cumplirá con el compromiso de enviar 5 millones de vacunas en el primer cuatrimestre.

Podría citar otros casos, aunque la dinámica parece una constante: desacreditar a quien no respalde las decisiones del presidente. Cierto es que entre los medios de comunicación “hay de todo en la viña del señor”, pero comunicar sin cuestionar se convierte en mero panfleto. ¿Por qué incomoda el hecho de cuestionar?

Andrés Manuel López Obrador no es intocable, aunque de pronto sus decisiones se entienden como autoritarismo y si bien sus conferencias mañaneras contribuyeron en su momento a democratizar la información, poco a poco van perdiendo su sentido original y se han convertido en un medio para desacreditar eso que incomoda a la administración.

Lo preocupante a estas alturas, antes de que llegue a la mitad de su gobierno, es que incluso entre sus aliados empiezan las voces que hoy se atreven a cuestionar, que no comparten algunas de sus decisiones y que empiezan a poner en duda si esta fue la transformación que esperaban. ¿Qué procede en esos casos?, ¿desacreditarlos o darles la razón?, ¿cederá o continuará con su proyecto?, ¿siguen siendo 30 millones de mexicanos convencidos de la Cuarta Transformación?