Ómicron: la insolidaridad vuelve a ganar

Estamos en la última semana de noviembre, ayer comenzamos el adviento y estábamos muy animados en que la pandemia que nos azota ya desde hace dos años estuviera de salida, las estadísticas y panoramas mundiales dictaban una confianza y optimismo sobre ello.

Sin embargo, una noticia desanimó las proyecciones y las economías mundiales cayeron de manera sincronizada: el virus del COVID-19 ha mutado, como todos los virus, y ha ido tratando de adaptarse al ambiente como lo hacemos todos los seres vivos, buscando cómo resistir a las vacunas y  a los nuevos medicamentos que se han creado para combatirlo.

En unas variantes se ha hecho más contagioso, pero menos mortal, en otras menos contagioso, más agresivo, etc.; en estas mutaciones naturales del virus se ha descubierto la mutación ómicron.

Lo que se ha dicho es que la nueva variante es una constelación de mutaciones, más de 100 y cerca de 30 en la proteína de la espícula, la llave del virus para abrir la cerradura de la célula humana.

Algunas de estas mutaciones ya se habían observado en dos de las variantes más complejas que se habían presentado: la Alfa británica y la Delta india, que castigó sobremanera a nuestro país. Los cambios observados en el genoma se asocian con una mayor transmisibilidad y cierta capacidad para escapar de las defensas del cuerpo humano, tanto las naturales como las generadas por las vacunas.

Es prematuro ser alarmistas al respecto, los casos estudiados son escasos y recién se inicia el rastreo de esta nueva cepa, sin embargo, con las características ya descritas, es preocupante, por ello la reacción de las autoridades sanitarias y económicas. La cepa se originó en Sudáfrica y he ahí a donde va mi reflexión.

Después de la aparición del COVID-19, en tiempo récord farmacéuticas y gobiernos se encargaron de crear la vacuna que ayudara a combatir al virus, unos avanzaron casi en la inmediatez y otros aún siguen experimentando.

Una vez que la Organización Mundial de la Salud validó algunas vacunas, la distribución y aplicación se expandió por el mundo; desafortunadamente, como sucede con otros elementos vitales, no fue una distribución equitativa.

Los países ricos, sobre todo occidentales, acapararon las vacunas. A principios de año se denunciaba y advertía sobre las consecuencias que esta situación podría provocar, el Papa Francisco declaraba: “Los que acaparan vacunas se equivocan y finalmente serán víctimas de su propia miopía”.

AMLO pidió a los países más ricos del mundo dejar de acaparar las vacunas contra el COVID-19 y aseguró que 50 países habían concentrado el 96% de su aplicación, mientras que 145 naciones solo han podido aplicar el 4 por ciento.

La ONU, por medio de su secretario general António Guterres, realizó un llamado urgente para consensuar un plan de vacunación mundial que revierta el acaparamiento de las vacunas. Guterres criticó duramente la distribución “tremendamente desigual e injusta” de los antídotos, tras señalar que 10 países han administrado el 75% de todos los fármacos hasta ahora distribuidos para acabar con la pandemia. Conforme el año avanzaba la distribución se amplió un poco más, pero no lo suficiente.

Para haber podido neutralizar al virus se necesitaban vacunas y medicación para todas las personas en el mundo, distribuidas de una manera simultánea. Los comités bioéticos de todo el mundo alertaron la necesidad de asegurar una vacuna universal y accesible a todos, además de algunas estrategias de distribución de las vacunas a nivel local que aseguraran un proceso ético y justo para todos los miembros de la sociedad.

En Sudáfrica, donde se originó esta nueva cepa, a la fecha apenas el 27% de la población tiene una vacuna, mientras los contenedores de otros países están llenos de vacunas guardadas esperando ser aplicadas, ya que se han logrado las metas de vacunación y solo esperan a las personas que se han resistido a ellas o a los negacionistas del virus.

Algunas estrategias se pudieron aplicar y otras quedaron en el camino, ahora la realidad nos ha vuelto a alcanzar, una nueva cepa de preocupación se extiende por el mundo que no supo ser solidario con todos sus habitantes y el futuro sigue siendo incierto de algo que casi se daba por dominado.

Esperemos consecuencias menores de esta nueva cepa y que cada día aprendamos y nos sensibilicemos más los unos con los otros, recordar que todos habitamos la misma casa en común, y aunque no lo parezca, lo que sucede en algún punto inhóspito del planeta nos termina afectando para bien y para mal. Busquemos esos equilibrios que nos acercan a la virtud.

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