El miedo nunca, nunca termina

Es extraño, yo siempre he sido fatalista, en todas las situaciones del yunivers, siempre espero que ocurran finales terribles y desalentadores. Por ejemplo en la última relación que tuve mi hija se reía bien perrón porque le dije que esperaba que me mandaran a la chingada en dos semanas, las cosas se fueron poniendo chidas y pensé que en un mes me mandaría a chingar mi madre, al año estuve segura que no me dejaba y cuando estaba en calma… ¡Pum! Me mandaron a chingar a mi madre a otro lado.

Por eso es mejor estar pensando siempre que todo va a salir mal, que mi perro enfermará de moquillo, mi hija tendrá gemelos a los 14 años y mi mamá terminará embarazada a los 85; si uno está pensando constantemente que todo va a salir mal, nunca tendremos sorpresas ni desilusiones.

Sólo hay una situación con la que me niego es ser fatalista y es cuando veo las fotos que publica la Fiscalía de mujeres y niñas desaparecidas, (también cuando son hombres, pero hoy voy a hablar de las mujeres).

Cuando veo una de esas imágenes en las que buscan a una morrita juro que hasta las patas me tiemblan, me duele la panza y me dan ganas de llorar, mi mente vuela a la fregada pensando mil cosas terribles, pero de inmediato me descubro pensando que las cosas van a salir bien, que van a regresar a sus hogares sanas y salvas.

Mis redes sociales en su mayoría son compas reales, de esos de carne y hueso, que existen y te saludan en el café, que de repente te sorprenden diciéndote “Te mandé solicitud de amistad, me gusta mucho leerte porque me da mucha risa” o algo así; en fin, al ser compas muchos compartimos ideas, coincidimos en cosas y en otras no, pero la mañana de ayer me sorprendí al ver la foto de una compañera de medios entre las personas desaparecidas.

Temí, en serio sentí miedo, pero de ese miedo que te hace sentir náuseas, de ese que lo hace sentir a uno como que caes en un agujero profundo. Más tarde la esperanza volvió, cuando vi que la misma imagen ahora circulaba con un letrero rojo que decía LOCALIZADA.

Esas son las fotos que me emocionan y que me hacen sentir esperanza y al mismo tiempo tristeza por aquellas familias que no han recibido las buenas nuevas, que desconocen dónde están sus familiares o si siguen estando en algún lugar del mundo.

Hoy estamos felices de que la compañera fotógrafa esté en su casa, que no sea una más a la lista, pero no puede uno dejar de pensar cuántas mujeres y cuántas niñas se extraviaron ayer, antier o hace un mes y no han vuelto a sus hogares o muchas otras que volvieron, pero muertas, o en pedazos.

Es lamentable que estas situaciones se sigan dando y que por más que quisiéramos detener esta masacre en contra de las mujeres es algo imposible, me duele seguir pensando y reiterar que las mujeres en esta absurda guerra entre delincuentes y autoridades o civiles o lo que sea las mujeres continúan siendo un botín de guerra, una pieza de cambio que pueden recoger de sus caminos a las escuelas, a la tienda, al trabajo o a donde sea.

Duele mucho incluso pensar que hay personas que preguntan dónde estaba en lugar de gritar de felicidad porque una mujer vuelve a su casa después de una desaparición. La mujer debe dejar de ser víctima de la vida, de los hombres, de las mujeres y de los delincuentes. Aunque no sabemos si eso llegue a pasar en algún momento.

Lo único que me queda claro es que el miedo nunca, nunca se termina en nuestros hogares, que quienes tenemos hijas seguimos sufriendo cuando una mujer desaparece porque irremediablemente tememos que algún día podamos ser nosotras, nuestras mamás, nuestras hijas, hermanas, sobrinas o amigas; porque nadie tiene la seguridad de que algún día alguien en la calle se sienta dueño de nuestras vidas.