Luna Nueva: Verbo mata… ¡todo!, o da esperanza

Esta historia ocurrió a bordo de un taxi, sí, en uno reglamentario, de esos que manejan quienes se quejan de competencia desleal, pero que poco abonan para aumentar el nivel de confianza de la gente para estar en Zacatecas.

Hace unos días acompañaba a unos tíos que regresaron de Estados Unidos después de casi tres lustros, luego de que fueron víctimas de la delincuencia.

Llegaron con el corazón apachurrado por el miedo y la zozobra, pero con la ilusión de volver a ver al añoso viejo que todas las noches les manda su bendición con el viento. Mi abuelo con más de un siglo de vida sale todas las noches a rezar por sus hijos. Un día una de mis primitas que lo vio se acercó a mi y me preguntó que por qué mi abuelo persignaba a las borregas, cuando en realidad la bendición iba más allá de la frontera norte.

Se fueron abruptamente, con lo que traían puesto porque su vida peligraba.

Luego de casi 15 años regresaron. Encontraron en ruinas lo que fue su casa, la limpiaron y visitaron a cuanto familiar pudieron. Fueron días de emociones intensas.

Poco a poco, creo yo, iba sanando el corazón de ambos al ver que Zacatecas no es el mar de sangre que se imaginan por lo que dicen los medios, por lo que circula en redes, por lo que replican una y otra vez en el “feis”.

“En el teléfono vemos que hay muchos muertos. Nos imaginábamos que no hay gente en la calle, que hay un matón atrás de cada poste, que uno camina entre muertos”, me dijo casi aliviado mi tío.

Estuvieron aquí dos semanas, los primeros días fueron difíciles, pero a medida que pasaba el tiempo se sintieron más seguros y cobijados por toda la familia. Todo iba bien hasta que dos días antes de irse tomaron un taxi, da igual a dónde iban, lo verdaderamente relevante y muy lamentable fue el comentario del taxista:

“¿Ya vieron los medios? Dicen que ya regresaron estos… que están en tal parte y que van a empezar otra vez los días como hace mucho. Esto no se va a acabar nunca”.

Clarito vi cómo le cambió el semblante a mi tío; mi tía apretó los dientes y no contestó. Lo único que acaté a decir tratando de remediar la situación fue que a veces los medios son imprecisos, que no nos deberíamos dejar llevar por el miedo y ya en todo de broma les dije “no hay que invocarlos… ni con el pensamiento”.

Terminaron de hacer sus trámites y quisieron irse lo más rápido posible a la casa, donde se sintieran a salvo.

Mis tíos forman parte de esa cifra escalofriante y casi oculta de los poco más de 911 mil desplazados por la inseguridad en México, según el INEGI, mal llamados migrantes.

El fenómeno de desplazamiento por violencia al principio se presentaba (o se hablaba más) en el sur del país, pero ha ocurrido también en Zacatecas desde hace años, pero ha sido como “el robo hormiga”, silencioso, despacito, sin hacer el escándalo preciso para ser tierra fértil de los medios. Recuerdo varios casos, de hace años, pero el más reciente ocurrió hace unos meses en Jerez, que llamó mucho la atención de los medios porque fue un pueblo entero.

A los que se van como mis tíos luego les dicen migrantes, porque se van y se establecen “al otro lado” y hasta hay quien los imagina dándose una vida como la que nos muestran en las películas. Yo considero migrante a quien se va de un lugar a otro por gusto, por trabajo o por estudios, no porque huya de su lugar de residencia porque peligra su vida.

En el autodestierro, mis tíos pasaron de todo, desde la natural lucha por adaptarse a un nuevo estilo de vida, a un nuevo idioma, a diferentes costumbres, a empezar de nada con nada…

Luego de los pocos días que habían pasado aquí, estaban muy decididos a volver pronto, sin embargo, el imprudente comentario del taxista los hizo reconsiderar y tal vez aplacen su regreso o no vuelvan.

Ante este panorama me queda claro que nosotros mismos somos nuestros propios obstáculos para propiciar un ambiente menos denso y más tranquilo. Es verdad que la delincuencia organizada no da tregua, que existe, que es real, no podemos ni debemos tapar el sol con un dedo, pero ¿qué ganamos con hablar sólo de lo malo que nos pasa? ¿Será que el taxista estaba orgulloso porque “estaba bien informado”?

¿Por qué no cambiamos el tema de nuestras conversaciones y hablamos de cosas agradables? Sí hay cosas buenas de qué hablar y aunque es un poco complicado disfrutar del estado debido a restricciones por la pandemia, hay lugares bonitos a dónde ir, hay cosas qué hacer, admirar nuestra ciudad, podemos convivir con la familia.

¿Cómo hemos llegado a esto? ¿Por qué debemos sufrir la ausencia de seres queridos que es gente de bien?

De todo esto me queda un gran aprendizaje: Hay que tener cuidado con lo que hablamos y a quién lo decimos. No sabemos cómo le afectará un comentario tal vez inocente a alguien que no conocemos.

El taxista obviamente desconocía la situación de mis tíos, pero ¡cuánto daño les hizo!