Luna Nueva: Mi abuela, sus 10 hijos y la maternidad

Mi abuela materna tuvo 10 hijos (siete mujeres y tres hombres), los crió en el México rural de la cuarta y quinta década del siglo pasado. Dio a luz cada tres años –excepto el último cuya diferencia fue de dos años–; al tiempo que destetaba al grandecito, se disponía a amamantar al recién nacido.

Durante 30 años dedicó su vida entera a ser madre de tiempo completo de 10 hijos, esposa de un hombre de costumbres marcadamente machistas, atendiendo su casa, ordeñando hasta 30 o 50 vacas al día según cuentan, para hacer queso, requesón y mantequilla… torteando a mano al lado del fogón y criando gallinas y le quedaba tiempo para regar y ver que sus macetas tuvieran buena tierra.

En esos tiempos en el rancho donde vivió su vida de casada y donde murió, no había ni agua entubada ni energía eléctrica, ambos servicios son relativamente nuevos a pesar que por medio rancho pasa la carretera federal 54 y que se hacen –ahora en auto– 10 minutos a la cabecera municipal; los servicios tendrán unos 30 años a lo mucho; por lo cual lavaba a la orilla del río que pasa cerca de lo que fue su casa y acarreaba agua desde un ojo de agua en mancuerna (un palo con cadenas o hilos que sostenían de cada lado una cubeta o bote de los llamados de cuatro hojas) para la cocina, el aseo personal, las macetas y los animales.

Así fue la vida de mi abuela. Según lo veo, muy matada, pero sumisa, igual que eran casi todas las mujeres de su época, aunque seguramente más de una sí “respingó” y salió del patrón de vida acostumbrado en ese tiempo.

Yo tenía casi 30 años cuando falleció. El humo del fogón le pasó factura y tras meses de luchar contra el enfisema pulmonar perdió la batalla conectada a un tanque de oxígeno.

Hoy la vida es –afortunadamente– muy distinta para la mayoría de las mujeres. De acuerdo con el INEGI, las mujeres en México tienen cada vez menos hijos, sólo de 1999 a 2019 pasó de 2.86 a 1.88 la tasa de fecundidad, y no, no es que una mujer tenga un hijo y un poquito de otro, pero se traduce en que las mujeres, por diferentes causas, prefieren tener sólo uno, dos o a lo mucho tres hijos porque dedican tiempo para ellas, para estudiar, trabajar, hacer patrimonio… y las más afortunadas para viajar o sencillamente no desean tener un hijo. Convertirse en madre, ahora, no es prioridad.

Mi madre y yo, en una conversación de auto, llegábamos a esa conclusión. Para su madre, su abuela y hermanas era como mandato divino casarse “como Dios manda” y tener los hijos que les mandara Dios. Parecía competencia de a ver quién tenía más hijos. La mayoría de sus contemporáneas no terminaron sus estudios o si tuvieron no ejercieron porque se convirtieron en esposas y madres, sólo podían ser eso y era muy criticado que una mujer no tuviera hijos apenas se casara y peor aún, que se divorciara aunque el marido le diera vida de “perilla de box”.

La diferencia entre mi abuela y yo es abismal en muchos sentidos. Yo fui a la escuela, tengo mi propio espacio donde vivir, gano mi propio dinero que me ha permitido tener independencia económica, manejo un auto en el que puedo viajar a donde me plazca sola o con mis hijos. Soy parte de ese 72.4% de la población total de México que es madre y soy una de las jefas de familia de los 6.9 millones hay en el país donde de cada 100 hogares 25 son dirigidos por una mujer, cuya edad promedio es de 48 años (yo rayo ya los 50).

En algo nos parecemos mi abuela y yo: ambas fuimos madres muy jóvenes, ella a los 15 y yo a los 19, justo los rangos de edad que el INEGI toma de referencia para medir, en la Encuesta Intercensal 2015 que el 12.9% de las adolescentes entre ese rango de edades tuvieron al menos un hijo nacido vivo. Sin embargo, aunque los embarazos en menores de edad han disminuido según los Servicios de Salud del Estado, en Zacatecas en 2021 se registraron 85 casos de niñas menores de 15 años embarazadas y más de 2 mil 623 en adolescentes de 15 a 19 años.

Va un aplauso para las mujeres que abrieron camino para que las mujeres de hoy, como yo, pudiéramos ser más libres (aunque ya lo éramos, pero no lo sabíamos) y para que mi hija pueda hacer lo que realmente la haga feliz. Desde aquí honro a mi linaje femenino, tan fuerte, tan amoroso y tan decidido.

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