Por: Esther Consuegra
Hoy más que nunca es necesario reflexionar sobre la fascinación que durante más de siglo y medio la humanidad ha vertido sobre la obtención de imágenes, momentos y sueños a través de ese mágico y místico objeto llamado cámara fotográfica, objeto en el que se capturan las almas del mundo a través de la luz para eso que llaman posteridad.
Decía y bien Susan Sontag que “hoy todo existe para culminar en una fotografía”, en la que se contiene ese deseo de apresar el mundo en imágenes y ha llevado a la fotografía y sus fotógrafos a recrear fragmentariamente trozos de realidad coleccionables, momentos que Sontag sentenció en sus escritos la razón del quehacer fotográfico a partir del accionar de la cámara y retratar con el corazón: “el resultado más imponente del empeño fotográfico es darnos la impresión de que podemos contener el mundo entero en la cabeza, como una antología de imágenes”.
Y es que la fascinación por la imagen nos lleva, casi obsesivamente, hacia esa búsqueda de significados a partir de las luces y las sombras, las sombras y la representación simbólica en su composición y anclaje en la memoria, lo mismo de manera profesional con costosos equipos o desde la democratización de la fotografía con los convencionales teléfonos celulares, es y siempre ha sido la obsesión de todos por la imagen.
Una fotografía tiene la capacidad para detener un instante fugaz y eternizarlo: instantes, solo instantes, donde la mirada busca un apoyo para la memoria, donde la imagen nos inflama el deseo continuo de seguirle el trote a la realidad. Apresarla mediante la fotografía es buscar gestos, mujeres, hombres, niños, rostros de héroes anónimos, buscar lo cotidiano, donde también las miradas, espacios, paisajes y silencios nos hablan.
¡Enhorabuena! Más textos así, larga vida a este proyecto informativo