Por: Lucía D. Bañuelos
Desde el 20 de marzo de este año, México se unió al resto del mundo en un confinamiento, casi voluntario, debido a la crisis sanitaria provocada por una pandemia que, a pesar de los adelantos científicos y tecnológicos, sorprendió a la humanidad.
Sin pretender un debate sobre el origen del COVID 19, lo cierto es que hay una crisis mundial de salud pública secundada por una financiera, ya que en un afán por evitar la propagación del virus se paró el aparato económico mundial.
Gracias a la “magia” del internet, casi todos se enteran en tiempo real de lo que ocurre en cualquier parte del planeta. Así fue como el mundo se enteró, en diciembre de 2019, del brote de una extraña mutación de un coronavirus que resultaba mortal por desconocido.
Al trascender la noticia por las redes sociales, todos quienes tienen al menos un teléfono celular empezaron hablar del fenómeno cual si fuesen expertos epidemiólogos o al menos médicos de profesión y opinan –positiva o negativamente–; cada individuo tiene su propio universo político, económico y de salud en su mente y la solución adecuada para cada tema.
La verborrea no es el único síntoma colateral de la epidemia propagada por la gran red, algunos sufren ansiedad, depresión y en el peor de los casos se enferman ante el bombardeo desmesurado de información (principalmente en medios electrónicos) que escapa de su poder de discernimiento.
En la era del internet, en la que casi todos llevamos al mundo en la palma de la mano en un smartphone, las masas son blanco fácil de cualquier publicación (sea cierto o no lo que se difunde), porque tener un teléfono celular inteligente, una computadora de escritorio, una tablet, una laptop o cualquier dispositivo electrónico no es garantía de que su poseedor lo sepa usar, navegar en internet y sepa distinguir una noticia verdadera de una falsa.
Es ahí donde la tecnología, tan útil para la humanidad, nos mete una “zancadilla”.
Por supuesto que no hay que perder de vista que hay quien sabe navegar con maestría y destreza por la gran red, pero un gran porcentaje de la población apenas usa su dispositivo electrónico para contestar llamadas o textear.
La pregunta es: ¿Cuántos de los 80.6 millones de usuarios de Internet –según el INEGI– que representan el 70.1% de la población de México saben diferenciar o distinguir una noticia falsa?
Es por eso que en un mundo bombardeado por todo tipo de noticias, al alcance de quienes saben “moverle” poquito a un dispositivo electrónico, la serenidad de un analfabeta tecnológico es un preciado tesoro que no cualquiera es capaz de poseer.
Mientras que doña Lolita, de 56 años, en Zacatecas capital está a punto del colapso porque piensa que se acaba el mundo al enterarse de que no paran los contagios y muertes por el COVID 19, que la delincuencia en México está imparable, que hubo un terrible temblor esta mañana al sur del país, que hay alerta de tsunami y que una nube de arena del Sahara viene derechito a México, don Juan, de 62 años, vecino de Guadalupe, Zacatecas, vive sin alteraciones, pegando ladrillos. No tiene redes sociales.