Por: Lucía Dinorah Bañuelos
Las declaraciones del presidente López Obrador respecto al cubrebocas han causado pólémica; el mandatario justifica que él no lo usa porque no está científicamente comprobado que sea efectivo para evitar un contagio de COVID-19.
Las desafortunadas declaraciones presidenciales echan por tierra el esfuerzo que los gobiernos estatales y municipales de casi todo el país –si no es que de todo– están haciendo por contener la pandemia al contradecirlos y tácitamente les resta autoridad.
Hasta donde sé, el uso del cubrebocas es una medida preventiva para reducir el contagio, si no al 100 por ciento, en algo sí ayudará combinado con otras medidas como el lavado constante de manos y la sana distancia.
Lo cierto es que las cifras de contagios en Zacatecas son alarmantes y los servicios de salud están a punto de ser rebasados, sino es que ya lo están.
Hace unas semanas veíamos a la pandemia como algo lejano a nosotros, sin rostros sin nombres, sin un lugar de referencia, pero a últimas fechas cada vez hay más gente conocida que se ha contagiado sin importar si fue por descuido, por negligencia, por ignorancia o por simples ganas de fastidiar.
Tristemente hoy tengo familiares contagiados, amigos, compañeros periodistas y conocidos. Más triste aún es que también tengo seres queridos que fallecieron a causa de este mal.
Mi amigo Ernesto falleció hace ya un mes por complicaciones de COVID-19. Era enfermero, trabajaba en el IMSS, pero antes que enfermero era un hombre maravilloso, padre de tres hijos a quienes les dio todo su amor, cariño y dedicación, ya que por razones que no vienen al caso, él los tuvo que criar solo.
Lo recuerdo siempre con una gran sonrisa, yendo de prisa entre las escuelas de sus hijos, su trabajo y la escuela de Enfermería, las labores domésticas y su deber como padre, más tarde, con sus hijos ya crecidos, se tituló y ejerció la noble labor de la enfermería.
Su calidez humana no conocía límites, siempre ayudó a los del barrio (el Ete o Francisco E. García) cuando enfermábamos y quedábamos internados en el IMSS, ayudaba aunque no fuera su turno, aunque no estuviéramos en su departamento siempre iba para darnos ánimos y a ver si necesitábamos algo.
Estaba a punto de cambiar de plaza a otro estado a petición suya, cuando la fatalidad lo alcanzó. Su nobleza lo llevó a atender a un enfermo de COVID que nadie quiso atender en su momento y al ver la desesperación del paciente y de los familiares él lo atendió, no era su turno… su generosidad le costó la vida.
Hay quien dice que en su afán de ayudar no tomó las precauciones debidas de prevención y esto me lleva a reflexionar en las declaraciones del Presidente:
¿Debemos o no poner en práctica todas las medidas de prevención que las autoridades de salud nos mandan?
¿Cómo es que se habrá contagiado el paciente a quién Ernesto atendió? ¿Fue porque nunca usó cubrebocas, porque salió a una fiesta o reunión familiar, porque no tomó sana distancia o fue de los que se quedaron en casa y alguien que no observó las indicaciones lo contagio?
Si fuera verdad que Ernesto no tomó las medidas necesarias cuando atendió al paciente ¿hubiera sido la diferencia que usará cubrebocas?
Es verdad que aun no hay un medicamento para contrarrestar efectivamente al COVID-19, pero también hay esperanza de que pronto haya una vacuna que nos libre de este mal, por ahora sólo tenemos las indicaciones que nos dan las autoridades de Salud para estar libres de contagios y entre sí es efectivo o no una u otra forma de prevención creo que no nos quita nada con cuidarnos aunque sea un poco y usar lo que tengamos al alcance incluido el bendito cubrebocas.
Esa será nuestra vida hasta que nos acostumbremos a vivir de una forma diferente a como lo hacíamos hasta antes de diciembre de 2019, así como nos acostumbramos a usar condón para evitar no sólo un embarazo no deseado sino el sida que también azotó a la humanidad en los años 80 y fue estigmatizada y polémica como ahora el COVID.