Por: Heraclio Castillo
Así como la diabetes cambia la vida de una familia, el COVID-19 ha venido a cambiar la dinámica de cada hogar. Y al igual que con la diabetes (o cualquier otra enfermedad crónico degenerativa), hay quienes hacen caso omiso a las recomendaciones de los doctores durante esta contingencia.
Y aunque inicialmente ni la federación ni el estado ni los municipios se ponían de acuerdo, muchos optamos (de forma voluntaria) por el uso de cubrebocas como primera medida de prevención, porque entre que eran peras o manzanas, los contagios seguían y seguían.
Nunca había usado un cubrebocas en mi vida. No sabía ni siquiera cómo se colocaban y en mis primeros intentos, sentía que me faltaba la respiración, se me resbalaba a cada rato, se me empañaban los lentes la mayor parte del tiempo y con frecuencia sentía que ni siquiera me escuchaba la gente cuando trataba de hablar.
Pero un día probaba de una forma, otro día de otra hasta que le fui hallando el modo hasta respirar más o menos con normalidad y sin que mis lentes se empañaran. La única molestia es el elástico, porque con el uso constante a uno le empieza a lastimar en la base de las orejas, pero nada que una pomadita de Quadriderm no pueda quitar.
Total que en mis actividades cotidianas durante un tiempo tenía que asistir a oficinas de gobierno y veías a la gente utilizando el cubrebocas de sostenedor de papadas o colgando de una de las orejas o muy bien gracias a un lado del teléfono y en el mejor de los casos, mal colocado, pero usándolo. Hoy he sabido de varios casos positivos de COVID-19 en gente que en su desesperación de “no poder respirar” con el cubrebocas, se lo quitaba y lo tenía de adorno sobre su escritorio. Así falleció hace unas semanas una persona a la que quise mucho.
Conforme ha pasado el tiempo en esta cuarentena he restringido mucho mis salidas de casa, las cuales se limitan a la necesidad de acudir al banco, a pagar servicios o a surtirme de despensa, pero en mi trajinar he visto lo que ya muchos medios relatan: aún hay mucha gente que no aplica ninguna de las medidas básicas de prevención, ni el cubrebocas, ni la sana distancia, ni lavarse las manos, ni el estornudo de etiqueta, ni el uso de gel alcoholado, ni siquiera por ser grupo de alto riesgo permanecen en casa.
Y así uno puede ver camiones que van como cualquier día normal en sus trayectos, a veces llenos al 90%, con la mayoría de los usuarios sin cubrebocas y las ventanas cerradas; las filas de los bancos con gente en la misma circunstancia, a veces enfrascados en discusiones álgidas por no respetar la sana distancia, las carnicerías con los carniceros sin cubrebocas, sin botes de gel alcoholado para los clientes, cortando la carne con las manos desnudas y cobrando en efectivo con esas mismas manos, sin lavado de por medio…
Tan solo en mi barrio 1 de cada 20 vecinos utiliza el cubrebocas. Los demás viven como cualquier día de la semana, haciendo fiestas con el montonal de gente en casas de interés social o yendo a la tienda sin ninguna medida de protección. Al menos sé que en la tiendita de mi barrio se pusieron las pilas y están aplicando todas las medidas y aunque se enojen los vecinos, pero ninguno entra sin cubrebocas. Y a cada rato ves a los empleados pasando el trapo con cloro para limpiar la mercancía.
La verdad yo ya perdí la esperanza de que la gente entienda la importancia de acatar las medidas preventivas. Ningún spot, ningún jingle, ninguna publicidad en medios de comunicación, ni en el transporte público, nada de todo lo que se ha hecho hasta el momento va a hacer que la gente entienda la importancia de acatar estas medidas. Hasta que el COVID-19 llega a sus familias, hasta entonces verán lo importante que era utilizar un cubrebocas a tiempo. La realidad es que se aprende a la mala, como en las elecciones.