Por: Heraclio Castillo
Será que la cultura machista y patriarcal sigue permeando en nuestros tiempos, o quizá la costumbre, la brecha generacional, la educación actual, las prioridades en la vida de los adolescentes y jóvenes de hoy, las conductas que consciente o inconscientemente heredamos de nuestros padres o abuelos, la inutilidad motivada por los avances en la tecnología o porque sí, pero hay quien a estas alturas no sabe ni prender la estufa.
En cierto tipo de familias se acostumbra (incluso en nuestros días) que las mujeres debían servir a los hombres, con énfasis en las labores domésticas que, por supuesto, incluían hacer de comer y hasta servirle en la mesa a sus abuelos, padres, hermanos, hijos.
En otro tipo de familias, de esas “sobreprotectoras”, se han caracterizado por dar todo peladito y en la boca a los hijos (hombres y mujeres), generando así generaciones de “inútiles” (en el buen sentido de la palabra) que no saben valerse por sí mismos.
Y me podría ir de corrido poniendo otros ejemplos de familia donde no se fomenta el desarrollo de habilidades y destrezas, ya no digamos con perspectiva de género para poner un alto a esa cultura machista y patriarcal, sino por supervivencia.
Yo recuerdo que desde muy jóvenes mi mamá nos enseñó a sus tres hijos a cocinar. Fue de las primeras lecciones básicas, entre muchas otras que nos ha dado con el paso de los años.
Como madre soltera, eso de la teoría feminista ni siquiera pasaba por la cabeza cuando apenas daba tiempo para salir corriendo a trabajar, pero a nuestra edad su principal preocupación (y seguro la comparten muchas familias) era que nosotros supiéramos hacernos mínimo una quesadilla para comer por si acaso ella demoraba en el trabajo.
Y es que la alimentación es una de las necesidades básicas de todo ser humano y en nuestra sociedad actual, inmersa en tiempos que van deprisa, poco a poco van quedando atrás los rituales donde las mujeres estaban confinadas a las labores del hogar, incluyendo la cocina, dedicadas a alimentar a los hombres de la casa.
En aquellas familias donde se mantienen estas prácticas hoy vemos adultos que dependen de alguien más para alimentarse (sé de otros casos donde hasta necesitan que alguien encienda el bolier). No saben ni siquiera dónde está el azúcar, el café o la sal en la alacena y preparan café únicamente porque aprendieron a picarle a los botones de la cafetera.
La verdad es que aprender a freír un huevo, calentar una tortilla en el comal, hacerse una quesadilla, un sándwich, un café o aprender a utilizar el microondas no hace a los hombres “menos hombres” y con más mujeres entrando en este espectro, me pongo a pensar en la importancia de desarrollar este tipo de habilidades básicas de supervivencia en un mundo donde la dependencia de alguien más es un “lujo” que solo se pueden permitir quienes, en este mundo que corre tan deprisa, encuentran a una pareja con la que pueden contar.
Esas habilidades, como saber planchar, lavar la ropa, hacer la limpieza y hasta hacer las compras del súper, deberían verse como una enseñanza para la supervivencia que va más allá de si se es hombre o si se es mujer. Ojalá que en esas familias donde aún permea la costumbre se fomentara esta enseñanza. No siempre estarán ahí para sus hijos. No los hagan adultos disfuncionales. Que al menos aprendan a hacerse una quesadilla.