Por: Lucía Dinorah Bañuelos
La población de adultos mayores está catalogada como de alto riesgo ante la pandemia del COVID-19 por el deterioro natural del organismo, por la edad en sí y porque, por lo general, los años también traen consigo diversos padecimientos.
Casi siempre vienen a nuestra mente enfermedades físicas, de esas que se pueden medir en un laboratorio o que se pueden ver en una radiografía, un electrocardiograma o un encefalograma, que si no son curables, al menos son controladas.
Pocas veces nos detenemos y observamos en nuestros propios viejos, sí, esos que tenemos en casa o familiares próximos, con síntomas de esas enfermedades que no se miden de esas formas y que aunque son evidentes, algunos síntomas no los vemos, como la depresión, por ejemplo.
Tendemos a pensar que son uraños por la edad, o que por lo mismo son callados o que lloran… la lista puede ser larga.
Aunque la muerte no es selectiva ni en esta pandemia ni en nada, lo cierto es que el ciclo de la vida del hombre es inevitable y con el tiempo su altivez y fuerza van en declive.
De acuerdo con estudios del Consejo Nacional de Población (Conapo) y del (Instituto Nacional de las Personas Adultas Mayores (INAPAM), actualmente en México hay 13 millones de personas de 60 años y más, es decir, el 10% de la población del país y la primera institución estima que para 2030 habrá 30 millones 365 mil adultos mayores.
Con la pandemia, la dinámica diaria de nuestras vidas (trabajo, casa, amistades, familia, descanso, diversión…) se transformó sin previo aviso, pues de un día para otro todo paró en un esfuerzo de contener la enfermedad y el encierro ha trastornado muchas cosas y nos ha afectado a todos en mayor o menor medida.
Los abuelos no son la excepción y aunque hay quienes lo han manejado de manera excelente, hay otros que se enferman de tristeza y se deprime su sistema inmunológico (dicen los doctores) y son blanco del COVID y de cualquier otra enfermedad y no nos damos cuenta.
Muchos podemos decir que vamos a ver a nuestros viejos para llevarles víveres una vez a la semana, o que les llamamos por teléfono cada cierto tiempo, incluso hay quien puede hablar de cosas más avanzadas como videollamadas o conferencia por equis o ye plataforma digital, pero… ¿realmente hay una conexión con nuestros adultos mayores?
Debemos diferenciar bien entre contacto y conexión. Según tengo entendido, el primero se limita justo a lo que su nombre lo indica, a tener contacto; usted, yo o todos en general tenemos contacto con compañeros de trabajo, amistades, familiares, con nuestros propios hijos, eso implica que podemos hablar con ellos de cualquier trivialidad, pasar un rato agradable tal vez y luego pasar un tiempo indeterminado sin volver a verse y lo que es peor, ni siquiera acordarse de esa persona.
La conexión va más allá, es cuando uno “conecta” con la otra persona, la ve a los ojos, la toca, le pregunta cómo se siente, qué necesita (y uno hace algo para cubrir esa necesidad) y uno “conecta” con el sentimiento de la otra persona y goza con su gozo o sufre con su sufrimiento o dolor.
Solo datos del INEGI revelan que en el país actualmente hay 1.7 millones de personas de 60 años o más que viven solas. Si tomamos conciencia de este tremendo dato, podríamos preguntarnos si estos semejantes aún tienen la capacidad física para moverse por sí mismos, si tienen la lucidez para saber lo que está aconteciendo en su entorno y cómo es que sobreviven.
Solo hoy, martes 8 de septiembre de 2020 en Zacatecas, el Gobierno del Estado reporta 83 nuevos casos de COVID que en total suman 5 mil 973 desde que inició la pandemia, y se lleva una contabilidad de 629 fallecidos, solo de hoy fueron 7, cuatro de los cuales tenían 66, 78, 82 y 88 años.
La pandemia en sí es “desalmada”, no nos unamos a ella, no dejemos que nuestros abuelos padezcan el encierro, la soledad y en el peor de los casos el propio COVID.