Por: Lucía Dinorah Bañuelos
En general, la pausa involuntaria de nuestras actividades rutinarias, debido a la pandemia del COVID-19, me ha servido para hacer múltiples redescubrimientos respecto a temas tan variados y diversos que cada uno merecería una columna por separado.
Solo me ocuparé de uno, aunque tal vez lleve implícito otro, ya que uno no existe sin el otro; me refiero a la escritura y la lectura.
Mi reflexión no va en el estricto sentido académico o laboral, sino en el más sencillo y llano de todos: su uso en la vida cotidiana.
Usted ¿desde cuándo no escribe una carta a mano? Una carta tradicional, de esas que llevan fecha, destinatario, remitente y un cuerpo en el que se expresan todo tipo de situaciones, sensaciones, sentimientos, emociones, ideas, noticias –buenas y no tan buenas–, en fin, una misiva de esas que antaño eran tan esperadas por cientos de personas y que eran motivo de alegrías, aunque también había las no muy agradables.
El vertiginoso desarrollo de la tecnología ha sustituido el uso de muchas cosas y también ha venido a cambiar costumbres; una ventaja del uso de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC), sin duda ni discusión, ha sido que ha derribado las barreras del tiempo en cuestión justamente de la comunicación. Ahora, un mensaje urgente o no, sea breve o extenso, llega en tiempo real, al igual que miles de mensajes cortos que hacemos por ocio o curiosidad.
En fin, quiero dejar de manifiesto que no estoy en contra de la tecnología, esta es una bendición que nos ha facilitado la vida en todos los sentidos, pero también nos ha robado algunos placeres, como el de las cartas manuscritas.
Personalmente creo que la emoción del momento de recibir una carta en un sobre en el que hay estampillas selladas, delatando su procedencia, y de romper el sobre con cuidado de no estropear el contenido no lo iguala nada.
La magia que produce escribir una carta a mano no es la misma que redactar un correo electrónico o enviar un mensaje por cualquier red social; nada se compara con el gozo de escribir en papel los sentimientos que queremos expresar a nuestro destinatario.
Una carta manuscrita es como recibir físicamente los pensamientos de quien la concibió, creo yo en mis románticos pensamientos, porque llevan algo personal del remitente; no solo es su escritura, sino el esmero con que fue redactada cada palabra y hasta el aroma de la mano que la escribió, la textura del papel y los detalles que lleve adicionales a cada letra del contenido.
Por ello, considero que una carta a mano se ha convertido en un lujo por igual para el que la escribe como para el que la recibe, porque actualmente uno no va escribiendo 20, 31 o 58 cartas al día como si fueran mensajes de texto, sino que uno elige a esa persona especial a la que dedicaremos unos minutos para plasmar en papel lo que sentimos, por eso es tan valiosa, personal e íntima.
La escritura sistematizada nos ha facilitado la vida, pero debido a ella es que actualmente muchos estamos perdiendo la habilidad de escribir con una buena caligrafía, derechita y limpia o al menos legible y junto con ello, se va perdiendo en general el gusto por escribir bien, sin faltas de ortografía, con buena sintaxis y gramática, usando correctamente los verbos, los signos de puntuación y haciendo gala de un vocabulario si no vasto, sí lo suficientemente rico para manfestar lo que queremos.
Mi intención no es promover el abandono de los chats y redes sociales, para nada, ¡qué bueno que los tenemos!, pero sí motivar un poco para que arrastremos el lápiz y escribamos una carta para alguien especial, incluso para nosotros mismos.