Por: Eva Gaytán
Han ocurrido un montón de cosas en el país y en el Estado, el gober dio su informe, el Peje dio su informe, Cristina se veía bien linda, la Betty parecía un colchón, Lula ya es secretaria, mi esposo Camberos ya se fue, el avión lo van a rifar el 15, sigue el Covixxx, se manifiestan las gentes y sigue la huelga de hambre.
Osea, en serio tendría como mil cosas pasadas y futuras en las que podría ir a meter mi cuchara, pero hoy no… hoy mejor les voy a platicar de cuando yo era chiquita porque un día fui chiquita y en una de esas y hasta buena gente, mula, pero buena.
Fíjense, queridos lectores, que yo nací en Villa González y tenía dos abuelas: una tejía mucho (nunca me enseñó) y otra rezaba mucho (tampoco me enseñó); yo me fui enseñando solita a algunas cosas, en otras me ayudó la gente que iba conociendo, mis carnales o mi jefa.
Cerca de mi pueblo está la comunidad de San Nicolás, perteneciente a mi pueblo, ahí la fiesta patronal es el mero 10 de septiembre, que es la fecha en la que murió hace bien muchotes años San Nicolás Tolentino.
Ayer hace casi 34 años, me brinqué la barda de la escuela primaria Miguel Hidalgo, en la que me inscribieron porque así lo tenían que hacer. No recuerdo que nadie me hubiera preguntado si tenía ganas de ir a la escuela o si de plano de manera arbitraria como lo hacemos los papás me fueron a sambutir en ese lugar sin sentido.
Pues sí, haiga sido como haiga sido, a mí me refundieron ahí pero en la primera oportunidad que tuve (el primer día de clases) me les pelé, me fui a mi casa y me pusieron una zurra; la mera verdá no me acuerdo si hubo zurra o no, pero casi estoy segura de que así fue.
El castigo fue ejemplar: no me dejaron ir a la fiesta de San Nicolás con mi abuela Luz, la que rezaba, y lloré mucho, de eso sí me acuerdo luego al atardecer el llanto se terminó, mi abuela la que rezaba nunca se puso en contra de la decisión de mi jefa de cancelar el permiso para ir a la fiesta, pero sí manifestó su descontento trayendo para mí una canastita con trastes de barro, cubiertos con un papel celofán, una maquinita de tortear y un paquete chiquito de cazuelitas de madera llenas de cajeta.
¡Me fue mejor! Si me hubieran dejado ir seguro tendría el permiso pero no la lana para comprar las cosas.
Hoy pienso: qué chido! Tuve la oportunidad de tener un primer día de clases en la primaria, tuve la posibilidad de brincarme la barda y de seguirla brincando. La Eva chiquita era una mula, burra y callejera pero que amaba la libertad.
Hoy los pobres chiquillos ya quisieran tener una barda para brincarla y salir a la calle como lo hacíamos hace unos meses.
Vendrán tiempos mejores y ojalá haya un chingo de niños que se brinquen bardas y sus abuelas les compren canastitas con trastes de barro, maquinitas para tortear y cazuelitas con cajeta. Un día se acabará el Covixxx.
Realmente me transporte a esa barda de la escuela Hidalgo y casi me comí la cajeta de las cazuelitas de madera… Que increíble manera de escribir. Gracias!!!
Qué linda eres, Wiii!!!
Se perdió de la bailada por chimpiota…dijera mi abuela
Querida escritora, le deja saludos su amable lectora. Doblemente agradecida por haber compartido esta hermosa historia de la Eva Chiquita!