Si bien la organización sindical es un derecho ganado por los trabajadores, como una manera de protegerse ante los abusos de los patrones, la verdad es que esa legítima aspiración dejó atrás -por mucho- los idearios que les dieron vida y el poder exacerbado que tienen ha hecho de estas organizaciones un lastre si no es que para la nación entera, sí para los mismos trabajadores.
Los sindicatos se remontan hasta 1864 en Londres, Inglaterra, donde se creó la primera Asociación Internacional de Trabajadores (AIT), catalogada como la primera central sindical mundial de la clase obrera; ese año se reconoce en Francia el derecho a huelga como uno de los derechos fundamentales del individuo y en 1884 se reconocen los sindicatos obreros en Francia.
En México, los sindicatos nacen tras el triunfo de la Revolución Mexicana y fueron consagrados en la Constitución de 1917, aunque fue hasta 1931, con la promulgación de la Ley Federal del Trabajo, que se dio protección a los trabajadores.
Desde entonces hasta hoy al menos hay registrados 3 mil 347 sindicatos del fuero federal ante la Secretaría del Trabajo y Previsión Social (STP), las entidades llevan su propio registro.
Los hay de todos tipos y tamaños, el más antiguo data del 22 de septiembre de 1931 que corresponde a la Orden de Capitanes y Pilotos Navales de la República Mexicana.
Actualmente hay sindicatos gremiales, de empresa, industriales y hasta de oficios, más en el ámbito público que en el privado.
Los más grandes y poderosos de México son la Confederación de Trabajadores de México, el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación y el Sindicato de Trabajadores Petroleros de México, sin perder de vista los sindicatos mineros… también figura, por el número de aglutinados, la Asociación Nacional de Actores.
Sobre el origen o historia de los sindicatos se pueden escribir libros enteros, desde análisis, historias de México y el mundo, estadísticas, las grandes estafas, líderes fraudulentos, tragedias, etc.; cada autor dirá lo que le interese, pero hoy mi reflexión será sobre los abusos de poder, la negligencia, el compadrazgo y la complicidad que afectan directamente al trabajador en su fuente laboral, de esas “pequeñas grandes” diferencias con la sque es tratado un trabajador sindicalizado del que no lo es, empezando desde el sueldo y prestaciones y terminando por la tarea en sí que cada uno desempeña.
No es secreto que en todas las dependencias de gobierno de cualquier nivel hay sindicatos y sindicalizados y que casi siempre los que llevan el peso de las tareas cotidianas son los no sindicalizados, por los mal entendidos logros sindicales.
De esta manera vemos (como algo normal) que un maestro miembro de algún sindicato trabaje dos plazas (matutina y vespertina) para ganar doble sueldo, dobles prestaciones, dobles bonos, doble aguinaldo insultante y por supuesto, doble jubilación o retiro en detrimento de decenas de nuevos egresados de las normales que trabajan bajo contrato, sin prestaciones y con salarios vergonzosos, que se quedan desempleados o en el subempleo.
O a trabajadores del IMSS heredando plazas a parientes, aunque no tengan el perfil para desempeñar las funciones que se les demanda.
Igual vemos en la iniciativa privada cómo entran a determinada empresa quienes tienen el visto bueno del sindicato, sin importar si tienen la capacidad de desempeñar lo que se requiere.
Habrá quien salte y diga “pero justamente es el sindicato el que no deja que nos corran sin justificación, que hace que mejoremos condiciones laborales, que impide que la patronal contrate gente a su contentillo y no nos maltraten”. Cierto, pero ¿por qué no usan ese poder también para que todos trabajen parejo, para impedir abusos y para exigir a quien se ampara en esos derechos a que cumpla con sus obligaciones?
Es realmente denigrante, triste y preocupante que gente que no solo tiene una excelente preparación académica, sino también la capacidad de razonamiento, honradez y sentido de la responsabilidad (aunque se dude, sí hay gente con todos esos atributos) terminen en el subempleo (comercio informal, mano de obra barata en maquiladoras, choferes de carros alquiler, etc.), porque no conocen a nadie en determinado sindicato o porque se “les relegue” como sobrecalificados para algún puesto.
Y luego nos quejamos de que no hay trabajo, cuando la verdad es que sí hay, y mucho, pero con salarios irrisorios con los que nadie sin hacer malabares puede sobrevivir, pero esas plazas de empleo son jugosos y poderosos botines políticos de los líderes sindicales.
Así es amiga. Una gran pena que ahora sean la mayoría para impulsar las plataformas políticas.