Este jueves amanecimos con la noticia de que la poetisa estadunidense Louise Glück fue la ganadora del Premio Nobel de Literatura 2020. Y lo primero que pensé fue: “sepa quién será”. Lo segundo que pensé fue: “vaya, fue una mujer en esta ocasión”. Y lo tercero que pensé fue: “al menos no ganó Murakami”.
He de confesar que antes me sentía mal, terriblemente mal, cada vez que se revelaba el nombre del ganador del Nobel en esta categoría y yo quedaba en blanco porque nunca había escuchado siquiera su nombre. Me sentía en la ignorancia absoluta y sería por vanidad, por ego, por no quedarme atrás, por cualquier razón, pero en ese momento me dedicaba a buscar qué habían escrito para leerles y tener elementos para entrar en las discusiones “elevadas” de las “vacas sagradas”.
Hace tiempo que dejó de preocuparme si conozco a tal o cual galardonado con algún premio. Lo peor: preocuparme si les he leído o no. Y es que como egresado de Letras, uno debería tener el deber moral, ético y profesional de estar al tanto del mundo de las letras, porque de otra forma uno estaría deshonrando a su profesión (más cuando, como yo, se trata de un escritor) y aunque creo que es necesario leer de todo para abrir nuestro razonamiento a otras posibilidades, tampoco creo que la imposición de lecturas sea una solución.
Hace muchos años, hará cosa de dos décadas, tuve un profesor en mi primer año de preparatoria. Era abogado de profesión, aunque impartía clases de Historia y Literatura. En aquel entonces la mayoría de sus alumnos a lo mucho habríamos leído uno o dos libros, aunque había sus excepciones. Recuerdo que un día nos dejó como tarea investigar la biografía de los últimos tres galardonados con el Premio Nobel de Literatura, transcribir algunos fragmentos de su obra y el listado completo de los ganadores de este premio desde que fue creado.
En aquellos tiempos el uso del internet era un lujo y el buscador de Google era de lo más rudimentario que se pueda imaginar, así que muchos nos aventuramos por primera vez a investigar en la entonces Biblioteca Mauricio Magdaleno, ubicada en lo que hoy es la Casa Municipal de Cultura “Roberto Cabral del Hoyo”. Así fue que conocí a la polaca Wislawa Szymborska, ganadora del Nobel en 1996, y me enamoré de su poema “Bajo una pequeña estrella” (traducción de Elena Poniatowska).
De los otros dos galardonados de quienes debíamos investigar vida y obra ni siquiera recuerdo sus nombres. Tampoco es que me quite el sueño, sin embargo, me pregunto ¿qué he aprendido con el tiempo de esa experiencia en mi adolescencia? Aprendí que los libros nos encuentran en el momento que deben, como una especie de destino, y se muestran ante nosotros como si fuesen una epifanía que cambió algo en nosotros.
Hoy que sabemos que Louise Glück es la ganadora del Nobel de Literatura, sentí algo parecido a lo que tuiteó Margo Glantz: “no sabía quién es”. Saberse ignorantes también es de sabios, pero quedarse en la ignorancia no es bueno. Pienso que llegará “el momento” de encontrarme con la escritura de Louise Glück, tal como me ocurrió con Wislawa Szymborska (a tal grado que con el pasar del tiempo no he olvidado siquiera cómo se escribe su nombre).
¿Quién puede saber si será una epifanía como en el caso de Wislawa o si será un desencuentro como me ocurrió con los premios Nobel de quienes ni siquiera puedo recordar su nombre? Ya el tiempo lo dirá. Al menos ganó una mujer. Al menos no ganó Murakami. Al menos estoy vivo y tengo la oportunidad de descubrir la literatura de Louise Glück.