Pues llegó un nuevo gobierno que se autoproclama como la Cuarta Transformación del país y que entre sus metas estaba hacer justicia a las causas sociales, causas como el tener un trabajo digno, que hoy más que nunca, en medio de la pandemia, se ha vuelto uno de los principales reclamos.
La llegada de Luisa María Alcalde Luján a la Secretaría del Trabajo y Previsión Social (STPS) despertó muchas dudas respecto a su capacidad para el cargo que se le confería debido a su juventud, pero muy pronto dio muestras de que sabía de lo que hablaba y muchos le secundaron en sus propuestas, incluyendo los grandes empleadores.
Se dieron los primeros pasos, vino la negociación del TMEC que exigía mejores condiciones laborales para estar en condiciones de competitividad frente a Estados Unidos y Canadá y así se impulsaron reformas que devinieron en el nuevo sistema de Justicia Laboral, que en Zacatecas se pondrá en marcha en noviembre de este año.
El gran problema es que la oferta laboral con ingresos más altos es muy reducida (ya no hablemos de todos los vicios que hay a esos niveles, desde las palancas, el compadrazgo, los compromisos políticos y hasta haber egresado de escuelas carísimas con profesores formados en instituciones públicas) y de la “amplia” oferta que hay para los que no tienen ya no digamos una licenciatura, sino la preparatoria terminada, se enfrentan a puestos con salarios irrisorios (hasta deberían ser delito), sin un control en los horarios laborales, sin seguridad social, sin prestaciones y a veces hasta sin día de descanso.
Pero también se mantienen prácticas que resultan hasta indignantes, pues en algunos casos hasta exigen que sean mujeres, jóvenes, de entre tal y tal edad, solteras, sin compromiso, sin hijos, sin estado de embarazo (y sin planes para embarazarse en un buen tiempo), que den “buena imagen” (expresión utilizada en lugar de “esbeltas”, “atléticas”, “no gordas”) y con disponibilidad de horario… sin contar que los tiempos de traslado al trabajo y otras “minucias” que no importan a los empleadores.
Bajo estas condiciones, resultan tan chocantes las expresiones (o publicaciones) que romantizan la pobreza en una idea de “superación” pese a la adversidad, legitimando el dicho de que “el pobre es pobre porque quiere”, aunque en el fondo se trata de un problema estructural y de cultura laboral donde “ponerse la camiseta” equivale a explotación laboral legitimada por buena parte de la sociedad (y muy arraigada en algunas generaciones).
Con este escenario parece una utopía aspirar a un empleo con horario más o menos fijo, que te permita el tiempo para atender asuntos personales o familiares, continuar con tu preparación académica si así lo deseas o emprender un proyecto que te brinde satisfacción personal, o incluso tomar la decisión de formar una familia o tener hijos.
No se trata de tener la piel delgada, ser una “generación de cristal” o querer todo peladito y en la boca. Resulta que tenemos una Ley Federal del Trabajo que poco o nada se respeta y muchos hacen como si no existieran tales violaciones. Se trata de aspirar a un trabajo digno y trabajar con dignidad. Pagar lo justo por un trabajo realizado. Si este cambio no es parte de la Cuarta Transformación, de poco habrá servido cambiar de régimen y de partido.