Hace unos días, Ricardo Sheffield, Procurador Federal del Consumidor, se aventó una mañanera en la mañanera del Presidente Andrés Manuel López Obrador, al recomendar que la gente mejor debería comprar un libro en lugar de una botella, porque según él la venta de bebidas alcohólicas había incrementado hasta 20% en comparación con la edición del Buen Fin del 2019.
Así textual dijo: “Ha aumentado la venta de alcohol, mejor cómprense un libro, que dura más que una botella”. Y a lo mejor tiene razón, un libro puede durar más que una botella, pero no cuesta menos y eso se ha debido en gran parte a la política fiscal emprendida contra la industria editorial, pues es bien sabido que un pueblo donde no hay lectores es más fácil de manipular.
Aunque el tema va más allá. La verdad es que la industria editorial es un monstruo donde las grandes cadenas de librerías acaparan los mercados y dejan en desventaja a las pequeñas librerías, con precios aún sin regulación ni uniformidad, sin olvidar el alto pago de impuestos para las editoriales (y librerías) que incrementa, en consecuencia, el costo final de los libros.
Y en esta cadena de afectaciones no solo pierde el consumidor final; también toda la cadena involucrada en el proceso de un solo libro: autores, correctores, editores, diseñadores, mercadólogos, impresores, editoriales, talleres de impresión y encuadernación, distribuidores, vendedores, librerías y todo un sector que produce la materia prima para elaborar un libro, como las fábricas de papel y cartón, las industrias químicas que elaboran las tintas y pigmentos, sin olvidar a quienes se encuentran en el sector primario que es de donde se obtienen todos estos insumos.
Es un tema que requiere mayor análisis que aventarse una frase mañanera como la del titular de la PROFECO. Habrá quien pueda decir que hoy el Fondo de Cultura Económica (FCE), hoy dirigido por Paco Ignacio Taibo II, cuenta con un catálogo de títulos que pueden adquirirse por 50 pesitos, un catálogo de no más de 100 títulos donde casi no figuran nombres de escritoras y, aún así, en los Oxxos ahorita tienen promoción de tres cheves por 46 pesos (ya los fifís comprarían el paquete de tres cheves por 51 pesitos). O sea que sigue saliendo más barato comprar alcohol que un libro.
Tan solo el último libro de Andrés Manuel López Obrador “A new hope for Mexico”, editado por OR Books en el 2018, tiene un costo de entre 616 y 730 pesos. ¿Cuántos six de Tecates me puedo comprar con esa lana? ¿Cuántas botellas de Concha y Toro o de Las Moras? ¿Cuántas de mezcal, tequila o vodka? ¿Cuántas caguamas ajusto con esa lana?
Porque es claro que incluso durante la pandemia por el COVID-19, el gobierno dio prioridad a ciertas actividades consideradas esenciales para continuar con su actividad, entre ellas la industria cervecera y la de elaboración de bebidas, pero durante las medidas de confinamiento (al inicio de toda esta pesadilla sanitaria) se obligó a cerrar a las librerías y bibliotecas, de cualquier tamaño, porque no eran consideradas esenciales a pesar de que un libro bien podría haber entretenido más a la población en sus hogares que la tentación de un six que seguía vendiéndose en cualquier tienda.
Decir las cosas así porque sí, sin antes estar informado sobre las implicaciones de lo que se va a decir, y más ante una audiencia tan grande como la que implica la conferencia matutina del Presidente, implica más responsabilidad de las autoridades.
Baste decir que gracias a los agresivos impuestos a la industria editorial y los monopolios de las grandes cadenas de librerías, donde ni siquiera existe una regulación sobre el costo de los ejemplares, el costo promedio de un libro en México equivale aproximadamente a un salario mínimo. Eso significa que una persona tiene que trabajar todo un día para poder comprar un libro, pero si agregamos todos los gastos de la vida cotidiana para los cuales no es suficiente un salario mínimo, ¿con qué ojos nos enfocamos en pedir que la gente priorice la lectura?
Bajo esta dinámica, el acceso a un libro es un privilegio del que no todos pueden gozar. En cambio, un six de cheves lo puede comprar hasta un menor de 10 años sin problemas. Y ya vimos que incluso durante una Ley Seca, siempre hay formas de conseguir alcohol, mucho más fácil que comprar un libro.