A veces uno no espera nada de nadie para no decepcionarte y aun así logran decepcionarte, como diría el pequeño Dewey de “Malcolm in the Middle”, y eso fue lo que me ocurrió este fin de semana con el anunciado estreno de “La Infamia”. Casi una hora de mi vida perdida en un gran spot de propaganda política, como si los spots que a diario escuchamos en radio y televisión no fueran suficientes. Lo bueno que era gratis.
La verdad es que fanático lo que se dice fanático del cine no soy. Me gusta seleccionar lo que veo a partir de críticas o recomendaciones, o porque el trailer me atrajo, o incluso porque en tal o cual filme aparece determinado actor o actriz de quien conozca su trayectoria.
Y como en la música, también en el cine hay que ver un poco de todo para enriquecer nuestro panorama. Un poco de drama, de ciencia ficción, de comedia hollywoodense, de “cine de arte” e independiente, cortometrajes, animaciones, filmes para el público infantil, series y hasta documentales. Y entre más géneros veamos, más se enriquece nuestro panorama.
Confieso que tengo una inclinación particular por los dramas, como “The Hours”, dirigida por Stephen Daldry, que para mí ha sido una de las mejores adaptaciones cinematográficas de un libro, con actuaciones que incluso en su silencio llegan representar el silencio de los personajes narrados en la novela de Michael Cunningham.
Pero también me decanto por “Un long dimanche de fiançailles”, de Jean-Pierre Jeunet (el mismo de “Amélie” o “Delicatessen”); “The Color Purple” (Steven Spielberg); “Elsa & Fred” (un hermoso melodrama entre adultos mayores, con las maravillosas interpretaciones de China Zorrilla y Manuel Alexandre); o “Todo sobre mi madre” del gran Pedro Almodóvar.
Y por supuesto que también me encanta la saga de Harry Potter, del Señor de los Anillos, de los Juegos del Hambre y hasta las clásicas películas de cuentos de Disney, pasando por la saga de Resident Evil, REC, Hostal, El Exorcista, Halloween, Destino Final; sin olvidar recreaciones históricas o mitológicas como “Troya”, “Hypatia”, “Furia de Titanes” (la clásica, con incipientes efectos visuales) y hasta “Ben-Hur” o “Corazón valiente”.
Muchísimos otros filmes podría incluir en un largo listado de todo lo que he podido ver, las buenas y malas experiencias, incluso hasta detalles más específicos como la fotografía (“Roma”), la música (John Williams y Hans Zimmer están entre mis favoritos), los efectos de sonido, los efectos visuales, el guión original o adaptado (“Spotlight” o “Crash”, por ejemplo), las campañas de marketing (cómo olvidar que esta fue la base del éxito de “The Blair Witch Project”), entre muchos otros.
Pero sin duda la categoría de documental merece una mención aparte. A diferencia de lo que estamos acostumbrados a ver en el cine (o más recientemente, en plataformas digitales como Netflix, Disney+ y demás), que es más una ficción creativa o ficción no creativa (como le llamamos en literatura), el documental atiende más a la veracidad por encima de la verosimilitud (sin dejarla de lado) y eso plantea en el espectador no solo la capacidad de que algo pueda pasar como “creíble”, sino que también siembra hipótesis respecto a los hechos narrados que invitan a ahondar en el asunto.
Y aunque el documental también tiene varios géneros (algunos de los cuales emplean recursos de ficción como las otras categorías cinematográficas), confieso que mi lista de lo que he visto es corta. El documental que más recuerdo es “Bowling for Columbine” (“Masacre en Columbine”), del director Michael Moore y que ganó un Oscar hace ya varios años.
En este documental (más apegado a la teoría de lo que debe ser un documental), el propio director funge como narrador de los hechos acontecidos en una escuela de Columbine en 1999, un tiroteo con varias víctimas, y va intercalando esta narración con diferentes entrevistas a personas que de una u otra forma estuvieron involucradas, incluyendo al cantante Marilyn Manson, acusado por un sector de la población de promover “matanzas” entre jóvenes estudiantes.
Lo interesante de este documental es que, aunque el espectador no tenga el referente completo sobre estos hechos (incluso desconociéndolo), poco a poco se va haciendo una idea de lo que aconteció y las causas que originaron esta masacre, y se forma su propio juicio a partir de las diferentes voces entrevistadas, pues se ciñe a un rigor periodístico que busca no solo una parte de la historia, sino que trata de dibujar el panorama lo más completo posible.
Sobre estos mismos hechos, Gus Van Sant nos ofreció “Elephant” en el 2003 como una recreación fílmica de la masacre en Columbine narrada a partir de los jóvenes que se encontraban en la institución cuando ocurrió la matanza. A diferencia del documental de Michael Moore, “Elephant” se vale de la ficción para interpretar lo que solo quedó documentado en las cámaras de seguridad.
Apela a la verosimilitud por encima de la veracidad, pues en su narrativa plantea una hipótesis y una interpretación respecto a las causas que pudieron originar estos hechos (incluyendo la homosexualidad de sus protagonistas, pero eso ya es un elemento característico de los filmes de Gus Van Sant).
¿Es más real lo que nos ofrece Michael Moore que la propuesta de Gus Van Sant? No, porque no hay punto de comparación entre ambos géneros. Únicamente podríamos hablar de grados de veracidad y verosimilitud y, en este caso, el planteamiento de Michael Moore es más acertado si lo pensamos como una radiografía de esos hechos, sin llegar a interpretarlos. En cambio, lo que nos ofrece Gus Van Sant es más una interpretación de los hechos y eso nos aleja de la veracidad, más allá de la verosimilitud, pues el espectador verá los hechos narrados desde los ojos del intérprete.
Y eso es un solo ejemplo de los muchos que podemos encontrar. Incluso en Zacatecas recientemente tuvimos un ejemplo de lo que es el cine documental, con “Bracho, la serie”, dirigida por Carlos González y donde a través de varios capítulos vamos conociendo el origen y el desarrollo de esta tradición zacatecana que nos fue heredada de los españoles.
A diferencia del ejemplo de la masacre en Columbine, “Bracho, la serie” es un documental en el que se apuesta a la recopilación de información como una forma de rescatar esta tradición y difundir su riqueza de manera audiovisual, sustentada no solo en documentos, sino también en testimoniales de quienes participan. A lo largo de los capítulos mantiene su premisa y al espectador se le ofrece como una secuencia cronológica lineal.
En cambio, “La Infamia” es una mezcla de muchas cosas, como un híbrido raro, y la musicalización tampoco ayuda mucho. En los primeros minutos se plantea una premisa (la infamia que vivió una familia por hechos acontecidos hace varias décadas a partir de noticias falsas para impedir su participación en la vida pública de Zacatecas), pero esa premisa se cae mucho antes de que aparezca el título del ¿documental?
Durante casi una hora traen al espectador entre lo que supondríamos que es la adaptación fílmica de “La Infamia”, el libro del senador Ricardo Monreal Ávila publicado este año, pero también lo envuelven en la narración de una genealogía familiar y sus vivencias en torno a lo que se ha llamado “la cultura del esfuerzo”, y todavía le intercalan con pasajes de un David Monreal haciendo planteamientos como si fuera un plan de gobierno, que fuera del contexto del ¿documental? podrían ser considerados actos anticipados de campaña, tomando en cuenta que nos encontramos en pleno proceso electoral 2020-2021.
Al final uno como espectador ya no sabe si vio una adaptación fílmica de “La Infamia”, si le sangraron los ojos por la romantización de la pobreza al estilo de los melodramas tipo “Nosotros los pobres”, “Ustedes los ricos” o “Los ricos también lloran”; o si de plano nos chutamos un mega spot de campaña electoral de casi una hora de duración, eso sí, con una fotografía de gran calidad, aunque más allá de ver la belleza del campo fresnillense, uno se queda con la sensación de “¿y qué más?”, sin llegar a identificar del todo cuál era la finalidad del ¿documental?
Lo bueno que fue gratis y no tuvimos que pagar una suscripción a Netflix, Disney+, YouTube o esas plataformas, donde sí podemos encontrar material diverso y seguramente más enriquecedor, como “1994”, la serie documental sobre el asesinato de Luis Donaldo Colosio, o “Las tres muertes de Marisela Escobedo”, donde incluso se entrevista al hoy magistrado Arturo Nahle por el asesinato de la activista en la búsqueda del asesino de su hija. Para spots electorales, ya tenemos suficiente con lo que empieza a inundar las estaciones de radio y los canales de televisión, y toda la propaganda que están pagando diferentes políticos para promoverse en las redes sociales (o en revistas musicales internacionales).