Hablar de corrupción es hablar de un tema escabroso, espinoso y muy peligroso.
Tristemente la deshonestidad no es privativa solo de las esferas gubernamentales, en todos sus niveles, sino en todos los quehaceres del hombre desde que el hombre es hombre, baste con recordar aquel pasaje bíblico en el que el hermano menor (Jacob, si mal no recuerdo) se aprovecha del cansancio y apetito de su hermano mayor (Esaú) para tramposamente hacerse de la bendición de su padre como su primogénito, calculando fríamente el siguiente acto de corrupción: engañar a Isaac, su progenitor, prácticamente ciego.
Y así podríamos seguir con una larga lista de historias plasmadas en antiguos libros o que han pasado en la tradición oral de los pueblos de todo el mundo, en las que se señalan un sinfín de ejemplos de deshonestidad, trampas, robos, abusos y todo aquello que derive de la corrupción.
El punto es que aunque se hagan grandes esfuerzos por ocultarla es innegable su existencia en este hermoso y basto país y en cualquier nación del planeta, desde grandes historias como la famosa caída del sistema en 1988 cuando, presumiblemente Cuauhtémoc Cárdenas (PRD), le llevaba ventaja a Carlos Salinas (PRI) en las elecciones presidenciales o la clásica y casi desapercibida historia del padre de familia que aconseja a su hijo que diga que tiene menos edad para no pagar un boleto o para pagar menos.
En México la corrupción no es la firma exclusiva del partido político X o Y, no es algo que por arte de magia o por decreto presidencial haya desaparecido y eso lo vemos todos los días con pequeños o grandes filtraciones, descubrimientos y rumores, muy a pesar de todos los que defienden al actual gobierno.
No pretendo defender ni hacer el caldo gordo a los opositores del actual régimen, sencillamente quiero expresar que para el pueblo, el que todos los días sale a trabajar para sostener la pirámide del capitalismo, esos hombres y mujeres que se acercan a los verificadores de precios para comprar estrictamente lo que necesitan y cuentan hasta los centavos para que les alcance a pagar, a ellos les da igual si gobierna el verde, azul, rojo o amarillo; para esa mayoría nada ha cambiado y lastimosamente ni les sorprenden las noticias (si las ven, oyen o leen) de los desfalcos, robos o desviaciones millonarias del erario.
Ha quedado de manifiesto ya que la corrupción existe en este gobierno como en los otros, aunque en el discurso se diga otra cosa, aunque haya miles que aún se rasgan las vestiduras por el honor de servir (aunque también ya no todos los «deslumbrados» con tanta promesa de campaña).
Lo peor del caso es que no existe la madurez para al menos portarse políticamente correcto o a la altura, ni en los hechos ni en las acciones. Los gobiernos siguen fingiendo cumplir, compran voluntades con dádivas, pero no resuelven problemas y descaradamente culpan a sus antecesores de todo cuando ellos sabían el estado que guardaba la Nación y aun así lucharon por llegar a la grande.
Creo que la corrupción en los gobiernos terminará cuando los ciudadanos estén informados y sepan diferenciar el bien y el mal y lo más importante se atrevan a denunciar sin miedo a represalias de ningún tipo.Mientras no lo hagamos los gobiernos fingirán que ayudan cuando en realidad es una treta bien planeada para hacer creer que apoyan a sus estructuras políticas, pero los roban al no darles lo que prometieron o que les pregunten a los Servidores de la Nación, los Jóvenes Construyendo el Futuro o don Manuel, que falleció a los 83 esperando la ayuda que tanto le prometieron. Esperó, pero nunca llegó.