Hace poco más de un año frente a la subdelegación del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) varias mujeres montaron una carpa e instalaron su puesto de tamales. No era la gran cosa: dos mesitas, dos sillas y cuatro vaporeras. Si había suerte, también ofrecían un poco de atole de masa (champurrado).
Eran cuatro mujeres, todas cubriéndose el cabello, siempre acompañadas por una joven con discapacidad. Al principio uno les veía instalarse desde las 8 de la noche en punto y cuando bien les iba levantaban el puesto ya cerca de las 11 o 12 de la noche. Siempre se les veía los miércoles, jueves y viernes.
Pasaron las semanas, los meses, y de pronto los clientes se multiplicaron. Su constancia les llevó a colocar más mesas, preparar más vaporeras, llevar cuatro tambos de atole y cada vez parece que no se dan abasto con la demanda. Desde las 7:30 de la noche uno puede ver que ya hay una larga fila de personas que buscan consumir sus tamales (que acá entre nos, están súper deliciosos, con mucha variedad, para todos los gustos, y hasta de mejor calidad que los famosos tamales de Tacuba).
La contingencia claro que les afectó. En abril, cuando se endurecieron las medidas de confinamiento, era raro ver pasar a la gente, aunque todavía acudían algunos clientes. Se aplicaron, se llevaron cubrebocas, guantes, lentes de protección, gel alcoholado, marcaban con cinta los espacios de sana distancia para hacer fila y por un tiempo siguieron con su negocio, hasta que el Ayuntamiento de Guadalupe les dijo que ya no se iba a poder.
Esa esquina frente a la subdelegación del IMSS lució vacía un par de semanas. Cuando corrió la voz de que habían vuelto a su sitio, pronto se dejaron caer los clientes que añoraban su sazón. Esos días casi lloraban del gusto. Es su único sustento. Es el único ingreso que les permite comprar los medicamentos para su familiar con discapacidad y mantener a los demás.
Este año la pandemia ha dejado muchas lecciones como esta que nos hacen reflexionar (cuando hay la mente abierta para reflexionar) sobre la importancia del trabajo digno, pero también de lo preocupante que resulta el tener que realizar dos o tres actividades para compensar los ingresos en el hogar.
Compañeros de los medios, como Alejandro Castañeda, de NTR, también decidieron emprender. Él tiene su puesto de taquitos estilo lagunero en Gavilanes y con constancia ha podido ir creciendo a tal grado que ya iniciará con pedidos a domicilio.
Nuestra propia diseñadora de Lalalá News, Daniela Gómez, también abrió su negocio familiar de carnitas y poco a poco su sazón les ha ido recomendando hasta ampliar su oferta de productos. Y vaya que tienen un sazón muy peculiar, a tal grado que hace unas semanas una amiga me las recomendó, sin saber que fui de los primeros en probarlas.
Así hay muchos ejemplos, desde aquellos que empezaron a vender por catálogo, por internet, quienes se adaptaron a la Nueva Normalidad para ofrecer clases a distancia, asesorías remotas, servicios de consultoría, traducciones, correcciones de estilo, hacer periodismo de investigación y hasta su propia cuenta de OnlyFans para pagar sus cuentas.
Varios conocidos también han perdido su fuente de trabajo. Atraviesan crisis, pero siguen adelante, como muchos de nosotros. Y hasta podrá parecer que se “romantiza” la pobreza al poner ejemplos de cómo el trabajo ha hecho que las familias se superen, pero es parte de nuestra cotidianidad. La precarización laboral, con todo lo que ha implicado esta pandemia, nos ha afectado de muchas formas como sociedad.
Ahora que se acerca el Buen Fin me pongo a pensar cuántas personas de verdad consumirán local y cuántas se dejarán llevar por las ofertas en internet, por la propaganda que nos atasca en redes sociales y hasta en el correo electrónico o en los espectaculares de las grandes cadenas.
Pensemos si esa gran empresa a la que compraremos un producto no es de las que debe impuesto a Hacienda. Tal vez el changarrito del conocido, del amigo, del vecino, es más efectivo para reactivar la economía. Si consume en este Buen Fin, piense de qué manera impactará su consumo en los ingresos de otras familias. A veces la mejor publicidad es la de boca en boca.