No soy muy afecto a las grandes celebraciones, ni siquiera de mi propio cumpleaños. Cuando intenté festejar con buen número de invitados, las cosas no fueron como lo planeado y en general terminaron mal. Me he sentido más cómodo en pequeños círculos de no más de cinco personas, las de confianza, porque así todos podemos participar de la misma conversación.
Han de pensar que soy muy aburrido y la verdad sí. Desde hace años soy de las personas que prefiere tomar el café a solas por la madrugada, el momento propicio para escribir porque predomina un silencio que te permite escuchar tus propias ideas. Con el tiempo, y mi tendencia al autosabotaje en las relaciones sociales y amistosas, aprendí a estar solo, conmigo mismo, que es muy diferente a la soledad.
Salir a tomar un café (lástima que el San Patrizio cambió su ubicación original), una copa, una caguama, ir a un restaurante o tomar una larga caminata de más de 8 kilómetros, son algunos ejemplos de lo que aprendí a hacer sin compañía, lo que no me impedía seguir conviviendo con otras personas bajo la misma dinámica.
Pero las celebraciones me causan conflicto. Será que desde hace años tengo claustrofobia y no me agrada ver a tanta gente alrededor mío. Tal vez por eso evito salir al Centro Histórico en Semana Santa o a partir del 15 de diciembre, cuando caen los aguinaldos y las calles se desbordan en una euforia consumista, aprovechando las festividades de fin de año.
Normalmente la cena de Nochebuena la pasamos en familia, un pequeño círculo de ocho personas que con el tiempo se ha ampliado, aunque la dinámica sigue siendo la misma. A veces nos hemos reunido desde temprana hora para pelar papas, rallar queso, picar verduras, cocer pasta y mariscos y el horno ha permanecido encendido por horas con una variedad de platillos que solo se ve una vez al año.
Sabe por qué será que en México se acostumbra tener una cena de Nochebuena en abundancia, aunque el resto del año sea más difícil tener asegurado el pan de cada día. Y cómo olvidar el recalentado, con tuppers y tuppers que permanecen en el refrigerador hasta pasado el 6 de enero.
La verdad es que en México las familias se demuestran afecto a través de los alimentos y para muchos, la Nochebuena es la noche más importante del año porque se reúnen los miembros para demostrarse el afecto que no se han podido demostrar durante el año. Es también una noche de reflexión, de dar gracias por lo que nos ha dejado el año y también de mostrarse optimista ante el año que se acerca.
Pero este 2020 será diferente. Hay un virus que ha afectado a muchas familias, que pasarán una Nochebuena con sillas vacías, mientras otras, en su abundancia, ignorarán las medidas sanitarias para evitar contagios. Eso podría llevarles a que sea la última Navidad juntos, aunque probablemente piensen que “de algo nos tenemos que morir”, como piensa Ricardo Salinas Pliego.
Ni qué decir de la noche de Año Nuevo. Como si el 1 de enero del 2021 automáticamente y por arte de magia este virus fuera a desaparecer, en un “borrón y cuenta nueva”, pero el virus seguirá y seguirá y posiblemente iniciemos el nuevo año con estadísticas de miedo que se sumarán a una difícil situación económica como históricamente se ha registrado cada mes de enero.
A mí sabe qué me da de pronto ver historias en redes sociales compartiendo tanta fiesta y eso que apenas inician las celebraciones por el fin de año. Uno qué más quisiera que compartir esa euforia, pero no es momento ni tampoco es que sea muy afecto a las celebraciones.
De hecho la noche de Año Nuevo tiene varios años que prefiero pasarla solo en mi hogar, escuchando música y pisteando. Rara vez me acompaña alguna amistad, por lo regular es una noche que reservo para estar conmigo y ya. Tal vez esta pandemia hizo más evidente la dependencia de las relaciones sociales para evadir estar con nosotros mismos. ¿Tanto miedo nos damos?
Miedo deberíamos tener de que este virus nos arrebate a esos familiares con los que pretendemos pasar la Nochebuena o la noche de Año Nuevo. Miedo saber que los hospitales se van saturando con el paso de los días y que el personal de salud, en su agotamiento, podría no ofrecer la atención que requieren los nuevos pacientes. Miedo saber que se perdió el miedo a la pandemia o que ya da igual.
Como siempre amigo!! una excelente narración de tus experiencias y lo que acontece a tu alrededor, te mando un fuerte abrazo y mis mejores vibras, felices fiestas.
Atte Alejandro J Castillo (Freshe)