El oficio de escritor

Si David Monreal puede publicar un libro, puedo pensar que cualquier persona con un teléfono puede ser fotógrafo o periodista. A tal grado se denigra hoy el noble oficio de escribir, que cuesta preparación y mucho empeño para tocar puertas y lograr que alguna editorial publique tu trabajo.

Desde que Gutenberg inventó la imprenta se podría decir que se “democratizó” la escritura, un oficio que durante miles de años estuvo reservado para grupos muy reducidos y que en diferentes culturas y momentos de la historia recibieron varios nombres.

Durante los siglos XVIII y XIX el oficio de escribir aún era “de élite”. Si se tenían los recursos, se publicaba. Si se conseguía a un mecenas, se publicaba. De lo contrario, aquellos manuscritos se perdían hasta que alguien, por azares del destino, se encontrara con ellos, pero incluso en los siglos XX y XXI la dinámica de publicación de libros ha sido complicada.

Tuvieron que surgir los premios literarios, los juegos florales y demás certámenes para abrir la posibilidad de que un escritor sin los recursos suficientes publicara sus textos, concursos que además otorgaban honor y prestigio al laureado (o laureada), o algo así, porque con el tiempo solo contribuyeron a crear “vacas sagradas” que, en algunos casos, llegaron a corromper el oficio de escribir.

Publicar por compadrazgo, publicar textos plagiados, publicar porque se tenían los recursos, publicar porque habría coedición con el gobierno o alguna institución “de alto pedo”, publicar porque un texto fue seleccionado como parte de un catálogo…

Todo esto ha construido la dinámica de las publicaciones en el último siglo, pero conforme pasa el tiempo se han perdido los criterios para publicar los textos que reúnen condiciones mínimas de calidad.

Y aún falta agregar la dinámica de los libros digitales, porque con estas herramientas, hoy prácticamente cualquiera puede publicar un libro: sin corrección de estilo, sin edición, sin dictamen de calidad, sin registro de propiedad de autor, sin el aval de una editorial o institución que avalen que se trata de un texto con el rigor que deberían cumplir las publicaciones.

Y he aquí que David Monreal anuncia que en próximas fechas veremos su nueva faceta como escritor, con la publicación de su libro “Zacatecas: una esperanza”, bajo el sello editorial de Miguel Ángel Porrúa (que no es lo mismo que Porrúa, donde todavía conservan los criterios de calidad sobre sus publicaciones).

Hará más de 15 años que, en mi preparación como corrector de estilo, trabajé en la publicación de un texto para la editorial Miguel Ángel Porrúa. En ese entonces hacía mi servicio social en el departamento editorial de la Universidad Autónoma de Zacatecas, donde al menos en aquellos tiempos se trabajaba con los más altos estándares de calidad.

No fue sorpresa descubrir que en la editorial Miguel Ángel Porrúa pretendían eliminar varias etapas del proceso editorial. Su interés básicamente consistía en publicar y publicar, porque eso significaba ingresos y “bisnes son bisnes”.

Esa dinámica no ha sido exclusiva de dicha editorial. Es un ejemplo constante que se repite bajo diferentes sellos editoriales y cada vez se reducen más los espacios que aún realizan una selección de sus publicaciones, porque la calidad de lo que publican también define su prestigio como editorial.

En el fondo, la próxima publicación de David Monreal, así como “La Infamia”, de Ricardo Monreal, me recuerda a esa práctica recurrente de los demócratas en Estados Unidos para publicar sus “memorias” o alguna tesis sobre algún tema político de coyuntura en aquella nación. Otra forma de hacer política, cierto, pero ¿bajo qué criterios editoriales?

Solo espero que el libro de David Monreal al menos no sea como el que publicó de manera digital hace varias semanas el asesor más caro del senado, en su aspiración por convertirse en alcalde de Zacatecas. Si no puede asesorar a su asesorada, ¿podrá conducir los destinos de la capital del estado?