Cada vez que veo el nombre de Samuel García en los trending topic de Twitter siempre me pregunto: “¿Y ahora qué dijo?”. Porque en la medida en que ha sido el político que más ha gastado en publicidad en las redes sociales de agosto a la fecha, en esa medida se magnifican los errores que comete.
Apenas estaba pasando la fiebre del “fosfo fosfo” con su esposa Mariana Rodríguez (con quien ya acumula bastantes episodios bochornosos), cuando vino aquel melodrama del juego de golf hasta completar 18 hoyos para recibir su paga semanal.
Y no conforme con eso, esta semana vuelve al ojo del huracán por sus declaraciones donde afirma que conoce personas que viven humildemente con un salario de 40 o 50 mil pesos y pagan sus deudas, su alimentación, su colegiatura (en la Ibero o el Tec de Monterrey, seguramente) y más cosas por el estilo.
A veces uno ya no se sorprende del perfil de los políticos ni de cómo llegaron ahí. Pero sí es para prender las alarmas sobre la calidad de políticos que ponemos como votantes en los cargos públicos, ya ni siquiera por su preparación, sino por su visión de mundo.
En la pequeña burbujita de Samuel García, quien aspira a contender por la gubernatura de Nuevo León (de ahí el gasto millonario en publicidad en las redes sociales, mucho más que su propio partido), parece que el mexicano promedio tiene la vida resuelta con un ingreso de 40 o 50 mil pesos.
La verdad es que apenas el 1% de la población tiene ese ingreso, lo que indica que el senador ignora la realidad del otro 99% de la población en el país, que enfrenta injusticias laborales como el hostigamiento y la explotación laboral, jornadas de horas extra que no son pagadas, bajos salarios en el mejor de los casos, sin olvidar todos los componentes de la precariedad laboral.
Pero el caso de Samuel García no es aislado ni único, ni será el primero ni el último. Su mentalidad corresponde a cierta ideología que le da por pensar que “el pobre es pobre porque quiere” y comparte consejos de administración financiera para ser “exitoso” en los negocios.
Este tipo de personas que viven en su burbuja de privilegio comparten consejos financieros tipo: “para ser exitoso tienes que invertir” y te atascan con una formulita en la que el 50% de tu salario tendría que irse a necesidades básicas, un 20% a fondos de ahorro, un 10% a fondos de inversión, un 10% a educación y un 10% a entretenimiento… o algo así.
El problema es que, además de la falta de cultura financiera, vivir cada vez resulta más caro y el ingreso promedio apenas alcanza a cubrir las necesidades básicas. ¿De dónde sacas el otro 50% para ahorro, inversión, educación y entretenimiento?
Al contrario, la tasa de ocupación crítica ha ido en aumento (y con la pandemia se ha acentuado más), lo que indica que hay cada vez más personas buscando ocuparse por más tiempo para tener un ingreso adicional. Sin mencionar que el desempleo está a la orden del día, o que el outsourcing todavía está vigente y que en muchos casos no se otorgan las prestaciones de ley, aunado a que la informalidad va ganando terreno.
Con este panorama muy general, ¿de verdad creerá Samuel García que el mexicano promedio puede vivir dignamente? Por algo existen los programas sociales, hoy elevados a rango constitucional, y hay estrategias integrales para la atención de zonas prioritarias de alta y muy alta marginación, desde la obra pública para introducir servicios básicos (¿o creerá el senador que todos los mexicanos tienen un sanitario conectado a la red de drenaje?) hasta financiamiento para las diferentes actividades productivas.
Y no olvidemos que en todo este entramado aún hay que enfrentar las barreras de la discriminación y las violencias, que no son horizontales, sino transversales y que atraviesan aspectos como el género, la edad, la raza, la clase e incluso la región geográfica en la que se vive.
Por eso se ha dicho que la pobreza es rentable, porque ahí está el nicho de oportunidad para los políticos que viven en su burbuja y esos abundan. Hoy que está el proceso electoral 2020-2021 en marcha, hay que poner especial cuidado en esos “otros datos” con los que cuenta cada aspirante. No vaya siendo que votemos por alguno que también viva en su burbuja de privilegio.