“Casi 5 millones de menores de entre 5 y 17 años podrían estar trabajando en el país”. La frase se me quedó grabada desde que a temprana hora el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) diera a conocer los resultados de la Encuesta Nacional de Trabajo Infantil (ENTI).
No es algo normal, no debería serlo. Y sin embargo pasa en nuestra cotidianidad, hacemos como que no vemos y seguimos de largo en nuestro camino. En los principales cruceros de la zona conurbada vemos a muchos menores esquivando los autos para pedir una moneda. En algunos casos les acompañan adultos (ignoramos si son sus padres, aunque a veces se da por sentado), pero todavía es frecuente verlos deambulando por las calles en pequeños grupos sin la presencia de un adulto.
¿Qué lleva a las familias a obligar a sus hijos a trabajar desde temprana edad? La necesidad. La pobreza. El hambre. Son satisfactores básicos que si no se cumplen, difícilmente se puede acceder a otros escaños de bienestar, como la salud, la educación y la alimentación nutritiva.
En mi familia no somos ajenos a esta circunstancia. Como otras familias, también ha habido momentos de necesidad, lo que durante un tiempo nos obligó a madrugar para ir a las comunidades a vender ropa de segunda y ahí íbamos la chamacada con una cangurera para ir guardando los pesos de la venta y, si bien nos iba, nos tacaba un porcentaje de la ganancia.
Claro que de escuincle uno no entiende de finanzas y cuando ves dinero en tus manos lo primero que piensas es gastarlo en un capricho que la pobreza nunca te ha permitido. Ya años más tarde, cuando yo era adolescente (tendría unos 12 o 13 años) empecé a despachar en una tienda y de ahí apoyaba con los gastos del hogar, comprando leche, huevo, azúcar o lo que hiciera falta en el día a día. Sabe cómo le haría, pero seguía yendo a la escuela y trabajando al mismo tiempo. A lo mejor eso explica que siempre me fuera a examen de título en matemáticas.
Pero volviendo a las estadísticas del INEGI, mi experiencia quizá no era tan visible como lo es ahora que contamos con estadísticas, que hoy nos dan cuenta de que en el 2019 Zacatecas comparte el noveno lugar con Aguascalientes y Tabasco entre las entidades con mayor tasa de incidencia de trabajo infantil, con un 12.4, por encima de la media nacional, pero que también muestran un crecimiento respecto al 11.9 registrado en el Módulo de Trabajo Infantil 2013.
También es la décima entidad junto a Durango y Guanajuato entre las entidades con mayor tasa de ocupación no permitida, con 7.9; ocupa el lugar 11 entre las entidades con mayor tasa de ocupación peligrosa, con 7.5; y es la entidad 12 con mayor tasa de quehaceres domésticos en condiciones no adecuadas.
¿Todo esto qué significa? Que de los menores de entre 5 y 17 años que trabajan, la mayoría lo hace en actividades como la construcción, en minas, bares y cantinas o en actividades agropecuarias y una buena parte también realiza labores domésticas sin recibir una remuneración. Lo más grave es que muchos de estos menores no asisten a la escuela y si a los datos del 2019 sumamos los efectos que ha traído consigo la pandemia por el COVID-19, aumentará el número de menores trabajando.
Y vuelvo a la pregunta inicial: ¿qué lleva a las familias a obligar a sus hijos a trabajar desde temprana edad? Ya el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL) había estimado que por los efectos de la pandemia habría hasta 10 millones de pobres más en el país y aunque la estrategia del Gobierno de México ha sido fortalecer los programas sociales, ya la Organización Internacional del Trabajo (OIT) ha advertido que eso solo generará dependencia en el gobierno y no ayudará a solucionar de fondo el problema del trabajo infantil.
Para lograrlo recomienda mejorar el ingreso económico de las familias, y en eso esta administración dio un gran paso al incrementar de manera considerable el salario mínimo, aunque no sigue habiendo inestabilidad laboral y la política fiscal aún sigue impactando en el incremento del precio de productos y servicios que siguen reflejando la precariedad de los ingresos de las familias.
Si se lograr fortalecer este punto, las familias podrían mejorar su calidad de vida y se reduciría la necesidad de que los menores salgan a trabajar. Pero mientras estos satisfactores no se cumplan, seguiremos viendo butacas vacías (ahora virtuales por la contingencia sanitaria) y los menores que hoy trabajan se habrán perdido de una de las mejores etapas de su vida.