Cuando uno tiene una tarjeta de crédito por primera vez siente que se le abre el mundo y hasta se imagina un abanico de montones de billetes. La ilusión dura hasta que llegan los primeros estados de cuenta y conforme vamos gastando más de lo que percibimos, comenzamos a sudar la gota gorda para librarnos de esa deuda.
Bien raro que mientras no llegue el estado de cuenta uno da el tarjetazo a diestra y siniestra y hasta picha dos rondas de caguamas porque siente que hay con queso las gordas, pero la verdad es que es parte de la falta de cultura financiera del mexicano y vaya que las nuevas generaciones piden a gritos que se incluya una materia por el estilo en el plan de estudios.
Ahora con esto de la contingencia, una de las principales recomendaciones de las autoridades sanitarias fue evitar el manejo de efectivo y optar por las transacciones con tarjetas, de manera electrónica o en línea. Y todavía cuando el bicho del COVID-19 parecía generar “miedo” entre la población, hasta había una obsesión por desinfectar con agua clorada cada billete y cada moneda que llegara a nuestras manos.
Claro que conforme ha ido pasando el tiempo y se le ha perdido el miedo a la pandemia, estas prácticas poco a poco se van olvidando; sin embargo, se mantienen las operaciones con tarjetas y así lo constató hace un par de días la Comisión Nacional para la Protección y Defensa de los Usuarios de Servicios Financieros (CONDUSEF) a través de un informe en el que, con base en datos del Banco de México, detalla que de enero a septiembre de este año aumentaron un 40% las operaciones con tarjeta de débito en relación con el mismo periodo del 2019 y solo un 11% con tarjeta de crédito.
Incluso hubo una variación importante para este periodo en relación con el 2019 respecto al monto de las transacciones, con un crecimiento del 71% en las tarjetas de débito contra el 16% en las tarjetas de crédito. Y otro dato que me pareció significativo fue que de enero a septiembre de este año, el 70% de las operaciones efectuadas se realizó con tarjeta de débito, aunque el monto de las operaciones representó un 49% del total.
En el segundo y tercer trimestres de este año ya se ven reflejados los cambios en los hábitos de consumo derivados de la contingencia ocasionada por el COVID-19 y las medidas de aislamiento, pues el importe gastado con la tarjeta de débito se incrementó 41% entre el primero y segundo trimestres y 51% entre el primero y tercer trimestres.
¿Cómo podemos interpretar esta dinámica? Al parecer esta contingencia ha traído consigo también incertidumbre respecto a los ingresos disponibles, de ahí que la gente optara más por utilizar recursos propios antes que recurrir a la deuda a través de una tarjeta de crédito, pues al no tener certeza ni estabilidad financiera y sin saber durante cuánto tiempo se mantendrán los efectos secundarios de la contingencia, más vale evitar riesgos, aunque la banca comercial haya disminuido sus tasas de interés y hasta haya flexibilizado las condiciones en las que se adquieren los créditos.
Pero ese no fue el único cambio en la dinámica del gasto en el país. Ya el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) ha advertido de estos cambios en el consumo de bienes y servicios, pues mientras en el 2019 había un mayor consumo de bienes y servicios importados, en este 2020, especialmente en los meses más críticos de la pandemia (de febrero a mayo), se ha privilegiado el consumo nacional por encima de las importaciones.
A lo mejor uno ni siquiera se da cuenta de estas cifras cuando va a la tiendita de la esquina, al Oxxo, al tianguis o al súper, pero la estadística nos da cuenta de que esa lata de chiles o el kilo de papas, ese café gourmet o ese escritorio que compró para sus clases virtuales están incidiendo en la economía y también influye si su compra fue con la morralla del día, con tarjeta de débito o crédito.
En el fondo tal vez esta pandemia sí nos ha dejado algunas lecciones positivas, como analizar la manera en que gastamos en el hogar, dónde consumimos, por qué vía y hasta planificamos hasta dónde es posible endeudarnos. Por otro lado, esta dinámica también ha influido en que los negocios se adapten a estos nuevos hábitos de consumo y conocer estas estadísticas les permitirán sobrevivir de mejor manera a los efectos adversos de la pandemia.