Tradicionalmente se ha dicho que en reuniones familiares lo más conveniente es evitar dos temas: política y religión. Se trata de dos temas donde influyen percepciones y cosmovisiones personales que varían incluso entre dos personas que guarden afinidad.
Lamentablemente, la pandemia por el COVID-19 ha venido a cambiar mucho la dinámica en nuestros hogares y las restricciones impuestas para evitar contagios ha hecho que vivamos el mundo a través de la virtualidad, de la información que captamos de las redes sociales, en los medios de comunicación y lo que nos ofrecen las autoridades día a día.
Esta dinámica también ha hecho que se reduzcan cada vez más los temas de los cuales hemos podido hablar. Ya no es tan frecuente hablar de lo que pasó en nuestros trabajos (los hogares se convirtieron en oficinas colectivas), de lo que ocurrió en la escuela (a media junta de oficina se puede cruzar el recreo de la educación a distancia), de los viajes, de las pláticas en el café, el bar o el antro… de tantas cosas que nos eran comunes antes de la pandemia.
Hoy los temas se han reducido a lo que vivimos en los hogares y que nos es común: el confinamiento, las piruetas que hay que dar para atender las clases virtuales y las jornadas laborales en casa al mismo tiempo, las esporádicas salidas para surtir la despensa, las nuevas series o películas disponibles en plataformas de streaming y la vida vecinal en la pandemia, por mencionar algunos ejemplos.
Pero es año electoral y tanto la pandemia como las elecciones cada vez son temas más recurrentes en las pláticas familiares o entre conocidos, lo que no ha evitado que surjan fricciones por las diferentes posturas de cada miembro y si tomamos en cuenta que la pandemia también marcará la forma de comunicar la política, esta dinámica continuará en los hogares un buen tiempo.
Hay que considerar también que esta dinámica puede ser un nicho de oportunidad para convencer a ese uno de cada tres electores que aún no decide el sentido de su voto, pero tal como antes de la pandemia, habrá que recordar algunos principios básicos de nuestras clases de civismo para evitar fricciones innecesarias que solo dividan a las familias.
Tolerancia. Es quizás uno de los principales valores cívicos que ha sido más citado en las últimas décadas, pero el menos practicado. En las discusiones sobre temas políticos, evidentemente habrá diferentes posturas. Podremos estar de acuerdo con algunas, en desacuerdo con otras, aceptar algunas, pero cuestionar otras. Hay que entender que no hay verdades absolutas en materia política y cuando surgen diferencias, lo mejor es evitar la confrontación. Aquí conviene preguntarse si uno mismo tiene la apertura para reconocer y respetar la postura del otro y hasta dónde eso ocurre con nuestra postura. Si eso no pasa, convendría cambiar de tema y no enfrascarse en un callejón sin salida.
Respeto. Al calor de las discusiones, sobre todo en temas políticos, los ánimos pueden llegar a “pasarse de la raya”. Nunca hay que olvidar que a los políticos no les importa con qué vehemencia se defienda en familia un proyecto político. Al final, ganen o pierdan, quien más pierde es la familia que se dividió por discusiones políticas. ¿Cuántos políticos que han participado en las contiendas declinan por otros candidatos o partidos, o pierden en una contienda y al final son acogidos por el proyecto ganador? Que los intereses personales de los políticos no se conviertan en nuestras propias ambiciones. La familia ante todo.
Argumentación. Para entrar al debate hay que estar informado, porque solo así se tendrán argumentos “objetivos” para participar en las discusiones y defender nuestras posturas. Sin embargo, hay que aprender a distinguir entre las diversas fuentes de las que alimentamos nuestros argumentos: ¿es información verídica y comprobable?, ¿quién proporciona la información: una institución, una autoridad gubernamental, un medio de comunicación, un líder de opinión o “el primo de un amigo”?, ¿por qué mi argumento es más válido que el del otro?, ¿por qué el argumento del otro es más válido que el mío?
Coherencia. Es frecuente que al intentar discutir sobre un solo tema, la discusión se salga por la tangente y se desvíe hacia otros temas. Aunque puede ser una estrategia ante la falta de argumentos, siempre hay que tener en cuenta el tema principal del cual derivó la discusión. Enfrascarse en discutir los pequeños temas que se derivaron de la discusión original, además de ser un desgaste (emocional y de tiempo), puede complicar la forma en la que se discute sin llegar a una conclusión (provisional, porque en temas electorales, aunque pensemos que todo termina con los resultados en las urnas, siempre queda un rescoldo). Si es imposible volver al tema de la discusión original, lo más conveniente es no continuarla y cambiar de tema.
Cambio. Durante este tipo de discusiones es probable que una buena argumentación cambie la perspectiva en torno a un tema, pero se requiere apertura y voluntad para admitir ese cambio. A veces nos aferramos tanto a lo que creemos, que nos cerramos a otras posibilidades. Si el otro tiene argumentos válidos, sólidos y que han cambiado nuestra perspectiva sobre un determinado punto: ¿no sería una necedad aferrarnos a lo que creíamos antes del debate? Lo mismo aplica para el otro: si nuestros argumentos reúnen las mismas características: ¿no sería terco insistir en defender otra postura? Lo incorrecto sería que, una vez demostrados los argumentos y cuáles tienen mayor validez que otros, obligáramos al otro a aceptar nuestros argumentos. Recordemos que incluso en esa circunstancia, cada persona debería tener la libertad de elegir en qué creer, mientras no afecte las libertades del otro. El cambio es, en definitiva, la aceptación de que existe algo más, algo que supera a nuestro horizonte de creencias y lo asimilamos.
Conciliación. Discutir sobre las diferentes posturas en torno a un mismo punto puede generar secuelas. Si después de analizar los diferentes argumentos y posturas en torno a un mismo tema se perciben diferencias que podrían derivar en fracturas en las relaciones familiares, hay que hacer un esfuerzo por suturar las heridas y mantener la armonía familiar. Para ello tal vez se requiera “ceder” un poco, reservando las posturas que agravarían las fracturas y anteponiendo el interés de la armonía familiar.
Estos puntos no son una fórmula mágica y sería muy falso afirmar que aplicándolas ya no habrá fricciones familiares. Únicamente son recomendaciones en caso de que nos encontremos en una situación así.
Sin embargo, creo que sí será una dinámica que viviremos en familia durante el 2021 no solo por ser año electoral, sino porque la pandemia ha limitado los temas de los que podemos hablar en familia ante otros segmentos que antes enriquecían la diversidad y que hoy no permiten la “novedad”.
Lo cierto es que, si los partidos políticos y los candidatos son conscientes de que esta será una de las principales dinámicas durante el 2021, lo mejor que podrían hacer es brindar elementos para la argumentación en lugar de solo descalificar a sus contrincantes, sin propuestas y sin seriedad en sus argumentos. Lo que se viva en el ring de la política se replicará (con consecuencias) entre las familias.
¿Aspiramos a tener campañas a la altura de las circunstancias? Es lo deseable. ¿Las tendremos? Todo dependerá de la estrategia de cada político y cada partido. ¿Estarán dispuestos a abonar a un clima de civilidad política entre las familias o les será indiferente?