Hace unos días leía un tweet de la escritora Margo Glantz (si no la ha seguido, hágalo) donde decía que con la pandemia por el COVID-19 ahora vivimos la vida en cuadritos, muy en alusión a cuando escribió en medio de una crisis que estaba harta de la “zoomificación”. Cuánta razón tiene.
Desde que inició el confinamiento en los hogares, nuestra vida cotidiana se trasladó a diferentes pantallas, a los cuadritos de las aplicaciones, y nos vemos las caras en cuadritos: en las videoconferencias en diferentes plataformas, en las transmisiones en vivo en las redes sociales, en las videollamadas, en los tiktoks, en las historias de nuestras redes sociales y en todas las imágenes que utilizan los medios de comunicación para ilustrar lo que ocurre fuera de nuestros hogares.
Vivimos la vida en las “cuatro paredes” de nuestros hogares, que se han convertido en nuestros centros de trabajo, en nuestros salones de clase, en nuestras convivencias a distancia, en espacios de recreación y entretenimiento.
Pero conforme pasa el tiempo, esas cuatro paredes que al inicio nos ofrecían una alternativa de cambio y adaptación, hoy se han vuelto para muchos en una especie de cárceles, como si fueran pajaritos encerrados en jaulas, y es entonces cuando se valoran las libertades de las que gozábamos antes de la pandemia.
También me pongo a pensar en el contraste de esta vida en cuatro paredes y quienes no tuvieron ese “privilegio” porque su vida está en las calles: porque su actividad es esencial para otros, porque su actividad no se puede adaptar al trabajo a distancia, porque su ingreso diario depende de sus ventas en el día a día y si no hay ingreso, no hay comida.
Esos contrastes y la relatividad del “privilegio” deberían habernos puesto a reflexionar sobre las dinámicas en nuestra cotidianidad. Dice el INEGI que en Zacatecas más de la mitad de los hogares no cuenta con conectividad a internet y solo uno de cada tres cuenta con una computadora.
De ese tamaño es la brecha de desigualdad que han tenido que enfrentar las familias zacatecanas, pero sigo insistiendo que ese “privilegio” hoy ha sido más como una jaula de oro, mientras el resto de la población que no goza de esos “privilegios” ha tenido que buscarle el modo para salir adelante, así implique salir de casa y exponerse a un contagio del COVID-19.
¿Los grupos privilegiados acaso no pueden hacerlo? Claro, y lo han hecho. Cómo olvidar al oftalmólogo que fue de los primeros en recibir la vacuna y a los pocos días se supo que estaba en una mega fiesta en Puerto Vallarta sin respetar las medidas sanitarias. Los grupos privilegiados no pierden sus privilegios. Anhelan salir de su jaula de oro y se permiten el privilegio de salir de casa por entretenimiento, no por necesidad.
Claro que eso de la “necesidad” también es relativo. A lo mejor uno piensa muy mal cuestionando esos “privilegios” y resulta que son actividades esenciales, de vida o muerte, que necesitan salir a divertirse y subir sus experiencias a las redes sociales porque es “su vida” y sin ello sienten que esa vida no tiene sentido.
Del otro lado, hay población con múltiples carencias, que incluso corresponde a los grupos de riesgo por las altas tasas de mortalidad, y deben exponer su salud porque de ello depende el comer ese día. Visto desde fuera, se anhela el “privilegio” de la jaula de oro, que ofrecería seguridad sin exponer la vida.
Bien dicen que uno valora lo que tiene hasta que lo pierde y como en estos días hay tanto desprecio hacia la introspección y las ciencias sociales y humanísticas, difícilmente creo que nos demos cuenta de los privilegios y desventajas que tenemos frente al otro. No dudo que muchas de las defunciones se pudieran haber evitado de haber sido conscientes de esos “privilegios” y de las brechas que existen frente al otro.
¿De verdad es tan necesaria una fiesta?, ¿de verdad no puede esperar la carnita asada, el six, las caguamas, el Bacardí, la boda, los XV años o el cumpleaños de la abuela? Y luego con esa falsa seguridad que ofrece la vacuna (que va más lento que auditoría de las cuentas públicas), pues peor.
¿Que se extrañan los abrazos, el contacto físico, la convivencia cara a cara? Por supuesto, y cuando todo esto pase, estoy más que seguro de que ese abrazo que nos demos será el más fuerte e intenso de nuestras vidas. Pero hasta entonces, hay que seguir usando cubrebocas, lavándose las manos (como los políticos corruptos) y manteniendo la sana distancia.