Hace unos días me tocó responder a una encuesta telefónica para evaluar (creo) al actual gobierno federal, ahora llamado Gobierno de México.
Cuando tomé el teléfono, el ejercicio ya estaba avanzado, pues me tocó ser “emergente” por asuntos que no vienen al caso explicar, así que no podré comentar de principio a fin sobre lo que intentaban averiguar con tanta pregunta. Sin embargo, creo que me tocó opinar respecto a la parte más sensible de cualquier mexicano o en sí de cualquier ser humano: su economía.
Si mal no recuerdo algunas de las preguntas fueron en torno a cómo estaba mi situación financiera, si vivía mejor que hace un año o más, que si habían mejorado mis condiciones laborales, entre otras cosas; otra pregunta clave fue cómo percibía la corrupción.
No quiero situarme, en ningún momento, con quienes nunca están de acuerdo con nada ni nadie que esté en el poder; estoy convencida de que no hay sistema perfecto, infalible o ajeno a ambiciones personales o de grupo y reconozco también, o pretendo hacerlo, cuando hay aciertos.
He oído que es inútil tratar de hablar de religión o política para convencer, y estoy de acuerdo, por ello no busco convencer, hacer campaña negra para tal o cual partido o aprovechar la disyuntiva para hacer “el caldo gordo” a nadie o quejarme por todo, sino simplemente expresar la realidad que como simple ciudadana percibo a mi alrededor.
Ya alguna vez mencioné en este mismo espacio que al ciudadano común, a las amas de casa, a los que deben proveer de lo necesario para vivir a sus familias no les importa mucho quién gobierne o de qué partido sea, no entiende del Producto Interno Bruto (PIB), de los movimientos de la Bolsa de Valores, del tipo de cambio respecto al dólar, de las reservas de petróleo, no entiende a ciencia cierta lo que quiere decir Tasa de desempleo ni de las políticas económicas que rigen al país.
La gente común y corriente sabe que algo va bien en general cuando no batalla para tener una vida digna -sin entrar en detalles porque ese término aplica diferente para cada individuo-, cuando se tiene un empleo (ya ahí no van bien las cosas) en el que se paga lo suficiente para abastecerse sin preocupaciones de lo mínimo indispensable (alimento-vivienda-educación-salud).
Pero de acuerdo con reportes del INEGI, hay casi 12 millones de personas en edad productiva que no tienen trabajo, de ahí viene mi conclusión que esas familias no la están pasando bien ya sea porque el jefe de familia está desempleado o porque trabaja de lo que puede, cuando puede y donde puede, dejando un amplio margen a la incertidumbre económica. Lo he visto de muy cerca.
El gobierno en funciones tiene una excelente justificación para este obscuro panorama: la pandemia del COVID-19. Y es que verdaderamente ningún gobierno en el mundo esperaba “un trancazo” como este y no estaba preparado y la parálisis económica afectó no solo a naciones pobres, sino hasta las más ricas del mundo.
Así que la combinación pandemia más decisiones gubernamentales difíciles de entender no dan como resultado las más halagadoras circunstancias económicas. No estamos bien.
La otra pregunta crucial, la de la corrupción, personalmente no creo que haya disminuido. Como comunicadora tengo el privilegio de saber dónde encontrar información para descartar o no alguno de los tantos rumores que luego invaden las redes sociales y hasta las conversaciones informales con familiares y amigos.
Lamentablemente la deshonestidad no desaparece por decreto presidencial, porque el mandatario lo desee o lo imagine o porque ya estamos en el 2021 y no es privativo de uno u otro partido. Pero esa, es otra historia.