El apellido Mejía Haro me era familiar desde hace más de una década, pero principalmente desde la controvertida elección del 2010, cuando la entonces gobernadora Amalia García Medina mostró que su gallo era Toño Mejía Haro, una decisión de la que muchos conocemos las consecuencias.
Pero a Ulises Mejía Haro le conocí de una forma muy diferente. Sería el 2018 todavía, en plena campaña, cuando me encontraba una tarde en céntrico café en la Plazuela Miguel Auza y desde ahí uno podía ver el ir y venir de la pasarela política. Algunos candidatos, los que llevaban rato en el bisne de la política, pasaban a saludar porque aún recordaban nuestro nombre o nuestro rostro (para ese entonces yo ya llevaba casi tres años fuera del periodismo).
Pues esa vez hubo una rueda de prensa tras otra en el citado café y en esa pasarela política de pronto se acercó un joven con su camisa blanca tipo comercial de detergente, muy sonriente y saludador, aunque todavía tímido. Y sin panfletos ni nada de esa papelería que luego es más basura que política se sentó a nuestra mesa a platicarnos de cómo les andaba yendo en la campaña.
En nuestra ignorancia, porque en campañas uno levanta una piedra y salen como 30 candidatos de quién sabe cuántos partidos nuevos, creíamos que iba a alguna diputación local y se nos hizo fácil pedirle que impulsara una reforma a la Ley de Salud para que se protegieran los derechos de los fumadores, porque a la fecha sigue habiendo un vacío legal que no obliga a ningún establecimiento a tener áreas específicas para fumadores.
Total que quien se había sentado a escucharnos fue Ulises Mejía Haro, quien semanas más tarde ganaría la alcaldía de Zacatecas por mucha ventaja frente a otros aspirantes como Heladio Verver y Vargas. Sabe por qué nos daría el avión en aquel entonces, a lo mejor porque tampoco nos identificaba con los medios de comunicación, pero si ese era el trato con cualquier ciudadano, a uno le pasaba de noche quién era.
Unos meses más tarde fui invitado a formar parte de su equipo de trabajo en la administración que a la fecha sigue encabezando. En mi vida había oído hablar de él, únicamente se me quedó la impresión que nos dejó aquella tarde en la Plazuela Miguel Auza y, como hago en todo trabajo, uno antepone el beneficio de la duda y se dedica a aportar lo mejor de sí, porque uno vende su fuerza de trabajo, no sus convicciones.
Tal vez el proceso de integrarme a su equipo de trabajo no fue miel sobre hojuelas (nunca lo fue). Sabe por qué será que uno carga con el estigma de sus anteriores puestos laborales y rara vez se distingue entre lo laboral y lo personal. Desde el primer momento uno tuvo que enfrentar grillas que a la fecha siguen (y que nos han perseguido hasta Lalalá News sin siquiera tener sustento).
Era entendible. Con frecuencia se cree que aplaudir lo suficiente se traducirá necesariamente en un puesto de trabajo en la administración pública y cuando llega alguien externo es como si se estuviera apropiando lo que “por derecho” nos pertenece. Ideas locas que se han arraigado en la política, pero que nunca me han quitado el sueño.
Total que iniciada la administración de Ulises Mejía Haro cada vez eran más evidentes las enemistades. Yo era alguien externo, como ya dije, y de pronto se me empezaron a encomendar cosas que requerían mayor confianza para ejecutarlas.
¿Cómo era posible que el alcalde confiara en mí, sabiendo que yo había trabajado con una administración de un color diferente? Tal vez nunca les pasó por la cabeza que la experiencia a menudo es la principal carta de recomendación y que las lealtades nada tienen que ver con un color partidista, como comprobarían más tarde.
En mi trabajo con Ulises Mejía Haro la verdad es que requería de conocerlo como la palma de la mano y aunque nunca tuvimos una cercanía tal, la experiencia que uno va adquiriendo al paso de los años permite leer a las personas y eso me bastó para cumplir con lo que se me había encomendado.
Sería difícil delimitar mis funciones porque abarcaron muchos aspectos de la administración pública, que en mucho sobrepasaban mi plaza como jefe de Unidad de Prensa y aunque inicialmente tenía a mi cargo funciones muy específicas, poco a poco tuve que asumir más y más por la confianza que me había ganado en el equipo de trabajo.
Fueron casi dos años de estar día y noche siguiéndole el ritmo a Ulises Mejía Haro. Y de los muchos jefes que he tenido en mi trayectoria laboral, quizá es el más demandante porque quiere estar al pendiente de todos los detalles de cada área de la administración pública. Eso habla de alguien que se preocupa por que las cosas funcionen.
La confianza llegó a tal grado que a veces que se comunicaba durante la madrugada por algún tema de coyuntura y aunque había ocasiones en las que se empeñaba en emprender algún proyecto que nos generaba dudas, había la disposición para trabajar en equipo y sacar adelante ese proyecto.
Mi salida de esa administración respondió a muchos factores, pero principalmente al desgaste de tener que estar una y otra vez a expensas de en qué momento su propio partido le pondría la pata para obstaculizar el avance de la administración.
Tal vez en un principio uno era muy ignorante respecto a los diferentes grupos que había en su equipo de trabajo. A veces me pregunto si algo hubiera cambiado de haber hablado sobre las intenciones que me compartieron en su momento la síndico Ruth Calderón Babún y el entonces secretario de Gobierno, Juan Manuel Rodríguez Valadez “El Manix”.
Hoy no harían mucha diferencia, pues las máscaras se quitaron hace mucho y desde el 2019 se han enfrascado en una guerra que al final solo tiene a dos víctimas: la ciudadanía y el partido Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA).
Ulises Mejía Haro no es santo de mi devoción, hay que decirlo, pero no porque no tenga virtudes. La verdad es que mis estándares y mi dinámica de trabajo son muy diferentes y apoyé su proyecto hasta donde fue posible. No me negarán que la obstinación a veces es un obstáculo cuando hay dos visiones diferentes sobre un mismo punto.
Sin embargo, la obstinación de Ulises Mejía Haro le permitió impulsar una de las mejores administraciones que he visto en los últimos años en la Capital. A diferencia de su homólogo de Guadalupe, Ulises Mejía no se enfrascó (ni ha perdido el tiempo) en declaraciones estériles echándole la culpa a administraciones anteriores de los yerros propios.
Al contrario, desde el inicio me consta que se dedicó a analizar lo emprendido por la administración de Judith Guerrero para fortalecer lo que podía tener continuidad y descartar los programas y proyectos que tal vez no correspondían con su plan de gobierno. Así se nutrió la administración, sin entrar en pleitos innecesarios.
Esa obstinación también se tradujo en constancia, en hábito, en costumbre aplicada al servicio público y que a la fecha ha sido el distintivo de la administración que encabeza.
De qué otra manera se han mantenido programas como las audiencias públicas, las jornadas voluntarias de limpieza, el cambio de luminarias, las brigadas de bacheo y mantenimiento de espacios públicos, entre muchas otras estrategias que semana a semana hoy forman parte de la cotidianidad, a tal grado que de tan recurrentes han perdido su trascendencia en la comunicación.
Habrá que preguntarnos: ¿y si no tuviéramos esos programas, de verdad habría diferencia? Es muy probable, porque en la cotidianidad se extraña la ausencia, no la presencia del día a día y es muy notable cuando hay una semana sin audiencia pública o un día en que se demore el camión recolector o cuando falla una lámpara y así nos podríamos seguir.
No es gratuito que la gente se refiera a él como alguien trabajador, honesto, dedicado, sencillo, noble… Eso de ser carismático es muy relativo porque la verdad es medio seco en sus relaciones cotidianas, pero posiblemente sea porque a los hombres no nos acostumbraron a expresar nuestras emociones, aunque sí es una constante que la gente se exprese de él como amable y muy atento.
Pero más allá de cómo lo puedan describir otras personas, me quedo con la impresión luego de casi dos años en su equipo de trabajo. Ulises es obstinado, sí, en un sentido positivo. Tiene una obsesión con la cultura del esfuerzo y el trabajo del día a día, a menudo se retrasa en su agenda de actividades por dedicar unos minutos a atender a algún ciudadano que se le acercó por alguna solicitud.
Ulises a veces me da la impresión de que aspira a ser influencer, sin darse cuenta de que su propio trabajo es el que influye en un cambio social. A veces peca de noble y ha confiado de más en personas que hoy le han dado la espalda. Pero en este tiempo muchos estarán de acuerdo en que no es el mismo Ulises que tomó protesta como alcalde un 15 de septiembre de 2018.
Hoy tiene una trayectoria por delante, no importa cuántas piedras se tope en el camino. Hoy no es el Ulises de camisa blanca impecable que conocí en la Plazuela Miguel Auza buscando el voto de la ciudadanía. Gracias a su trabajo, hoy tiene los pelos de la burra en la mano para buscar la reelección o para seguir reivindicando la forma de hacer política desde cualquier escaño. A menos que confíe en la gente equivocada.