Hace unos días, medio en broma medio en serio, comentaba en mis redes sociales que ojalá mejor hubiera estudiado algo de utilidad, como Contaduría o Derecho. No es que haber estudiado la Licenciatura en Letras no me hubiera dejado grandes satisfacciones, pero en la vida cotidiana de poco me sirven esos conocimientos cuando se trata de emprender y contribuir a la economía desde una pequeña unidad económica.
A veces me pongo a pensar que si desde la educación básica se hubiera incluido algo de educación financiera, y más tarde en materia fiscal, quizá hoy muchos no batallaríamos tratando de entenderle al sistema tributario en México.
Que si el IVA, que si el IEPS, que si el ISR, que si control vehicular, que si la licencia de esto, que si el permiso de aquello, que si derechos, que si deducciones, que si devoluciones, que si retenciones, que si el CFDI, que si el RFI, que si la Ley de Adquisiciones…
Total que entre tanto tecnicismo es como si uno estuviera leyendo de física cuántica cuando ha estado más acostumbrado a la TvyNovelas o La Familia Burrón y hasta siente que se le cierra el mundo porque ya no sabe si es mejor vivir en la informalidad o hacerle caso al gobierno y entrarle a la formalidad.
¿Qué diferencias hay? De inicio, un esquema de trabajo formal permite acceder a prestaciones, a la seguridad social, cotiza ante alguna institución para un ahorro para el retiro o para un crédito hipotecario, incluso facilita en mucho el trámite de créditos bancarios, entre muchos otros beneficios.
En la informalidad, no hay certeza en tener un ingreso fijo y seguro, que se incremente conforme a los aumentos salariales aprobados por la Comisión Nacional de Salarios Mínimos, si el trabajador se enferma tampoco hay garantía de cobertura médica, ni es posible estar cotizando a alguna institución para un ahorro para el retiro o un crédito hipotecario.
Lo peor es que en las diversas modalidades de empleo informal hay giros donde existen riesgos de trabajo y en caso de accidente, no hay forma de que el patrón asuma las consecuencias y se le obligue a pagar indemnizaciones, gastos médicos mayores, entre otros. La ventaja de la informalidad es que a los changarritos no les quitan alrededor del 30% de sus ingresos (en algunos casos más) y no hay que estar reportando cada peso que perciben y cada peso que gastan.
¿De qué tamaño es el problema? De acuerdo con la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOEN), hacia el cuarto trimestre del 2020 había en Zacatecas unas 424 mil 768 personas laborando en la informalidad. Eso representa el 62.9% del total de la población ocupada en la entidad.
Los gobiernos pensarán en la cantidad de impuestos que no están recaudando por tener más de la mitad de los ocupados en esa condición. Las personas más bien podrían pensar que se trata de población que no cuenta con los beneficios de la formalidad y en tiempos de pandemia por el COVID-19, tener al menos seguridad social es algo prioritario.
Pero ¿por qué sigue tan alta la proporción de informalidad? A lo mejor se trata del sistema tributario tan complicado, al grado de atemorizar a quien pretende pasar a la formalidad; o quizás los gobiernos han hecho demasiado burocrático el proceso de darse de alta como empresa formal (personas físicas y morales, pues), o cuesta demasiado tantos trámites para transitar hacia la formalidad, o simplemente a la gente no le gusta que el gobierno le quite ni un solo peso porque sigue pensando que los impuestos no se aplican en lo que se debería, o que se lo roban, o lo utilizan solo para beneficiar a ciertos grupos.
Puede haber muchas otras razones y a lo mejor no es tan complicado pasar a la formalidad, pero como la mayoría de los mexicanos no tuvimos una educación financiera ni fiscal, desconocemos cómo funciona el sistema tributario.
Por eso se agradece que haya gente comprometida, profesional, que con toda la paciencia del mundo a uno le enseña con peras y manzanas cómo se hacen las cosas y tienen la disposición de ayudarle ante todo este mundo fiscal que llega a abrumarnos. ¿Doble intención? Claro.
En el Servicio de Administración Tributaria (SAT) no les conviene tratar mal a los contribuyentes (o futuros contribuyentes) porque son los que pagan los impuestos que hacen funcionar al país.
Claro que hay otros personajes que prefieren optar por tecnicismos para ocultar ciertas operaciones que posiblemente no sean ilegales, pero sí inmorales (con eso de que la frase se está poniendo de moda). A lo mejor uno se siente inútil ante tanta terminología rimbombante, pero tampoco quieran subestimar a la gente. Deshornan su propio oficio.