Hablar de sí o que hablen de sí

Decía Oscar Wilde que solo hay algo peor en el mundo a que hablen mal de uno y es que nadie lo haga. La frase viene a colación porque en los últimos procesos electorales muchos de los aspirantes creen que la competencia se trata de ver quién obtiene más “likes” en las redes sociales, confundiendo quizá la popularidad con la aceptación.

Cierto es que según las diferentes encuestas y mediciones a propósito de este proceso electoral, hay una considerable ventaja de Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA) sobre otras alternativas político partidistas, incluyendo alianzas que se arrejuntan con opciones políticas que podrían parecernos “anti-natura” por su doctrina o ideología.

Pero más allá de la pragmática electoral, esa que nos llevaría a pensar que para ganar es justificable cualquier alianza, a los políticos de hoy les hace falta un poco de semiótica política para enviar el mensaje adecuado y no continuar confundiendo popularidad con aceptación.

Sabido es que “alabanza en boca propia es vituperio”, o al menos eso reza el dicho popular, aunque resume lo fundamental de esta confusión: no es lo mismo echarse flores a sí mismo a que alguien más lo haga. La psicología hablaría de un narcisismo que buscar ser satisfecho con esas alabanzas propias, imponiendo una línea sobre cómo desearía ser visto, pero es una imagen que dista sobre cómo es visto por los demás.

Este espacio sería insuficiente para enlistar la cantidad de suspirantes que buscan ser “mencionados” en alguna publicación y hasta apelan a sondeos de redes sociales para justificar su mención. ¡Cositas! No han entendido que Luis Donaldo Colosio, a pesar de su muerte hace más de una década, sigue estando vigente porque la gente sigue hablando de él.

En Lalalá News llevamos ya buen tiempo realizando una medición respecto al posicionamiento mediático de diferentes aspirantes a un cargo de elección popular, con un método propio que nos ha permitido determinar una relación de entre el 3.5% y el 5% de crecimiento (o caída) en la percepción ciudadana y la intención del voto según lo que se hable de ellos.

¿Los medios son, como se dice, el “cuarto poder”? Eso sería dar demasiada importancia e incluso mal interpretar el papel de los medios de comunicación, pero sin duda el trabajo y credibilidad de cada uno influye en la percepción ciudadana respecto a ese cúmulo de aspirantes.

¿Un boletín repetido mil veces tiene mayor impacto que un solo comentario de un “líder de opinión” o una figura pública? Pensemos por qué desde hace un par de décadas lo que digan estas figuras públicas genera mayor número de reacciones que la información “institucional” sobre los gobiernos.

Si una figura pública o conocida emite una opinión (puede ser a favor o en contra), rápidamente genera reacciones entre las audiencias y es replicada para legitimar (o deslegitimar) una postura respecto a los gobiernos o sus representantes populares, de cualquier nivel.

¿Desconfianza en la información “institucional”? Diría más bien que prevalece la desconfianza en las instituciones y lo que digan esas figuras públicas a las que nos hemos referido contribuye a legitimar lo que ocurre en las instituciones, o viceversa.

Pensemos en las declaraciones del presidente Andrés Manuel López Obrador. En sus conferencias matutinas (que según dicen, serán retomadas a partir de esta semana), emite distintos posicionamientos sobre temas de coyuntura, pero las voces que se replican con frecuencia se trata de esas figuras públicas que cuestionan o avalan el posicionamiento del presidente.

La misma dinámica se vivió en gobiernos anteriores. ¿Acaso alguien olvida los comentarios tipo “copy paste” entre actores de Televisa respaldando a un Enrique Peña Nieto? Y los medios de comunicación (incluyendo a sus “líderes de opinión”) entran en la misma dinámica, aunque no son los únicos.

No es gratuito que esas figuras públicas se enfrenten a una falta de credibilidad. Es consecuencia de una perversión histórica entre los gobiernos y el sistema de partidos. Y para que los electores puedan confiar en dichas figuras públicas, es frecuente que se recurra a otras voces para legitimar (o deslegitimar).

Pongamos un ejemplo muy burdo. En una relación tóxica, aunque uno sepa que no llevamos una relación “sana” con nuestra pareja, trata de justificar esa relación e incluso busca otras voces que respalden lo que nosotros mismos vemos en nuestra relación, mientras otras personas buscan la manera de defender su postura en contra y que “la amiga que no se da cuenta” por fin abra los ojos.

Ante tales circunstancias, es más fácil entender por qué el Gobierno de México (y sus mil y un voceros) le dan vuelo a las mediciones respecto a la popularidad y aceptación del presidente Andrés Manuel López Obrador en las diferentes mediciones que se han realizado desde antes de iniciada su administración. ¿Temor a perder legitimidad o aceptación? No es algo exclusivo de esta administración.

Pero volvamos al tema de esta colaboración. ¿Genera más confianza que el propio político publique una fotografía con alguna persona y le acompañe con un mensaje tipo “aquí con mi amigo fulanito de tal, coincidiendo en que tal gremio es fundamental para un cambio” y blablablá?, ¿o generaría más confianza que la propia persona fotografiada hablara de la coincidencia con esa figura pública? Ahora pensemos si ese mensaje lo emite alguna figura pública o un “líder de opinión”.

Si Shirley Manson me dijera, por ejemplo, que votar por tal o cual candidato es la mejor decisión que podría tomar por X motivos, es probable que siga su consejo porque creo más en las figuras a las que sigo por afinidad, por historia personal, por gustos y aficiones o por mil y un motivos diferentes al ámbito electoral.

Si llega un político a hablarme bien de sí mismo, mi primera reacción es desconfiar y buscaría un referente de alguna voz conocida para tomar mi decisión de apoyarle o rechazarle. A ese grado llega la desconfianza en nuestros políticos, o al menos es mi caso. Muy distinto sería que alguien cercano o una figura a la que admiro me hablara bien de tal o cual aspirante. Al menos se rompería la barrera de la desconfianza y habría más posibilidades de convencerme de que tal o cual aspirante es buena alternativa.

Pero cuidado con los perfiles que eligen los políticos para hablar bien de sí mismos. En mi caso, no sería lo mismo que un Fher Olvera me hablara de Andrés Manuel, cuando sabido es que detesto a Maná, a que lo hiciera un Juan Gabriel (QEPD).

De elegir esta estrategia, los aspirantes de hoy también deben analizar qué perfiles desean que hablen de ellos. Si su reacción es natural y auténtica, mucho mejor. Señal de que la labor de convencimiento ha sido efectiva. Pero tampoco se quieran pasar de lanza. No esperen que alguien como Pedro de León le eche porras a alguien cuando él mismo no tiene credibilidad, y podríamos poner aquí muchos ejemplos del tipo.

Una cosa me queda clara: qué aburrido debe ser un político que tiene que pagar para que le aplaudan. Que no se olvide que las manos, entre más aplauden menos trabajan.