Bien dicen que uno no experimenta en cabeza ajena y por eso le entra con singular alegría a los fregadazos que le ponga la vida. Será que nos encanta la mala vida o ya hay un arraigo en eso de sentirse “únicos y especiales” que nos cuesta aprender de la experiencia de los demás y, con suerte, prevenir alguna decepción.
Y tratándose de romances y enamoramientos, la cosa se pone peor, porque en la necedad de ver a la persona amada bajo un velo de idealización, nos parece lo más maravilloso del mundo mundial y no le vemos defectos por ningún lado.
Pero si algo nos enseñó “Betty la Fea” (la versión original, la colombiana, no el refrito sobreactuado de Televisa) es que no importa tener bien bonitos sentimientos. Siempre habrá un don Armando que con el tiempo nos haga vivir un tormento en una relación que no debería ser. Con suerte, uno renace como el Fénix (o como la Betty) y empieza por quererse uno mismo.
Bien raro que ya vamos para un año de que empezaron las medidas restrictivas por la pandemia del COVID-19 y en los primeros meses de pronto hubo un boom de solicitudes de atención psicológica. Me quedo pensando si no fue más bien que la pandemia nos obligó a estar en aislamiento en casa, con nosotros mismos, y varios no pudieron soportarse a sí mismos.
No es que yo sea un experto en eso de las relaciones el amor propio. De hecho soy un desastre, si acaso un ejemplo de lo que no debería hacer la gente, pero soy observador y a menudo uno advierte esos pequeños detalles de la cotidianidad que muestran otra cara de la moneda.
No entiendo bien por qué de pronto me buscan como consejero, para ver qué opino de tal o cual circunstancia de pareja. La verdad es que los amores ajenos me son indiferentes y tampoco me interesan. Pero si en algo he acertado es en “leer” las relaciones de pareja a través de sus testimonios, no lo explícito, lo que se dice, sino lo que yace entre líneas.
Luego uno se encuentra que una persona parece profundamente enamorada de otra, pero sus palabras dejan ver una especie de vínculo entre dominación/dominado. De ahí parten las diferentes relaciones “tóxicas” que hemos conocido, porque en teoría una relación debe estar basada en la pluralidad, la complementariedad, la diferencia y el mutuo entendimiento. Nada de esas mafufadas de la media naranja, porque nacimos completos, no en partes. El amor solo es afinidad, una relación de atracción/repulsión que abarca muchos ámbitos de nuestra vida.
¿A qué viene todo esto? Pues que este domingo es el Día del Amor y la Amistad. Sabe por qué se celebra, creo que por alguna tradición católica y un mártir (San Valentín) que casaba a las parejas en un periodo de persecución religiosa. Pero tampoco me haga mucho caso, últimamente esta fecha se ha convertido más bien en un intercambio de bienes para legitimar la “propiedad” o “posesión” sobre la otra persona.
¿Cuántos detalles le dio Don Armando a nuestra Beatriz Pinzón Solano? Hartos, muchos, de todo tipo. Y sin embargo, fue muy mierda en esa relación. ¿Qué culpa tenía Betty de caer en esa dinámica? Mucha, al igual que don Armando. Ella, porque la dinámica familiar era muy controladora sobre su vida personal y don Armando fue su primer “escape”. En el caso de él, también estaba sometido a las decisiones de alguien más, siempre con una presión social sobre el deber ser y la necesidad de ocultar quién era y lo que sentía.
Si ambos hubiera tenido un poco de amor propio, quizá no hubiéramos tenido esa telenovela icónica que ha sido replicada en muchos países (con bastante fracaso en los Estados Unidos, hay que decirlo). En nuestra vida cotidiana es lo mismo. Faltando ese amor propio, uno cae en relaciones que no solo implican la afinidad o rechazo hacia la otra persona, en un juego de dominación/dominado. También entra en la dinámica del historial de la otra persona, sus vínculos y antecedentes que conformaron su personalidad.
A veces se piensa que el amor puede cambiar a las personas. Tal vez sí, aunque no me ha pasado. Creo que eso más bien es replicar una tradición judeocristiana en torno al sacrificio. Uno se sacrifica a sí mismo (su amor propio, su estabilidad mental y espiritual, su integridad física, sus aspiraciones, sueños y pasiones) con tal de “convertir” a la otra persona en algo que les ha dado por llamar “amor”. Si para cambiar al otro tiene que cambiar uno mismo, eso no es amor.
Prefiero ser la loca de los gatos a andar pepenando eso que llaman “amor”. Eso sí: se siente muy bonito cuando llega y más bonito cuando deja de ser amor y se va. Eso es libertad y en el fondo también es amor.
Y añadámosle la romantización de las relaciones de pareja en las que se ha estigmatizado que se debe sufrir o de lo contrario no es amor verdadero, tenemos como resultado muchas relaciones tóxicas y gente con problemas de salud mental. He de confesar que me hubiera gustado que don Armando se quedara sólo y Betty con otro ser que no la haya menospreciado de tal manera, pero telenovela al fin y al cabo…