Seguramente ese ha sido el pensamiento de muchas personas, y tal vez no una, sino varias veces. Cuando vemos el actuar de nuestros representantes populares hay cosas en las que coincidimos, cosas en las que no, y otras que de plano dan vergüenza, coraje, miedo y demás sentimientos no gratos.
Este pensamiento se vuelve más recurrente cuando hay un proceso electoral como el que ahora vivimos. De pronto vemos por aquí y por allá algún nombre conocido, pero no para bien, o algún perfil que nos parece más adecuado para participar en una contienda.
Valoramos esos rostros y nombres a partir de lo que hemos aprendido con la experiencia, ya sea por conocerlos de manera directa o por un tercero, por verlos en los medios de comunicación en reiteradas ocasiones o porque fulanito dijo que sutanito que perenganito hizo “algo”.
También es inevitable emitir juicios sobre ese listado de aspirantes a un cargo de elección popular y vuelve el pensamiento una y otra vez: “si yo fuera presidente” o póngale usted el cargo que se le venga a la mente.
Para uno es fácil emitir esos juicios y crearse toda una maraña mental pensando todo lo que podríamos hacer si estuviéramos en un cargo de elección popular. Y de pronto se nos ocurre dar créditos a fondo perdido a los changarritos para apoyarlos en la pandemia, o bajar los impuestos como el mentado control vehicular o el predial, o dar más becas, o pavimentar más calles, o cambiar el alumbrado, o tener más policías.
Así nos podríamos seguir con una larga lista de ideas que se nos vienen a la mente cuando pensamos únicamente en nuestro entorno cercano. Rara vez vamos más allá, con datos duros, con información estadística, para conocer otro grado de nuestra realidad y planear otro tipo de estrategias más estructuradas que simples ocurrencias cuando pensamos “si yo fuera presidente”.
Solo así entendemos que no es tan fácil bajar los impuestos porque de esa recaudación depende ofrecer otros servicios, o que la gasolina no bajará así como así “porque lo digo yo” con un decreto, o que en un tronar de dedos llegará el recibo de la luz o del agua más barato, o que esos créditos que pretendíamos otorgar a fondo perdido requieren primero de una bolsa que debe alimentarse continuamente.
Con toda esa maraña que se nos ocurrió, lo último que pensamos es que nos acabaríamos el cochinito de la recaudación sin atender todo lo que habíamos imaginado. Y lo peor: quizá ni siquiera hubiéramos solucionado de fondo el problema del cual partimos.
Si uno fuera presidente, o diputado, o alcalde, o regidor o el cargo que sea, uno pensaría en solucionar primero los problemas de su entorno inmediato, porque son los que conoce de primera mano y si no salimos de la misma rutina diaria, ¿qué tanto habremos conocido de la realidad de nuestro país, estado o municipio?
Independientemente de la opinión que tengamos sobre el presidente Andrés Manuel López Obrador, no debe ser fácil estar en su lugar, como tampoco lo debió ser para sus antecesores. La realidad de un solo hombre no puede determinar la realidad de todo un país y pienso en lo difícil que debe ser tomar decisiones que impacten no solo al entorno inmediato, ese que nos es conocido, sino a los más de 100 millones de mexicanos que vivimos en este país.
Por eso un gobernante, en general cualquier persona que aspira a un cargo de elección popular, debe rodearse de gente que tenga una visión más amplia de las diferentes realidades que hay en nuestro país. Eso permitiría tomar decisiones de manera informada, con mayor certeza y con la confianza de que un equipo de trabajo puede hacer mejor las cosas que un hombre solo.
Después de todo este embrollo, vuelvo a pensar: “si yo fuera presidente”. La verdad es que si fuera presidente optaría por rodearme de un equipo de profesionales en cada área, especialmente las que me son desconocidas, porque en equipo se puede tener una visión más clara de las cosas. Y buscaría documentarme para planear y proponer, no llegar a improvisar. De eso ya nos cansamos muchos.
En el fondo sé que yo no sería presidente, ni gobernador, ni diputado, ni alcalde ni nada de esas cosas de la política. Ni siquiera tendría el interés de contender. Uno debe entender su lugar en las democracias y si nuestro papel es analizar, cuestionar y proponer, que así sea. Que hagan caso, esa ya es otra historia.