La educación en México, según el artículo 3 de nuestra Constitución Política, es obligatoria y gratuita, con lo que se asume que su costo, entre otras cosas el salario de los maestros, va por cuenta del gobierno.
Durante años, al menos los que me he dedicado a informar por medio de la prensa escrita, he sabido de millonarios presupuestos destinados para la educación; hasta hace poco siempre en aumento cada año aunque fuera poquito.
También sé que gran parte de esos millones de pesos se van al llamado gasto corriente, es decir, al pago de salarios de todos los que trabajan en la Secretaría de Educación, no solo de profesores frente a grupo, sino también de todos quienes que trabajan en oficinas de la secretaría, sean profesores o no.
De los muchos millones de pesos que se manejan en la Secretaría de Educación, al menos en la de Zacatecas, llega muy poco o casi nada a las escuelas públicas de educación básica.
Al respecto, que baste mencionar que somos los padres de familia quienes con las aportaciones que damos voluntariamente a fuerza, soportamos en gran medida los gastos de los planteles y en algunas escuela se ayudan con los intereses que genera el ahorro que los educandos aportan semanalmente y se “meten” al banco; al alumno se le entrega la cantidad que ahorró a final del ciclo escolar, pero no los intereses que generó, esos se los queda la escuela.
Ese dinero, se usa, entre otras cosas, para pagar agua o luz, si no se tiene “amarrado” un convenio con la propia secretaría, pero no alcanza para todo, porque aunque todos los padres de familia cooperamos –y es un hecho que todos, porque a los hijos de quienes no pagaron la cuota de padres de familia, se les niegan sus documentos al final del ciclo escolar, aunque se diga que no–, somos los padres quienes pagamos al velador, al intendente (o nosotros mismos hacemos el aseo), llevamos insumos de limpieza desde una escoba, trapo para sacudir, detergente, líquidos para limpiar pisos, etc., compramos pintura y somos pintores, además adquirimos plumones para pintarrón, compramos cortinas para los salones, nos cooperamos para el toner de la impresora si tenemos la suerte de que haya una en el salón… en fin, pagamos todo, ya sea en “abonos” o de jalón, con dinero o en especie y hasta con trabajo.
Es decir, lo único gratuito para el padre de familia que da educación a sus hijos es el salario de los maestros, ya sean escuelas de la federación o del estado.
Me resulta un poco insultante que las autoridades tomen el conflicto como si fuera “papa caliente” y en lugar de “agarrar al toro por los cuernos” y hacer gala de su oficio político para resolver el problema, se pasen culpando a sus antecesores de desfalcos, malos manejos, desvíos de recursos, mala administración y todo lo que les venga en mente.
No digo que no sean ciertas todas esas acusaciones, capaz que son esas y más que no dicen, pero hay un pequeño detalle: el problema no es de sutano, mangano o perengano, no llevan nombre y apellido… no es un problema personal sino de instituciones, sin importar quien la encabece o presida en el momento del conflicto.
No estoy descubriendo el hilo negro, cualquiera que se detenga a analizar poquito el asunto, lo sabrá. El punto es que, quien busca un cargo público, de antemano sabe a lo que va y aún así lucha, incluso por años por alcanzar ese cargo.
Si sabe que no todo es miel sobre hojuelas o que hay un déficit financiero y si no se está dispuesto a dar solución a este tipo de conflictos y otros más, pues entonces que abra paso a quien sí esté dispuesto hacer frente hasta las situaciones más incómodas, difíciles y hasta caras. Eso sería verdaderamente servir al estado, a la ciudadanía y hasta al prójimo.
Creo que es legítima la protesta de los más de 10 mil trabajadores de la educación –entre activos y jubilados–. Están reclamando un salario que ya devengaron, sin embargo ¿por qué la ciudad entera debe padecer por ello?
Este martes, la ciudad parecía como “anestesiada”, porque no estaba del todo paralizada, parecía que funcionaba a medias, era extraño caminar en calles sin el bullicio de los autos, sin tanta gente deambulando como si estuviera medio despierta o medio dormida…
La solución pudiera estar en la misma historia. Hace algunos sexenios, el gobernador en turno no culpó a sus antecesores ni se quejó de la herencia que recibió, sino que se sentó con los profes, debatió y negoció, destrabó la situación y para apaciguar al magisterio y tenerlo contento, ofreció un aguinaldo de 90 días…