Chochenta y contando

Casi estoy segura que por el título creyeron que iba a hablar del presidente, pero nel, hoy no, hoy les voy a contar de mi Gfita.

Desde que tengo uso de memoria, que no de razón, ha sido constante la plática de mi madre al mencionar que cuando yo nací ella pensaba que “ojalá pudiera ver a la niña aunque sea de 15 años”, (fui la última del clan).

Cada que cumplo años es una de sus charlas, también la hace cuando nació Ángela, con ella esperaba al menos verla de 10 años, ahora yo tengo casi la edad que ella tenía cuando yo nací y por tanto la doña ya me anda duplicando la edad y mi Angelilla ya saben que ya se hizo vieja.

Mi jefa es un maravilloso ejemplo de las transformaciones que tenemos con el paso de los años y cómo una mujer de la tercera edad sirve para mostrar que el ánimo puede prevalecer, que la fuerza no se limita por la disminución en la movilidad, pero sobre todo que  las ideas, por muy añejas que sea pueden modificarse para bien.

En ocasiones justificamos las acciones de hombres y mujeres de edad avanzada mencionando que sus ideas son del siglo pasado o antepasado y que con adultos mayores no se puede hacer mucho porque se niegan al cambio.

¡Nel! No es verdad, la gente terca y sin interés de aprender del pasado y del presente puede permanecer sumida en sus ideas anquilosadas, pero quienes están dispuestos a transformarse, mejorar y apoderarse de sus entornos no ven en su pasado y en sus edades una limitante.

Mi madre, una mujer de campo, ama de casa que logró terminar la primaria por ahí de 1940 y tantos, en un pueblo donde la mayor educación a la que podían aspirar las mujeres sin recursos era solo aprender a leer y escribir, ella ha logrado cambiar un poco sus ideas.

Ha dejado atrás la homofobia que es uno de los que pudieran ser lastres de su generación, reconoce en cada mujer el derecho a defenderse y denunciar a los hombres que las lastiman; reprueba los feminicidios y ha logrado reconocer cuando un hombre o mujer reproduce actitudes machistas.

Es ella quien día a día por las mañanas (bueno, cuando no se queda dormida) me cuenta las novedades de las noticias nacionales que “lee en su teléfono”, porque ahora desde hace un par de años ha ingresado a las redes sociales y se la pasa leyendo noticias y recomendaciones de herbolaria, que dicho sea de paso, le encanta.

Gracias a mi jefa hemos logrado llegar (lejos o cerca) a donde hemos llegado mis hermanos y yo, ella nos enseñó a ser libres, a ser inteligentes, a querer y respetar, a gritar cuando tenemos que hacerlo, a maldecir, pero desde el corazón a quienes se lo merecen, pero también a agradecer, a bendecir y a querer a quienes a pulso se lo han ganado.

Sonríe cuando tiene que hacerlo, su rostro es el mismo de siempre, el de una mujer cabrona, que ahora está oculta entre muchísimas arrugas, menos dientes y pelo blanco.

Me resulta muy satisfactorio escucharla después de que me prestó atención cuando cuento mis pesares, maldice, porque sí lo hace, pero no dice las grosería “grandes”, esas la limita a la compañía de confianza, regularmente mi hija y yo; hace unos días de mi boca salió un sincero “ni con eso me paga mis lágrimas” (una persona) y en eso escuché  salir de su boca el más orgánico y sincero “que chingue su madre la perra”.

En nuestra familia no estamos acostumbradas a las muestras físicas de afecto, no abrazamos ni besamos, nos late más hacer bromas de muerte, drogas y alcohol; por eso siempre agradezco en su nombre los parabienes que augura mi raza, osea mis compas, pero neta no esperen que la abrace porque o me da un putazo o me corre de la casa, así que solo le cuento porque donde me le acerque quizá no me vuelven a ver.

Mi  jefa ayer jueves cumplió 80 años y hoy yo tengo ganas de seguir celebrando su vida, así que vamos dándole a ver hasta dónde llegamos. Salutttt