Mucho he oído que en tiempos de crisis es cuando se abren, o vemos abiertas, todas esas puertas que habitualmente vemos cerradas. La frase es muy trillada, pero encierra mucha verdad en sí.
En estos días, he platicado con algunos –muchos– amigos que trabajaban en gobierno, algunos más de 15 años o 20 incluso y que han perdido su empleo. Algunos ya cincuentones, otros en sus 30, incluso algunos que van saliendo de los 20, sin embargo todos tienen algo en común en este momento: la preocupación de qué pasará si no encuentran pronto acomodo en el mercado laboral.
La preocupación se vuelve angustia en mis amigos que ya pasan los 50, pues aunque algunos, he de reconocer que no todos, son muy buenos en lo que hacen, su edad se convierte en algo así como “un enemigo” que les impide ser contratados en nuevos trabajos.
“Tengo 25 años aquí. Sé cómo se maneja este asunto al pie de la letra y aun así me tocó. ¿Qué voy hacer? Tengo familia y compromisos que saldar y tengo 53 años, ¿quién me va a dar trabajo a esta edad?”, me decía un buen amigo.
Aunque un poco más joven, otra amiga, también víctima del “tijeretazo laboral” en gobierno, es presa del pánico y preocupación. Ella además se deprime cuando no tiene mucha actividad. Tiene dos carreras terminadas y una maestría.
Llevaba un departamento con comunicación a nivel central en la Ciudad de México y también está muy angustiada porque es cabeza de familia, aunque su exesposo la apoya, no es suficiente para pagar las cuentas de una casa, las escuelas de sus dos hijos y los imprevistos que siempre hay.
Sólo los mencionaré a ellos para no hacer tan largo el cuento, pues en sí todas las historias convergen en un mismo punto: están más que preocupados porque desde el 15 de diciembre ya no tienen ingresos.
Casi todos son capaces en lo que hacen y al menos ellos dos muy responsables, inteligentes y creativos; ella es administradora de empresas y licenciada en sistemas computacionales, además sabe hacer todo tipo de diseños y manualidades. Tiene muy buen gusto. Él es ingeniero en sistemas.
Yo que veo los toros desde la barrera, veo que si bien están perdiendo un buen empleo que les daba la certeza de recibir cada quincena un salario, tienen un mundo de oportunidades a sus pies.
Hace un tiempo, aunque por otras circunstancias, estuve igual que ellos, por eso comprendo muy bien su situación, de un día para otro se le cae a uno el mundo en el que ha vivido por muchos años, uno espera seguir haciendo lo que los últimos cinco, 10 o 20 años hacía y le retribuía y no ve más allá de eso.
Sin embargo, al salir a la realidad uno se topa con que donde uno cree que tendría acomodo, no hay lugar para uno, que los amigos le palmean la espalda a uno, pero no “aflojan” para un kilo de tortillas y casi con dolor va uno y paga el agua con los últimos 100 o 200 pesos que tiene en “el cochinito”.
Luego, viene la vergüenza de hacer cosas que uno nunca se imaginó hacer o que considera denigrantes…
Creo que un trabajo, cualquiera que sea, jamás será denigrante. En tiempos difíciles yo limpié pisos, vendí gelatinas, buñuelos, comida en general, ropa, hice reportajes a pedido, revisé tesis, escribí ensayos… todo lo que me dejara un ingreso para pagar los gastos que genera esta vida, sí, porque en esta vida todo se paga (entiéndalo en el sentido que quiera).
Cuando un día me vi de rodillas limpiando la unión de las baldosas de un piso, me di cuenta del gran tesoro que tenía en mí y di gracias a Dios porque sabía leer y escribir y que por saberlo me había ganado la vida honestamente por casi 30 años en ese momento.
Mis amigos están devastados porque no saben cómo se ganarán la vida, porque alguien “les mató la vaca”… yo creo que en estos casos hay dos caminos qué tomar: uno que te lleva a la depresión, el desvarío y la desdicha y otro que te lleva a explotar todo eso que antes uno hacía por mera “entretención”.
Ya le dije a mi amiga que se ponga a arreglar computadoras en su casa, ¡sabe hacerlo!, o que haga programas, o que haga manualidades para fiestas, tarjetas de presentación, que haga esos postres que le quedan deliciosos… que haga todo junto hasta que descubra qué es lo que “le pega”.
En fin, creo que esta historia deja claro que siempre hay alternativas a dónde dirigirse luego de digerir y sufrir el duelo y decepción de perder un empleo del que pensamos saldríamos viejos y jubilados.
No pocas veces terminamos agradeciendo a quien nos “mató la vaca”, porque gracias a ello salimos de la famosa zona de confort y descubrimos talentos que teníamos tan ocultos, que no sabíamos que los teníamos.
PD: Luego les cuento la historia de la vaca.
Muy buen enfoque el tema de la crisis laboral