Hoy es Miércoles de Ceniza. Inicia la Cuaresma. Cuando pienso en estas fechas no puedo dejar de relacionarla con las añoradas vacaciones que me llevaban cerca del metate de mi abuela materna para comer queso recién quebrado hasta la saciedad, en las vacaciones de Semana Santa.
También pienso en la familia Buendía y ese señalado Miércoles de Ceniza, cuando quedó la marca indeleble de ceniza en la frente de los 17 Aurelianos que engendró el coronel Aureliano Buendía durante las guerras… debe ser una aterradora experiencia tener una marca, tan expuesta y saber cuál es su origen.
Y vienen a mi pensamiento cosas más mundanas de mi tierra, Zacatecas y todas sus tradiciones y costumbres “mochas” –dicen mis hijos–, que parece que con el tiempo se van difuminando, al menos para mí, entre las obligaciones de mamá, de la casa y del trabajo, sin embargo la Semana Santa me remonta a un pasado no tan lejano (medio siglo no es mucho) cuando llegaban estas fechas y la casa se inundaba de olores y sabores muy de la época (pipián, huachales, pescado, capirotada…), y las calles se llenaban de gente entre melcochas, trompadas y aguamiel.
La hermosura de mi tierra no sólo reside en su señorío de ciudad colonial, con sus palacios de cantera rosa, su imponente Catedral y los románticos callejones del centro. También está en su gente, sus costumbres, hábitos y usanzas.
Aunque la diversidad de pensamiento y credos se ha impuesto como una innegable e impostergable modernidad, Zacatecas tiene raíces religiosas muy arraigadas, de las cuales aún sobreviven muchas tradiciones, de las que puedo enumerar sólo algunas, que aunque no son propias, como pueblo creyente han sido adoptadas –hasta 2020, según el Inegi, en Zacatecas, 92.3% de la población es católica–, entre ellas figura la Procesión del Silencio, una de las más antiguas de México, que no había sido interrumpida más que por la Revolución y la Guerra Cristera, hasta esta vez que van dos años sin la romería por la pandemia de COVID-19; pero antes la imposición de la ceniza que anuncia la Cuaresma, la multitudinaria reunión en el templo de Jesús para rezar los 33 credos y el Domingo de Ramos con el que inicia la Semana Mayor, en que todo se silencia o se silenciaba, porque luego surgió la Semana Cultural y el silencio estalló en fiesta, algarabía y convivencia.
El Jueves Santo y el lavatorio de pies y los viernes, con los Viacrusis. En mi mente está grabado como con hierro candente la efigie de Jesús en andas seguido por la Virgen María llorando atrás de él, mi padre me cargaba en hombros para que viera la representación.
Aunque la mayoría en Zacatecas profesan el catolicismo, también hay población protestante y cristiana evangélica (4.6%) y en tercer lugar se ubican las personas sin religión con 2.4%, es por ello que se va haciendo una mezcla de tradiciones para dar pie a otras.
Las autoridades aprovechan estas fechas de asueto, generalizado, que no total, para hacer atractiva la ciudad y reactivar la economía local, es por eso que ahora se vive diferente esta época; este año es crucial porque según dice el gobernador, Zacatecas no tiene nadititita de dinero, por eso no se paga a los maestros a tiempo, no hay placas aunque muchos ya las pagamos, no hay para pagar un cúmulo cada vez más grande de laudos por despido injustificado, la lista es larga, por eso hay que dar gracias a Dios (hasta quienes no creen que haya uno), porque la Semana Mayor cayó en semáforo epidemiológico verde, con lo que se relajan las restricciones para salir de casa o viajar para gastar nuestro dinero y que el frío dio tregua para dar paso al calorcito que va anunciando la llegada de la primavera.
Hay que orar, rezar, decretar, conjurar, pedir al Universo, escribir un millón de veces nuestro deseo, para que haya muchos turistas, que el gobierno haga su chamba y apoye a los empresarios locales, que prevenga, contenga y reprima la inseguridad, que mucha gente quiera venir a pasear y gastar su dinero a Zacatecas. Si se manifiesta el milagro, esta Semana Mayor será la Semana Mayor que devolvió el alma a los zacatecanos.