Alejandro es mi hijo menor. Es un niño muy listo –y no lo digo porque sea su mamá– al que le gusta el futbol, los videojuegos, ver películas y videos. Aprendió a sumar y a restar primero que a leer y escribir. No le gusta nadita escribir.
Tiene 10 años y desde hace dos, uno de sus reclamos recurrentes es por la vacuna anticovid, me pregunta una y otra vez por qué a los niños no los vacunan y aunque lo dice a manera de broma, su razonamiento tiene mucha lógica: “¿tengo que esperar a que tenga 18 para estar protegido?”. Luego se autorizaron inmunizaciones para adolescentes de 12 años, pero todavía no le tocaba a él.
Aunque se le pretenda restar importancia o incluso ignorar, a los niños también les preocupa, agobia y les causa temor enfermarse de COVID, sobre todo por la gran difusión que tiene esta enfermedad en todos los medios de comunicación –ya sean escritos o electrónicos– y, aunque ya no tanto, en redes sociales.
Hace unas semanas hizo un dibujo muy ilustrativo para participar en un concurso de Derechos Humanos sobre cómo recobrar o hacer efectivos sus derechos. Dibujó a un niño que era vacunado y escribió como contexto que quería hacer valer su Derecho a la Salud recibiendo la vacuna anticovid que le habían negado desde hacía dos años. Hasta ahora no nos han dado información si obtuvo algún lugar en el concurso, pero independientemente de ello, a mí me conmovió su genuina preocupación.
Entre otras cosas le preocupa que yendo a la escuela sin vacunar, “pesque” el virus y lo lleve a casa de mis padres, quienes lo cuidan unas horas por las tardes, “ellos ya están viejitos –dice– y puede que no resistan”, concluye un poco alarmado al igual que cuando dice que también sería un peligro para mí, por la diabetes.
Dice que sí le da miedito el piquete, pero que más miedo le da enfermarse, porque sabe que no es un proceso sencillo que incluso lo puede llevar a la muerte.
Este martes le di la noticia de que al fin se abrían las inscripciones al padrón para vacunar a niños de 5 a 11 años y su reacción inmediata fue: ¡Al fin!
Todo esto me lleva a una triste conclusión, que no es privativa de estos tiempos, sino de siempre: mucho se habla de derechos humanos, de las garantías individuales consagradas en los primeros artículos de nuestra Constitución Política, de los derechos de los niños, de las mujeres y hasta los derechos de los animales, hasta se reclama el famoso lenguaje inclusivo para hacerlos notar, para que nadie se sienta excluido, pero ¿de qué sirve hablar de niños y niñas si en la práctica ni un género ni otro puede hacer valer sus derechos?
Y estamos hablando en este momento sólo del Derecho a la Salud. En México se nos ha hecho creer en el discurso político, que no había una sustancia especial para niños, cuando en Estados Unidos, desde hace mucho tiempo, la gente sin citas, sin inscripciones, sin ningún engorroso trámite de por medio llegaba a los puntos de vacunación, elegían la marca de la inmunización que deseaban y al mismo tiempo llevaban a sus niños a recibir su dosis.
Entiendo perfectamente que las políticas públicas son diferentes en cada país y sobre todo sé de la diferencia que hay entre ambas naciones en cuanto su poder financiero o económico, pero por favor, que no nos insulten queriendo vernos la cara de tontos diciendo que no hay vacunas especiales.
Por ahora, el punto es que debemos celebrar que al fin –como dijo Alex– llegaron las vacunas para nuestros niños, creo que es mejor tarde que nunca, aunque para muchos la oportunidad que les fue negada les acortó la vida, porque también hubo niños contagiados, también hubo niños que perdieron la batalla ante este terrible mal de nuestros tiempos.
Por ahora, Alex todavía se cuida como si fuera el primer día de pandemia. Se lava las manos constantemente y no suelta el cubreboca, incluso entrena con este puesto, aunque desde hace días muchos de sus compañeritos ya no lo hacen, “porque además del COVID –dice– también me cuida de la hepatitis (aguda)”, otro flagelo que no ha sido tan difundido.