Hace unos días leía en alguna parte que no atino a precisar en este momento, cuál fue o es la prueba crucial de que el hombre había alcanzado la civilización. Palabras más palabras menos, la anécdota –que ignoro si es verídica, pero considero muy ilustrativa–, decía que la prueba irrefutable de que el hombre se había civilizado es un hueso fracturado y sanado hace miles de años.
La explicación fue muy simple: en la naturaleza del reino animal –sobre todo en los albores del mundo como lo conocemos– el instinto que prevalecía era el de sobrevivencia más que el de solidaridad, por lo que si un miembro del grupo enfermaba, se lastimaba o envejecía, era abandonado a su suerte, pues representaba un lastre para el resto ya que no podría correr para huir de un potencial predador ni defender a sus compañeros ni ayudar a cazar o simplemente no podría avanzar por sí mismo.
El descubrimiento del milenario hueso reveló que en algún momento de la nómada vida del hombre primitivo, alguien se fracturó –creo que era el fémur– y alguien se quedó a su lado, cuidándolo, alimentándolo y curándolo hasta que se alivió y pudo seguir su camino sin ayuda.
Toda romántica e idealista que soy, quiero suponer que quien se quedó al lado del dueño del hueso fracturado era parte de su familia directa o tal vez su pareja (insisto, soy una romántica) y ya como mera suposición mía elijo dar por sentado que desde entonces la importancia de la familia, el amor, la solidaridad y apoyo han sido cruciales para el hombre, puesto que el resto de la humanidad podría seguir su marcha, pero los cercanos a alguien que necesita ayuda, no lo abandonarán jamás.
Parto de esa premisa para dar por sentado que aún en nuestros días la familia, además de ser la base de la sociedad, es fundamental para el sano desarrollo del hombre: es en el seno familiar donde aprendemos las primeras lecciones de nuestra vidas que van desde aprender a caminar, a comer y las normas básicas de convivencia y sabemos, por todo lo que nos acontece, que si alguien estará siempre a nuestro lado (casi siempre) es la familia, pues los sentimientos son universales, salvo las muy penosas excepciones que a lo largo de la historia hemos visto.
Pues bien, la familia como hoy la conocemos no es la misma que fue hace unos años En la historia de la humanidad ha habido muchas formas de organización familiar, como el patriarcado, el matriarcado, la poligamia, bigamia hasta llegar a la monogamia. No pretendo hacer un estudio antropológico de la familia, más bien quiero ir abriendo paso para explicar que para llegar a la familia tradicional que hoy concebimos como “normal”, antes pasó por muchas transformaciones, y poco a poco se ha ido transformando, a veces sin darnos cuenta por la dinámica de la vida moderna de nuestros tiempos.
Lo que antes era una familia normal con mamá, papá e hijos, se fue transformando en una con mamá, papá, hijos y abuelos, luego mamá o papá, hijos y abuelos; también está en la que sólo es mamá o papá e hijos, sin abuelos (u otro tipo de parientes). De igual forma hay familias compuestas, en las que hay mamá con sus hijos y papá con sus hijos y los hijos de ambos…
Hasta ahí, nadie se escandalizó y se vio esa transformación como normal por el envejecimiento de los abuelos, por la ajetreada vida moderna que obliga a trabajar fuera de casa a mamá y papá, a que hay más libertad para disolver el vínculo matrimonial y rehacerlo con personas diferentes…
Pero, y viene un gran pero, todo mundo se escandalizó cuando aparecieron sin tapujos las familias integradas por mamá-mamá o papá-papá. Nos guste o no, es una forma de amar y es una nueva forma de organización familiar… Cuando yo era niña no se veía bien a la personas homosexuales, se les denigraba y se nos hacía ver que no eran “normales”, sin embargo, luego de pelear (aunque no deberían haberlo hecho porque son sus derechos como seres humanos), ya se les reconocen algunos y se está tratando de que las nuevas generaciones vean a estas familias con respeto y con normalidad.
Creo que se está logrando. A raíz de la película Lightyear, se suscitó un escándalo porque explícitamente hay una familia mamá-mamá-hijo y en escena hay un fugaz beso entre las mamás.
Antes de permitir que mi hijo Alex, de 10 años, viera la película le pregunté que qué pensaba de que las personas del mismo sexo se besaran en los labios. Su respuesta me sorprendió –como muchas cosas de él–. Sin dar muchos rodeos me dijo sencillamente: son seres humanos, tienen derecho a quererse.
Aunque no me imagino criando a un niño con dos madres o dos padres, la verdad que estoy convencida de que cuando hay amor, todo lo demás sobra… Un niño criado amorosamente por dos mamás o dos papás puede ser más feliz y más pleno que uno criado en el seno de una familia convencional, destruida, sin valores y atención para los vástagos.
Lo dicho, el amor de la familia es el principio básico de la civilización humana.