Una trágica noticia más trascendió estos días, dos sacerdotes jesuitas fueron asesinados al intentar proteger a un hombre en el interior de una iglesia de Cerocahui, Chihuahua, en la que por décadas se dedicaron a labores evangelizadoras y de apoyo social a los habitantes de esa zona.
Todas las muertes conmueven, y más si son asesinatos. En nuestro país mueren alrededor de 112 personas por día, según un informe presentado por el propio Gobierno Federal en abril de este año. Con tales cifras, es esperable que la sociedad poco a poco vaya perdiendo la sensibilidad y sorpresa cuando mueren hombres, mujeres, chicos y grandes todo el tiempo.
Los jesuitas son los Integrantes de la Compañía de Jesús, fundada en Italia por san Ignacio de Loyola en 1540. Llegaron a México en 1572, evangelizando y educando en estados como Guanajuato, San Luis Potosí y Coahuila, para luego extenderse por otros estados del país con la idea de convertir a la gente al cristianismo, fundando colegios y ciudades.
El actual Papa Francisco pertenece a esta orden religiosa, por lo que se expresó de manera afligida, una vez más, por la violencia que sucede en nuestro país. Al menos 50 sacerdotes católicos han sido asesinados en México en los últimos tres sexenios, siete de ellos durante el gobierno de Andrés Manuel López Obrador.
Además, han aumentado las extorsiones y las amenazas de muerte contra clérigos en los últimos años. El Obispo de nuestra diócesis, Mons. Sigifredo Noriega, denunció haberse topado con un retén de un grupo delictivo mientras realizaba trabajo pastoral en el vecino estado de Jalisco.
La violencia sigue expandiéndose y llegando a situaciones y circunstancias que no eran comunes, los crímenes se cometen a pleno día y dentro de las iglesias, lugares que suelen brindar paz y seguridad. Los sacerdotes o religiosos, los niños o niñas ya no están seguros, nadie lo está.
Morita y Gallo, Javier Campos Morales y Joaquín César Mora Salazar, solo cumplían con su ministerio y vocación, además realizaban trabajo comunitario en favor de las comunidades más pobres y marginados de la Sierra Tarahumara, impulsaron proyectos de alimentación para niños rarámuris, siembra de árboles frutales y operaban una clínica en Creel enfocada a la atención de población indígena entre muchas labores más. Era entonces complicado relacionar su muerte por formar parte del crimen organizado.
Ya hablaremos en otra entrega sobre todos estos grupos marginados a los que estos hombres ayudaban y por quienes entregaron su vida, tenemos grandes pendientes. Que los límites no sigan rompiéndose.
Muy triste y lamentable la situación de inseguridad que vive el País con la nula acción de A quienes les obliga las autoridades de tres niveles de gobierno, sólo «abrazos no balazos»
Me viene a la memoria también injusta expulsión de los jesuitas de México entre los Zacatecas en siglos pasados por razón de que defendían a los pobladores originarios, Descansen en Paz los sacerdotes víctima dos y la otra persona asesinada.