Este año la Navidad volvió a tener para mí esa magia que sin saber cómo ni cuándo había perdido. No sé si soy una persona rara por eso o soy parte de una “comunidad” que perdió el genuino interés y emoción que sienten los niños con esa época del año.
Tal vez fue el desengaño de que los regalos que llegaban año con año para mí y mi hermano no tenían origen divino, que el “Niño Dios” eran mis papás quienes tenían un extraordinario y amoroso cuidado para investigar qué deseábamos y hacer todo lo que debían para que el 25 de diciembre pudiéramos abrir con asombro nuestros regalos –siempre más de uno–, lo que me lleva a la conclusión de que mi hermano y yo fuimos dos niños bendecidos, muy afortunados y, por supuesto, muy amados.
Tal vez fueron las responsabilidades propias de la adultez las que me hicieron ver diferente esa festividad, pues ya era yo la que trabajaba, la que me debía comprar mis propios regalos y para rematar, creo que también tuvo que ver que siento que apenas voy saliendo de los gastos de una, cuando ya llega la otra.
Al respecto, puedo mencionar que recientemente se hizo un estudio en Reino Unido que explica por qué a medida que envejecemos las navidades parecen más cercanas una de otra: Para un niño de 7 años, los 12 meses entre navidades son una gran parte de su vida. Para una persona de 45 años, esos mismos 12 meses son una pequeña parte de su experiencia. Esta diferencia de proporción comprime el tiempo relativo entre navidades cada año.
Con la llegada de Carlos –mi hijo mayor–, la Navidad tomó otro significado. Los papeles habían cambiado y ahora era yo quien debía estar atenta para que el “Niño Dios” complaciera a mi primogénito; tres años después a él y a Mariana, luego también a Emmanuel y desde hace 11 años se unió a la lista Alejandro.
Desde la llegada de Carlos mi propósito fue que hubiera muchas luces de colores, esferas, un pino y regalos, porque me encantaba ver la felicidad en sus caritas y en casa de mis padres no faltaba el Nacimiento, que tanto emocionaba a mis hijos en Nochebuena cuando acostábamos al Niño Dios y encendíamos las velitas de colores y las luces de bengala. En ese momento no lo sabía, pero para mí la Navidad había dejado de ser regalos para mí; se había convertido en la felicidad de mis cuatro hijos.
A estas alturas de mi vida, ya solo tengo un niño en casa, casi ya un adolescente y de pronto una tarde de estas últimas me di cuenta que muy pronto ya no le emocionarán las navidades con el sentimiento de un niño y decidí disfrutar esta y las más que pueda, como una niña junto con él, compartiendo desde cosas muy simples hasta las que todavía no imagino en casa o en cualquier otro lugar y ya empecé.
Sin importar que ya no soy una jovencita, me “trepé” a un patín del diablo eléctrico en La Encantada y aunque primero con miedo, empecé a recorrer el perímetro del lago, luego, de un momento a otro, sin darme cuenta, iba disfrutando igual que Alex el aire helado en nuestras caras, la vibración de la grava sobresaliente del asfalto, de la velocidad y de la adrenalina al temer un accidente que pudo ir desde una tremenda caída hasta atropellar a una de las personas que íbamos esquivando en nuestra casi vertiginosa carrera. Luego nos subimos a la rueda de la fortuna y al carrusel y comimos golosinas.
Cuando regresábamos a casa, cantamos, bromeamos y comentamos nuestra experiencia. Es indescriptible la cara de felicidad de Alex, creo que en parte por todo lo que hicimos y otra porque lo hicimos juntos… en un momento nos quedamos en silencio. Agradecí la vivencia y no pude evitar cuestionarme ¿cuántos padres en este momento de la historia de Zacatecas son tan afortunados como yo?
Tal vez nunca sepa la respuesta, pero de lo que sí estoy segura es que muchos no tendrán la satisfacción de darles a sus hijos un regalo y tal vez otros tantos no puedan llevarlos al parque La Encantada a disfrutar los juegos mecánicos, que aunque no cobran mucho –20 pesos la rueda de la fortuna y el carrusel y 10 pesos el trenecito– si se suman al menos los gastos de dos personas (un padre y un hijo), el traslado y algo de comer, gastarían al menos un día de salario mínimo para quien tiene un empleo fijo o un emprendimiento algo redituable.
De los regalos como juguetes, por ejemplo, mejor ni hablo (escribo) porque se han convertido en verdaderos artículos de lujo, inalcanzables para muchos y motivo de endeudamiento para otros debido a los altos precios, la inflación y la escasez de empleos formales de los que, por cierto, Zacatecas no alcanzó sus metas este año, pues según el IMSS sólo se registró el 10% de los empleos formales esperados para este año que casi finaliza, pues de los 12 mil 650 que se esperaban, sólo se generaron y mil 210, lo que directamente incide en la pobreza laboral (cuando los ingresos en un hogar son insuficientes para adquirir la canasta básica) que afecta al 47.8% de la población del estado, según mediciones de la asociación México ¿Cómo Vamos?
Justo por las preocupaciones económicas, el temor por la inseguridad y las responsabilidades de la vida adulta no todos los zacatecanos pasarán una feliz Navidad este año o al menos perderán o ya perdieron su asombro ante la magia que ven los niños en ella.
Hola hermosa tienes muchas razón dejamos de ser esos niños asombrados y fascinados por los regalos pero creo que lo que no bebemos olvidar es que en esta época de sembrinas la humildad y esperanza no deben de faltar y coincido también contigo en qué es mejor dedicar a los hijos un día de calidad y disfrutar sin celulares sin ninguna distracción y asi volver a ser niños nosotros junto con ellos te mando un fuerte abrazo y muy bella reflexión mi linda