Por diversas circunstancias, en mi vida he convivido muy de cerca con policías y militares y hay una diferencia infinita entre los de antes y los de ahora. No lo digo por temas de corrupción, mañas u otros calificativos no muy buenos, eso es otro tema. Siempre existirán los dos extremos de la historia: lo bueno y lo malo, el respeto y el irrespeto, la lealtad y su opuesto.
Mi abuelo fue policía municipal. Le decían gendarme en aquellos muchos ayeres; de acuerdo con viejas conversaciones entre mi padre y abuela, él era de Laguna Grande, Monte Escobedo, y que en época de la Revolución se vino a “la bola” y ya no regresó a su tierra. Desconozco más pormenores de su familia, solo que fue hijo de Quirino Bañuelos y María Morales, a quienes no más volvió a ver desde que de casi niño dejó su tierra natal.
Falleció ya de viejo, en los brazos de mi padre. Vivió su vida uniformado, iba y venía a su trabajo en ropa de trabajo sin temor a ser blanco de las balas, que esquivó con fortuna en la últimas batallas revolucionarias, la gente lo respetaba como la autoridad que representaba.
En sus pompas fúnebres recibió honores, no por heroicas hazañas, sino porque nunca se quiso retirar del servicio activo a pesar de su avanzada edad.
El padre de mi Alex es militar. Inició en la milicia cuando todavía los soldados podían andar uniformados en la calle. Así asistió a escuelas de computación y otros oficios y carreras técnicas. Eran tiempos en que los militares eran respetados y podían andar libremente por la vida sin temor por que su cabeza tuviera precio.
Los últimos años ya no lo pueden hacer ni militares ni policías.
El contraste es lamentable en los tiempos en que vivimos, en que los policías o militares, sin importar rango, antigüedad o corporación, deben cubrir sus rostros para evitar ser reconocidos y contra quienes las balas hacen blanco más de lo que siquiera hubiéramos imaginado hace dos décadas.
Solo en la capital del estado han asesinado durante los últimos 15 meses a 5 policías municipales y en los 10 primeros días del año ya van dos ataques armados directos contra policías.
De acuerdo con las estadísticas oficiales y las de las encuestadoras, como Causa Común, Zacatecas encabeza la lista de policías asesinados, cerró el año con 55 uniformados asesinados; le siguen Guanajuato (47) y Veracruz (23).
En Zacatecas no le tiembla la mano a la delincuencia para arrebatar la vida de un policía municipal o estatal, un militar, sea soldado raso o con algún rango superior, a un comandante o general así sea jefe de la Guarida Nacional con o sin experiencia…
Atrás quedaron los días en que ser policía era una opción de empleo, ahora entre quienes se animan y los exámenes de control y confianza, son pocos los nuevos que las corporaciones reclutan.
El temor se extiende a las madres y esposas que ven salir a sus hombres de sus casas con el miedo de que sea la última vez que los vean con vida.
Así es, no existe garantía alguna que salvo guarde su integridad física o la de sus familias, el gordo gobierno los avienta cómo bala de cañón, sin ninguna experiencia o preparación, haciendolos blanco fácil de la delincuencia. Y agregando al dictamen de abrazos no balazos, degradan aún su rango. Que triste.