Hace unos años, no recuerdo cuántos, pero no hace muchos, un rumor sembró preocupación entre mucha gente, sobre todo entre la de más edad que temía quedarse sin nada de lo que habían logrado en sus años productivos. La patraña era que el IMSS, ISSSTE y la Secretaría de Salud se fusionarían y privatizarían sus servicios con altos costos para los derechohabientes.
La noticia corrió como reguero de pólvora por redes sociales –al menos a mí me llegó en varias ocasiones por mensajes de Whatsapp, el medio más popular– y algunas personas, creyendo que yo estaba muy informada del tema, se acercaron a mí a preguntarme. Sinceramente lo único que sabía era lo que circulaba en redes.
El tema fue tan sonado que incluso en la Gaceta Parlamentaria, del viernes 14 de agosto de 2015 / LXII/3SPR-23-1756/57038, quedó asentado en el apartado de Dictámenes a Discusión y Votación que se trató el tema como punto de acuerdo; los legisladores solicitaron “a los titulares de la Secretaría de Salud, del Instituto Mexicano del Seguro Social y del Instituto de Seguridad y Servicios Sociales para los Trabajadores del Estado información sobre las supuestas acciones tendientes a privatizar los servicios de salud que prestan las instituciones a su cargo”.
El gobierno federal, por su parte, desmintió tal afirmación en su página oficial: “Es un rumor falso lo que recientemente se ha recibido en mensajes por redes sociales que alertan sobre una fusión entre el IMSS, ISSSTE e ISEMYM, donde se dice que se convertirán en un Seguro Universal, que aplicará costos altos y se perderán nuestras cotizaciones, entre otras cosas”.
Con el tiempo se diluyó la preocupación por el tema hasta prácticamente quedar en el olvido.
Hoy traigo a colación el asunto porque si bien los institutos de salud y seguridad social no se fusionaron ni se privatizaron ni cobran por sus servicios, la verdad es que el sistema de salud pública está enfermo, muy, muy enfermo por muchas razones de las cuales sólo enumeraré algunas que desde mi punto de vista son evidentes, que se notan pues, sin necesidad de hacer un análisis profundo.
El IMSS y el ISSSTE fueron desbordados por la cantidad de derechohabientes, según información oficial del primero, al 31 de diciembre de 2022, había 7 millones 948 mil 991 personas afiliadas al Seguro Facultativo que disponen de los servicios médicos. El ISSSTE, por su parte, ofrece 21 seguros, prestaciones y servicios a más de 13.5 millones de derechohabientes en el país, de acuerdo con información de Hacienda.
Adicionalmente podría enumerar otros como la esperanza de vida, nuevas enfermedades –la aparición del COVID-19 fue un verdadero reto–, el presupuesto insuficiente que incide en la compra de medicamentos, instrumental y material diverso para que se hagan lo propio tanto personal médico como de administración e intendencia, mobiliario, etc.; personal insuficiente por trabas sindicales y políticas y si a todo ello se suma la corrupción que ha habido históricamente y que por supuesto no desapareció por decreto presidencial queda un caldo de cultivo para brindar un muy mal servicio.
La enfermedad que aqueja al sistema público de salud es tan grave que ya se ve demacrado. De por sí, para nadie es desconocido que no todos los trabajadores de salud desempeñan su labor con vocación de servicio y si a ello le sumamos que cada vez disponen de menos recursos, pues la atención final para el derechohabiente es de muy mala calidad.
No se privatizó, cierto, pero sin ser ciertos los demás rumores, actualmente no hay médicos suficientes ni en el IMSS ni en el ISSSTE , las citas con especialistas tardan meses, tantos que en ocasiones, quienes tienen la forma, buscan atención en los consultorios particulares, donde los atienen los mismos médicos de manera más atenta y con explicaciones más entendibles, al desembolso de la consulta hay que sumar la compra del medicamento, que es otro tema “junto con pegado”, porque muchas veces éste se debe comprar porque no hay en existencia en las farmacias de los institutos y ni con la pensión completa de los 70 y más alcanza para pagar consulta y medicinas.
En una ocasión, cuando fui testigo que un solo médico atendía las emergencias y a decenas de contagiados por COVID en el IMSS y que sólo una química tomaba muestras para la prueba, pregunté por qué no contrataban más personal, la respuesta me dejó más que sorprendida, palabras más palabras menos me dijeron que la plantilla autorizada estaba completa, pero que entre los de vacaciones, los descansos y los que faltan, pues… y que por cuestiones sindicales no se podía contratar más personal.
En el ISSSTE cuando no hay medicamento el día de consulta, van posponiendo su entrega hasta que se junta con la siguiente visita al médico y ya no surten la receta anterior, el paciente ya hasta sabe cuándo debe comprarlo ya porque perdió la esperanza de recibirlo como una prestación.
A los diabéticos ya no les practican un destroxtis (piquete en el dedo para medir el nivel de glucosa a partir de una gota de sangre) ni siquiera en el famoso Centro de Atención a Diabéticos del IMSS (CADIMSS), porque ya no les surten reactivos, menos lo hacen en los consultorios de medicina familiar.
En el IMSS ahora es obligatorio llevar alimentos a los hospitalizados y llegar a urgencias es como llegar al purgatorio, pues no hay ni camas ni cubículos suficientes para atender a los pacientes que son canalizados sentados en incómodas bancas por horas, incluso noches o días enteros en salas atestadas en las que apenas se puede caminar.
Como verán, en apariencia no nos cobran el servicio médico, porque no se privatizó, pero si arrastra el lápiz y echa cuentas, los últimos años sale caro ser derechohabiente…