Tengo recuerdos muy nítidos de mi vida escolar, incluso de la primaria. Difícilmente pudiera olvidarlos porque aún veo a la mayoría de los compañeros que fuimos copupilos desde primaria hasta preparatoria, algunos incluso llegamos juntos a la profesional.
Recuerdo mucho a mi maestra de primero de primaria, la señorita Hermelinda Fernández Bañuelos (+), que fue la que me enseñó las letras, los números, me introdujo a la ciencia, el arte y la historia, fomentó en mi la responsabilidad, la disciplina y el amor a la verdad, valores que aún conservo y trato de practicar… muchas de sus enseñanzas aún laten en mi corazón como un tesoro invaluable que agradezco infinitamente todos los días.
Recuerdo cómo una mañana de clases no fue tan ordinaria como las demás, porque ese día anunció que regalaría un cuento a quien supiera leer. No recuerdo el título del cuento, sólo que era de esos que no eran cuadrados, sino con curvas en los bordes y con grandes letras negras en párrafos cortos al pie de coloridas ilustraciones infantiles. Yo lo quería.
En ese momento tenía como compañera de mesabanco a Cristina Ávila Zesatti, la hija menor de una gran familia amorosa a quien enseñaron el gusto por la lectura, por ello, antes de ingresar a la escuela ya era una ferviente lectora. Cuando ella sabía leer yo apenas lograba juntar los sonidos de dos o tres letras, si acaso balbucear algunas sílabas, estaba en franca desventaja con ella, pero desde entonces mi amiga tiene un corazón de oro y me ayudó.
Estudiamos juntas una pequeña lección que me aprendí de memoria… sí, en mi inocente mente de 6 años se asomó la idea de engañar a mi maestra; todavía recuerdo esa lectura: Al subir una montaña una pulga me picó, la agarré por las orejas y se me escapó (léase con tonito melodioso).
Obviamente no logré mi cometido, porque aunque pacientemente mi maestra me escuchó, pronto quedó en evidencia que yo no sabía leer, cuando mi mentora con un lápiz señalaba palabras salteadas y no supe qué decía. Y ahí terminó mi corta carrera delictiva…
Ya después con la paciencia de mi maestra y la ayuda de mi amiga aprendí a leer.
El cuento viene porque tristemente he visto cómo a las nuevas generaciones no les interesa la lectura, hablo en general, porque por supuesto que hay grandes y asiduos lectores jóvenes. El punto es que me parece que cada vez se le da menos importancia a la enseñanza de la lectura, incluso hay profesores que no saben leer y sencillamente no se enseña lo que no se sabe.
No exagero, he escuchado “leer” en voz alta a profesores, profesionistas de todas las áreas y políticos y de verdad dan penita ajena.
Y para rematar, por algunos artículos que he leído me he enterado que los libros de texto gratuitos que distribuirá el Gobierno Federal a partir del próximo ciclo escolar distan mucho de fomentar el gusto por la lectura, pues en general son descritos como erráticos y que atentan contra la calidad educativa del país.
He leído una gran variedad de opiniones al respecto, unas muy duras, otras no tanto, pero ninguna elogiando los contenidos. Las críticas se pueden resumir en una oración: “pareciera que el gobierno quisiera tener ciudadanos ignorantes y a modo” y yo le agregaría, para que dependan de los apoyos económicos de esos que distribuyen a lo largo y ancho del país.
Desde hace poco menos de 32 años he visto, revisado y leído libros de texto porque mis hijos los han usado, los que vienen, tan criticados, no he tenido la oportunidad siquiera de verlos, pero tantas malas críticas me causan curiosidad.
Desde 1959 la federación produce y distribuye los libros de texto gratuitos, el expresdiente Adolfo López Mateos creo la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos y desde entonces, hasta donde he sabido, siempre se mejoraban los textos, hasta ahora; una de las observaciones que me ha llamado mucho la atención es que –por ejemplo– en ellos se da por hecho que los niños de primero ya saben leer, escribir y que entienden de quebrados, que se le resta importancia a las matemáticas y que los maestros no han recibido capacitación al respecto.
De verdad, por el bien de las nuevas generaciones, de mi pequeño Alex (porque mis otros hijos ya saltaron esa difícil y bonita etapa), de los nietos que algún día tendré y de todo México, deseo profundamente que todo se trate de mala publicidad para el actual gobierno, porque si es verdad los jóvenes mexicanos tendrán un triste porvenir, sobre todos los que dependerán de la educación pública, porque seguramente en las escuelas privadas pondrán énfasis para que sus egresados salgan lo más preparados posible y en ese contexto ¿a dónde creen que irán esos jóvenes talentos?