Tengo el corazón apachurrado y la lágrima a ras del ojo, no es cuento… me gustaría que fuera exageración mía… aunque tal vez lo sea, les contaré: Hace unos días me estrujó esa cruel y triste realidad de la que muchos sabemos, de la que hablamos y muchos vemos con indolencia y de la que quienes tenemos el privilegio, escribimos con frías e inexpresivas cifras y declaraciones.
La realidad me alcanzó y sin previo aviso me abofeteó enfrente de mi casa cuando despedía a un amiguito de mi pequeño, un niño bien portado, buen estudiante y buen amigo que al igual que otros dos niños llegaron como invitados de mi Alex para pasar su última tarde como compañeros de primaria en nuestra casa. El plan era comer juntos, jugar por la tarde al futbol y al anochecer cenar pizza viendo películas y jugar videojuegos.
Al caer la tarde, poco antes de anochecer, de los tres amiguitos uno se fue. Llegaron por él porque al día siguiente tenía que trabajar. Los ojitos del niño delataban cierta tristeza al tener que dejar la diversión y a sus amigos, sabiendo todo lo que habían planeado y que a él ya no le tocaría.
Fracasé en el intento de convencer a quien llegó a recogerlo para que lo dejara pasar la noche en mi casa igual que a los otros dos niños. De nada sirvió ofrecerme a llevarlo al día siguiente o a cuidarlo lo que fuera necesario hasta que llegaran de donde iban, pues imaginé muchas cosas, menos que lo llevarían a trabajar. Sin remedio vi cómo por la ventanilla del auto se despedía con la mano de sus amigos.
De verdad movió todo mi ser este episodio que no expongo para hacer escarnio de una forma de vida, nunca lo haría, al contrario, lo hago para contrastar la vida de unos y otros, para hacer visible la desigualdad: lo que para unos nos es muy natural, para otros es un privilegio al que tienen que renunciar.
El día de su graduación escolar se ofició una misa de acción de gracias en la que el sacerdote hizo hincapié que quienes estaban ahí eran privilegiados, porque muchos otros niños no podían ir a la escuela y resaltó el esmero y dedicación de los padres y maestros. Nunca pensé ver tan de cerca ese privilegio y saber conscientemente que lo gocé y lo han gozado mis cuatro hijos.
De acuerdo con la Unicef, en México más de 4 millones de niños, niñas y adolescentes no asisten a la escuela, mientras que 600 mil están en riesgo de dejarla por diversos factores como la falta de recursos, la lejanía de las escuelas y la violencia.
Para los niños y adolescentes indígenas las dificultades son mayores, de acuerdo con la misma fuente, y tienen menor acceso a la educación que el resto de los menores, pues sólo uno de cada 10 adolescentes que sólo habla una lengua indígena y no español asiste a la escuela en México, en comparación con 7 de cada 10 del resto de la población.
Sin esta historia de por medio, el dato anterior sería sólo un buen dato para mí como para muchos, pero ahora no, agradezco infinitamente al cielo que mis hijos no están en esas estadísticas ni en las del INEGI, que dan cuenta que hasta 2019, en México hay 3 millones 269 mil 395 niños y adolescentes de 5 a 17 años de edad que realizan alguna actividad económica; de los cuales un millón 755 mil 482 realizan ocupaciones no permitidas y de ellos 39% son mujeres y 61% hombres.
De acuerdo con el INEGI, los principales motivos por los cuales los niños realizan algún trabajo económico son: para pagar su escuela y/o sus propios gastos, por gusto o sólo por ayudar y porque el hogar necesita de su trabajo. El amiguito de mi Alex ayuda a su familia, aunque no es el único sostén.
Dicen que no hay que darle todo a los hijos, porque luego no tienen idea del valor de las cosas, que deben saber cuánto cuesta ganar el dinero, saber de responsabilidad, de disciplina… estoy de acuerdo, pero como yo tengo corazón de pollo, según dicen, creo que también hay que dejarlos que gasten toda su vitalidad infantil siendo niños que ya para trabajar, tenemos el resto de la vida.
Esa dosis de realidad movió todo en mí, tanto que si no fuera porque debía atender a los invitados de Alex, me hubiera hundido en un terrible llanto.