El trajín cotidiano de mi vida me llevó hace unos días a conocer a un hombre, de esos que da gusto conocer y estrechar su mano amiga por ser un hombre cabal –como dice mi abuelo–.
Es de esos hombres que se levantan apenas destellan los primeros rayos del sol para trabajar al aire libre –en la construcción–, sin descuidar sus obligaciones de padre; ya lo había visto un par de veces, pero a diferencia de otros días en que sólo cruzábamos el saludo, esta vez pude platicar con él y lo que me contó disipó cualquier duda que pudiera haber tenido de que el amor existe, aun en las peores las peores condiciones.
El hombre –cuyo nombre me reservaré–, fuera de su área de trabajo viste pulcro y formal y aunque es un poco tímido, sintiéndose cómodo es un buen conversador. Vive solo con su hijo menor, un joven preparatoriano que prefiere la soledad de su habitación ante la gente extraña que llegara a entrar a su casa, de pisos limpios y objetos ordenados en sus respectivos sitios.
“A mi muchacho ya no lo esperábamos, llegó como una luz de esperanza a nuestra vida”, me dijo el hombre sentado frente a mí, “mi esposa murió de cáncer cuando él tenía 5 años. Le hicimos la lucha, pero no fue suficiente”, dijo un tanto apesarado.
Me contó que un día cuando su esposa se bañaba se descubrió una bolita en un seno, “le dijeron que podría ser una bolita de grasa y que si se embarazaba, con el cambio hormonal podría desaparecer, pero resultó un tumor canceroso”.
A partir del fulminante diagnóstico, empezó un pesado y costoso peregrinar de un médico a otro, de un hospital a otro. El último año de vida de la mujer, la pasaron con largas estadías en los hospitales; “mis cuñadas me decían que ellas se hacían cargo de ella, pero ¿usted cree que yo iba a permitir eso? Por supuesto que no. Ella era mi esposa, era mi obligación, mi deber estar con ella en las circunstancias que fueran”.
En una ocasión, dijo, “pasé más de tres meses seguidos en Guadalajara en un hospital con ella, nomás me le despegaba poquito para ir a buscar ganarme unos pesos, pero volvía. Las otras mujeres le preguntaban que quién era yo que no la dejaba ni un ratio y cuando ella les decía que era su esposo, se admiraban, y decía ‘pues es de admirarse, porque casi todos corren, casi nadie se queda así como su esposo con usted’”.
El hombre, con un poco de pena, confiesa que esa enfermedad es muy dura no sólo para el enfermo, sino también para quien cuida al paciente que debe darse valor y dividirse entre el enfermo, los hijos y “uno mismo”. Él y su finada esposa tuvieron tres hijos, las dos mayores ya se casaron y son independientes, por eso él solo ha criado a su hijo menor, “para no dar molestias”.
De acuerdo con la Organización Panamericana de la Salud (OPS) el cáncer de mama es el tipo de cáncer más frecuente y la causa más común de muerte por cáncer en mujeres a nivel mundial. En América Latina y el Caribe, la proporción de mujeres afectadas por la enfermedad antes de los 50 años (32%) es mucho mayor que en América del Norte (19%).
Cada año en América, más de 491 mil mujeres son diagnosticadas con cáncer de mama, de las que casi 106 mil 391 mueren.
Según pronósticos de la OPS, para 2040 la cantidad de mujeres diagnosticadas aumentará más de 39% y estima que habrá unos 684 mil 174 nuevos casos de los que derivarían unas 162 mil 44 muertes.
Las características que se asocian con un mayor riesgo de desarrollar cáncer de mama incluyen la obesidad, consumo de alcohol, antecedentes familiares de cáncer de mama, exposición a radiación, antecedentes reproductivos y hormonales y consumo de tabaco. Alrededor de la mitad de los casos se desarrollan en mujeres sin factores de riesgo identificados, además de ser mujeres con 40 años de edad o más.
Al ir escribiendo estas líneas me doy cuenta de lo afortunada que he sido cuando he acudido, casi religiosamente, a mis citas de medicina preventiva en el IMSS, pues aunque en ocasiones pueden resultar fastidiosos los tiempos de espera, vale la pena cada minuto que uno invierte en su salud.
Tengo 51 años y a esta edad ya me he hecho dos veces una mastografía y he acudido varias veces a que me practiquen una exploración manual, en todas esas ocasiones se ha descartado cualquier riesgo de enfermedad.
Las instituciones de salud recomiendan a las mujeres de 50 a 69 años hacerse cada dos años una mastografía y hacen mucho énfasis en la autoexploración y si se halla una masa extraña de inmediato hay que consultar a un profesional de salud, incluso si no causa dolor.
Actuar a tiempo puede salvar más que la vida de una mujer, pues aunque es el objetivo primordial, evitará también que niños queden sin sus madres y hombres sin sus esposas…
El tratamiento del cáncer de mama puede ser eficaz cuando se detecta a tiempo.
Una excelente historia, concientizadora sobre este tipo de cáncer, además de datos duros …
Me gusta la manera de escribir reportera Lucia 👍🏻👏