Luna Nueva: El lado oscuro

La tecnología se ha tornado poco menos que indispensable en nuestros días. La usamos casi todos, en todos lados para casi todo: jugamos, estudiamos, trabajamos, conversamos, escuchamos música, viajamos, tenemos consultas médicas, participamos en servicios religiosos… la lista puede ser tan larga como ocupaciones tengamos.

Es una maravilla, sencillamente nos ha facilitado la vida en muchos sentidos y nos ha abierto muchas puertas que sin ella serían imposibles; no puedo olvidar la cara asombro y alegría de mi abuelo, cuando poco antes de cumplir 100 años, pudo hablar y ver a una de mis tías en una pantalla, tenían muchos años sin verse.

De acuerdo con el INEGI, en 2022, el 37% de las personas de 6 años o más utilizan una computadora; en el mismo rango de edades, el 78.3% utilizó el dispositivo en el hogar y el 43% en el trabajo ese año.

Hay al menos una computadora en el 20.5% de las viviendas rurales y en 50% de las urbanas. Ese mismo año, algunas empresas reportaron ventas de unas 338 millones de computadoras.

Dichas cifras sirven para darnos una idea de que el uso de la tecnología gana terreno, pues se habla sólo de computadoras en forma, pero no perdamos de vista que actualmente casi es indispensable que cada ser humano, apenas tenga uso de conciencia ya use algún dispositivo electrónico: abundan los teléfonos inteligentes y las tablets, que son usadas por niños incluso que no han aprendido a hablar o caminar y no es broma, he sido testigo de cómo padres de familia, para “entretener” a sus hijos les dan su teléfono o ya más grandecitos, merecedores o no, les dan su propio teléfono o una tablet.

No puedo ni imaginar a esas esposas de hace 30 o más años cuyos maridos se iban “a las pizcas” al otro lado, sin una comunicación inmediata como ahora, tenían qué esperar el lento correo postal o planear la hora de llamada para estar en casa o la casa de quien hiciera el favor de prestar el teléfono para esa conversación que duraba estrictamente lo necesario, porque dicho sea de paso, el servicio telefónico era caro y más el de larga distancia.

O más atrás, cuando se conquistaba y correspondía por medio de cartitas que se dejaban en lugares previstos… nada que ver con los chats modernos.

Sin embargo también hay un lado obscuro: tanta tecnología a todas horas y al alcance de todos, nos roba la atención en el mundo real, nos priva de la convivencia cara a cara, nos aleja de nuestros seres queridos y en algunos casos en lugar de expandir el conocimiento lo achica, porque no todos tenemos la capacidad de comprenderla, manejarla o utilizarla positivamente.

Si cree que exagero, observe: para donde voltee verá que la mayoría de las personas llevan en una mano un teléfono; en las reuniones sociales, familiares, informales y hasta de trabajo, en la calle, en la oficina y en la casa.

No es malo, lo malo es que en cualquier momento es interrumpida una charla por una llamada o el timbre que avisa que llegó un mensaje y más aún si el receptor enciende su teléfono para atender, ese gesto se puede convertir en el catalizador de un viaje al infinito en su imaginación en el que se puede perder no sólo un par de minutos.

Lo mismo ocurre en torno a muchas mesas a la hora de comer, no sólo los hijos, sino los mismos padres están distraídos contestando mensajes, viendo redes sociales y reaccionando a las publicaciones de conocidos y desconocidos.

Es decir, el problema de “la distracción” generada por los dispositivos electrónicos no es privativa de los menores o adolescentes rebeldes, también los padres están atrapados en esta en perjuicio de la familia entera sin contar con los problemas de salud en manos, vista y columna.

A veces pienso que antes de los celulares, éramos más felices y más unidos como familia… si usted está atrapado en esta dinámica le propongo el siguiente ejercicio: deje en otra habitación su dispositivo o apáguelo unos minutos mientras come con su familia o está en una reunión con sus amigos. No le hará daño, al contrario, deshacerse de la presión por contestar el celular en cuanto suena le hará sentirse mejor, regálese unos minutos a usted mismo.