Luna Nueva: El miedo a las palabras

El miedo a llamar a las cosas por su nombre origina malentendidos, pérdidas, desilusiones, en ocasiones sufrimiento y hasta prácticas poco éticas o vergonzosas con la justificación de que no es lo que los demás creen o que es lo que yo creo que es…

La primera vez que supe conscientemente que tenemos miedo a nombrar las cosas por su nombre, por vergüenza, ignorancia o para lograr objetivos muy claros, fue en mi temprana juventud cuando leía Cien Años de Soledad… recuerdo vívidamente el capítulo en que Fernanda, esposa de Aureliano Segundo, tenía un padecimiento que jamás se supo con claridad qué era, porque tenía miedo o vergüenza de decir lo que sentía, el gran Gabo –Gabriel García Márquez– lo describe como “la tortuosa costumbre de no llamar las cosas por su nombre”.

De esta manera muchos, hombres y mujeres de la vida fuera del papel, evitamos usar el nombre correcto de una cosa o situación para suavizar la acción misma ante nosotros mismos primero y luego ante los demás.

Hace unos días, tuve una conversación que subió de tono porque me exalté, reconozco, ante la desfachatez de mi interlocutor que se ufanaba que desde hace al menos 10 años que venció su licencia de conducir, que no le ha hecho falta y presumió cómo “se torea” –en sus palabras– a los federales y a los támaros, puestiene conocidos que lo asesoran cuando se ve en algún apuro para librar la infracción.

Su camioneta tampoco tiene placas actualizadas desde hace mucho, «es americana, pero una vez que me pararon por Las Arcinas, el federal me dijo que le pusiera cualquier placa, le dije pos dame una de las que quitas y me contestó, orita no tengo, pero si pasas otra vez te doy unas…».

Corté en seco la conversación. Le dije que era un sinvergüenza, un vival y un ratero, porque mientras él presume “sus logros” muchos, como yo, nos quedamos sin un quinto para cumplir con nuestras obligaciones fiscales, estar al día con las responsabilidades sociales y con la autoridad, es decir, “somos pocos los que sostenemos el sistema del que tú vives sin escrúpulos”. Según un informe de la Cámara de Diputados, en México sólo el 16 por ciento de los contribuyentes cumplen con sus obligaciones tributarias.

Sé que no es el único que está en esa situación, casi estoy segura que la corrupción está tan arraigada en nuestra cultura que ni siquiera la reconocemos cuando la ponemos práctica nosotros mismos, pero sí la criticamos y la resaltamos cuando el corrupto es el de enfrente.

Aunque no soy una puritana en ningún sentido, procuro cumplir con todas mis obligaciones y así he enseñado a mis hijos, a que paguen donde deben pagar, se formen donde deban formarse y no se estacionen en lugares prohibidos.

Creo sinceramente que quien tiene un vehículo, con éste contrae obligaciones y si no paga el impuesto vehicular está robando al estado, así como si no se paga el impuesto predial se roba al municipio y así puedo seguir la lista.

Cuando le dije que era un vival, mi amigo se molestó, dijo que él no era ningún ratero, que otros robaban más, que los políticos se enriquecían a costa del pueblo y más afirmaciones de ese estilo que ciertamente, mentira no son, pero a mi juicio lo que hace él es un descarado robo, aunque ni él ni otros que lo hacen no lo quieran llamar así.

Todo lo que me dijo para defenderse es cierto, pero a mí no me importa si el de enfrente es un ladrón, si cada uno pusiera en práctica la honestidad en pequeñas acciones, en el estrecho –o amplio– círculo en el que nos movemos, poco a poco verías un cambio y tendríamos un mundo más justo y perfecto.

Entre mis argumentos mencioné que hay muchas clases de robo, tan es así que en Código Penal del estado ese delito tiene muchas variantes… Creo que mi sinceridad dañó una incipiente amistad al hacer énfasis que “nadar de a muertito” como él lo hace es faltarle al respeto a los que sí cumplimos, a quienes nos ponen como “pen… santes”, por dar nuestro dinero al gobierno.

Por mi parte me siento tranquila porque ya le di al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios –ya que soy creyente–, creo que es la mejor manera de arrancar el año nuevo, con responsabilidad y buen ejemplo para los que vienen atrás de mí. Tal vez parece algo sin importancia en la vida personal, pero yo no lo creo así.