Hace unos 26 años, Ana –una compañera reportera– se lastimó un pie trabajando: cubría un evento en La Bufa cuando pisó mal y de inmediato se le inflamó impresionantemente el pie, ya no pudo caminar. El médico le inmovilizó la pierna con una férula y ordenó reposo varias semanas.
Mi entonces jefe, Paco, me pidió que la asistiera, incluso en mi horario de trabajo, pues no tenía quién más la ayudara a desplazarse y hacer lo más básico en su casa ni en ninguna parte, ya que su familia vivía en Ciudad de México.
Aunque no me pesó la orden porque entre Ana y yo había nacido una entrañable amistad, en ese momento no comprendí lo trascendental que fue para ella que alguien estuviera a su lado apoyándola esos días. No lo hice hasta ahora.
Hace un mes fui sometida a una cirugía en ambas manos. Aunque las incisiones fueron pequeñas, literalmente tenía las palmas de las manos abiertas, con ello los dedos inflamados, adoloridos y sin fuerza para hacer ni lo más básico en la vida de cualquiera.
Durante las primeras dos semanas mis hijos me tuvieron que alimentar, asear, vestir, calzar, peinar, arropar en la cama y trasladarme, me convertí en hija de mi hija Mariana. Fueron días difíciles porque anímica y físicamente, salvo por la cirugía, estaba bien y no poder valerme por mí misma me hizo reflexionar sobre la fragilidad de la vida.
Las últimas dos semanas tampoco han sido fáciles; sin los hilos de sutura en las palmas de las manos pude prescindir de “las estorbosas” gasas y las vendas, pero aún no tengo la movilidad ni la fuerza para hacer mi vida cotidiana y aunque ya puedo hacer algunas cosas, todavía dependo de otras personas.
En estas semanas las horas pasaron muy lentamente, siento que los días se alargaron y que las noches se acortaron. Con el ocio obligado he tenido tiempo de ver un poco más de cerca la vida, mi vida y no es fácil saber cuál frágil es el cuerpo humano aunque esté ejercitado y descubrí la importancia de cada parte del cuerpo.
Pero no todo en este tiempo fue gris u oscuro… pues se hizo la luz en mi vida al saberme bendecida por estar rodeada de muchas personas que me cuidaron y me cuidan (mis hijos, mi yerno, mis padres y mis amigos), también ha sido tiempo de descubrimientos, pues me fue revelado el verdadero significado de las palabras paciencia, humildad y gratitud.
Ya para cerrar, dejo una anécdota-reflexión que pasamos Ana y yo en ese tiempo: esperábamos para entrar a consulta en una pequeña fonda frente al IMSS, en la mesa de al lado de nosotras estaba un señor, tal vez en sus 50s, sentado, con unas muletas a un lado de él.
Tenía buen semblante y muy buena actitud, de inmediato cruzamos un saludo e inició una charla informal respecto al uso de las muletas; amablemente le dio algunos consejos a Ana de cómo usarlas para no lastimarse los hombros ni las manos, “al principio es difícil”, le dijo, a lo que Ana asintió y después de comentarle lo que le había pasado le preguntó al hombre –del que nunca supimos su nombre– que qué tenía y su respuesta nos dejó atónitas a ambas, dijo: “No, yo no tengo”, al tiempo que se movió para mostrarnos que no tenía una pierna.
Salimos y Ana, muy contrariada, me dijo: “prometo que ya no me quejaré tanto, lo mío no es para tanto”.
Como lo dije una vez… tu me cuidaste cuando era bebé y no podía valerme por mi misma… ahora es mi turno de cuidarte para que te recuperes bien…
Te amo mamá ❤️