¿Quién en su sano juicio ha leído las letritas chiquititas de los contratos, avisos de privacidad o instructivo para cualquier cosa –armar un mueble, llegar a un lugar o hacer valer las garantías, por ejemplo–? Creo que son muy pocas las personas que leen esa colección de páginas y páginas en la que se nos informa qué recibiremos, a qué nos comprometemos, qué podemos esperar del proveedor del bien o servicio, cómo se hace algo paso a paso y hasta cómo hacer válida la garantía.
En defensa del gran porcentaje de la población que casi estoy segura se salta ese trámite diré que quien redacta esas cláusulas, indicaciones o condiciones ayudan muy poco o nada al público a quien va dirigido el escrito, porque además de que en casi todos los casos la letra es tan pequeña que se pierde en la lectura, están escritos en un lenguaje jurídico que sólo los abogados y Luis Daniel –hijo de mi amiga Lilian–, entienden o están obligados a entender, porque los primeros hacen que las empresas que representan jamás pierdan y Luis Daniel porque su labor es orientar a los consumidores que no leyeron las 25 mil páginas en las que le vendían el alma al diablo, aceptando todas las condiciones que favorecen al proveedor y que los atan de manos.
A propósito de omitir análisis de documentos, informes y dichos, este martes asistí –obligadamente– al informe final de actividades de la presidenta de la Asociación de Padres de Familia de la secundaria donde estudia mi hijo Alex, sí fue informe de la presidenta, no de la mesa directiva en pleno porque ninguna vocal –hay seis, una por cada grupo– asistió a respaldarla, salvo la tesorera y la directora del plantel, que a todas luces es quien dirige la mesa directiva de padres de familia.
Durante todo el ciclo escolar fue evidente y muy notorio la intervención de la directora en los asuntos que sólo debieran decidir los padres de familia, pero que entre la desinformación, la ignorancia y la falta de interés por colaborar verdaderamente en causas benéficas para la escuela, nadie cuestiona lo que se hace y cuando hay quien pregunta, se encienden todas las alarmas como para alertar a quien ostenta el poder de que debe estar a la defensiva.
En los 10 meses que la señora presidenta “representó” a los padres de familia, no hubo ninguna obra tangible, a pesar de que la mayoría de los padres de los alumnos pagaron la cuota voluntaria para colaborar con el sostenimiento de la escuela y de que a medio ciclo escolar se llevó a cabo una fallida rifa de un aparato, propiedad de la escuela, para supuestamente financiar una obra que nunca inició, pero los padres sí vendieron boletos o los pagaron de sus bolsillos.
Sin convocar a asamblea general –evidentemente desconoce que existe un reglamento para las asociaciones de padres de familia– se nos obligó a quienes fuimos a recoger las boletas de calificaciones de nuestros hijos, a escuchar cuentas alegres con la osadía de poner a disposición los libros para quien quisiera o pudiera revisarlos; todos los padres se veían unos a otros, pero nadie cuestionó nada, sólo unas mujeres que estaban a mi lado dijeron: “pura faramalla”.
El manejo del dinero en cualquier parte es de suma delicadeza y requiere tratarse con la mayor transparencia posible, porque bien dice el dicho que “cuando el arca está abierta, hasta el más honrado peca”, en ese tenor, se nos hizo saber que se gastó con transparencia el dinero de los padres de familia de tal manera que parece que esta escuela no recibe ningún apoyo de la Secretaría de Educación –sería bueno que la secretaria Maricarmen Salinas tomara nota de esta y todas las escuelas en este tenor–, pues del dinero de cuotas y la rifa se pagó agua, teléfono (omitió decir que internet, será porque los alumnos no disponen del servicio en su clase de tecnología, aunque se paga con el dinero de sus padres), papelería, copias (aunque en la dirección hay una copiadora), insumos de aseo y limpieza y se apoyaron actividades escolares como el Día del Estudiante y el Día de la Madre, poco más o menos se informó.
Los números cuadraron perfectamente en el formato preestablecido –así como la famosa encuesta de movilidad que se aplicó a la población para que todas las respuestas apuntaran a una apabullante aprobación, casi exigencia, de la construcción del segundo piso–, pero no se ofreció nada con qué contrastar la información; salvo las festividades para estudiantes y de las madres, no se presentó nada para probar lo que se decía, sólo una hoja pegada en la pared con números, pues no está la obra que prometieron, ni siquiera el inicio de ésta y para justificar la rifa; compraron seis ventiladores, cinco para algunos salones y uno para la dirección, ni el grupo que cuestionó más el trabajo de la dirección y de la mesa directiva tuvo uno de estos aparatos ni el reducido espacio de maestros.
La opacidad en el manejo de la información y el dinero es un mal que se replica de lo macro a lo micro… del gobierno a los a gobernados; la razón, simple, nadie pregunta, investiga, cuestiona, revisa o debate los informes que se presentan a modo ni exigen cuentas claras, porque es mal visto quien pregunta, “se sale del huacal” o señala algún error y nadie quiere eso en sus vidas ni en la de los hijos porque seguirán en esa escuela, por eso es que los vivales hacen de las suyas a costillas de los buenos ciudadanos.
Aunque con sus honrosas excepciones, eso de las mesas directivas en las escuelas, junto con las famosas cooperativas escolares, son un negociazo manejado por los directivos y siempre dan o nunca, un informe real, objetivo y pormenorizado de todos los recursos, que son muchos, que entran por esa vía a las instituciones educativas con lo que parece la complacencia de las autoridades de Educación.